Gallegos ilustres
4/10/2017
-¿Hay algún gallego en
clase? -fue lo primero que preguntó la mañana del miércoles el profesor de
Introducción al Derecho Público, el único con el que todavía no habíamos tenido
clase. Anxo y yo levantamos la mano.
-Soy Manuel Sánchez de Diego
Fernández de la Riva. Apréndanselo. No hay nada más frustrante que cuando tus
alumnos preguntan por ti como “ese gordito que enseña derecho y comunicación
audiovisual”. Y soy gallego, por eso preguntaba.
“Apréndanselo”. Sonaba a
veterano en un colegio mayor. Si viajando no te encuentras a ningún gallego, es
que no estás viajando bien.
-Usted, el gallego, ¿cómo se
llama? -preguntó, mirando a Anxo.
-Anxo del Riego.
-¿De dónde es?
-De Vigo.
-Vigo, vale. Podría traernos
unos peixes por Navidad. ¿Y usted?
-Sonsoles Quiroga.
-Un apellido muy gallego.
¿De dónde es?
-De Lugo.
-Conozco a una chica de Lugo
-me dijo su nombre-. ¿La conoce?
-Mmmm… No.
La clase se echó a reír.
Vale que Lugo es poco más que un pueblo, pero tampoco nos conocemos todos…
-Fue alumna mía, es
escritora y le dieron el premio Planeta.
Entonces quizá debería
conocerla. Más tarde descubrí que era vecina de mi abuela y mis padres ya me
habían hablado varias veces de ella.
Siguió preguntando nombres y
de cada provincia parecía tener alguna anécdota. Después de que se presentaran
cuatro canarias, preguntó:
-Por favor, díganme que no
hay más canarios.
Quedaba otra más.
Una chica dijo que su madre
era periodista en A3Media y había estudiado en la Complutense.
-Pregúntele si le di clase,
nunca se sabe. Le di clase hasta a la reina, imagínense…
Continuaron las
presentaciones.
-Carmen García, de Aranjuez.
-¿Sigue habiendo fresas en
Aranjuez?
-Sí.
Un chico de Burgos, el
profesor tiene un hermano en Burgos. Una chica de Palencia. Su cuñada, yendo a
una boda a Palencia se confundió y fue hacia Valencia.
-Yo soy Cristina y estoy
aquí de erasmus.
Toda la clase se echó a
reír. El profesor nos miró, confundido.
-Soy catalana -aclaró
Cristina.
-Cataluña… No voy a
pronunciarme sobre el tema, es arriesgado.
Después se presentó Andreína,
una venezolana.
-Venezuela, más arriesgado
que Cataluña, tampoco me pronuncio.
Una chica dijo ser
argentina.
-Los chistes de argentinos
los dejamos para otro día, ¿no?
-Yo soy Ana Castro, de
Madrid.
-De Madrid, qué pena. Castro
es un apellido muy gallego.
-Lo sé, soy la oveja negra
de la familia; son todos gallegos menos yo.
Una chica dijo haber nacido
en Italia pero llevar muchos años aquí. El profesor empezó a hablar de Italia.
-Todo el norte de Italia es
precioso. Hay ciertos lugares en el mundo que hay que ver antes de morir. Eres
un idiota si no ves Roma y París alguna vez en la vida. ¡Y Santiago de
Compostela!
Un chico dijo haberse
cambiado de carrera.
-Hice Matemáticas e
Informática un año, pero no me gustó.
-Un cambio un poco… radical,
¿no? -puntualizó el profesor.
Se pasó el resto de la clase
riéndose del matemático frustrado, lanzando pullas al catalanismo y acordándose
de los gallegos ilustres.
Una vez acabadas las
presentaciones, empezó la introducción a la asignatura con una cuestión:
-¿Por qué no vais pegando a
las viejecitas en la calle?
La finalidad de la pregunta
era distinguir entre las razones éticas, sociales y jurídicas por las que
hacemos o dejamos de hacer las cosas, pero alguien contestó:
-Porque no somos mossos.
El resto de la clase se echó
a reír, salvo Cristina.
-Perdona, pero no fueron los
mossos, fueron los del barco de Piolín.
-Pobre Walt Disney, al final
siempre se lleva todas las culpas -sentenció el profesor, rompiendo el silencio
incómodo que había inundado la clase.
A pesar de que aseguró no
posicionarse, acabó la clase burlándose del independentismo catalán y vasco y
asegurando que en Galicia no existía ningún movimiento nacionalista.
El profesor de Instituciones
políticas entró en clase con aire cansado. Dejó las cosas encima de la mesa y
dijo:
-La verdad es que hoy no
tengo muchas ganas de dar clase, pero no me queda otro remedio. Me siento como
un músico del Titanic que, mientras el barco se hunde, debe seguir tocando y,
además, tiene que sonar bien. -Nos miró con rostro preocupado. - ¿Estáis
siguiendo lo que pasa?
-Estamos hablando de
Cataluña, ¿verdad? -preguntó Ana, y el profesor asintió.
Al mediodía, fui a comer con
la esperanza de oír algo diferente, no tanto monotema. Cuando llegué, lo
primero que oí fue a Leyre diciendo:
-Votar es legal pero el
referéndum es ilegal.
-No, por favor -dije. Nadie
lo oyó.
-¿Cuántas cosas ilegales se
han tenido que hacer para conseguir derechos? -contestó Julio.
Durante la cena con los
siniestros, salieron los nombres de varios filósofos y políticos, hablaron de
ética, legalidad, moral y principios, discutieron sobre Cataluña, el verdadero
significado de la democracia y otros temas controvertidos. Recordé lo que
estudiaban: Física, Medicina, Comunicación Audiovisual, Derecho y Ciencias
Políticas, Fisioterapia… Un grupo bastante dispar de tertulianos.
-¿Siempre habláis de temas
tan filosóficos? ¿Qué es la democracia, cómo resolver el problema de Cataluña…?
Que me encanta, ¿eh? Por mí genial. Pero es algo raro.
-Ya, lo normal sería que
comentásemos lo que ha subido esta u otra persona a Instagram, ¿verdad?
-Claro.
-Supongo que no somos ese
tipo de personas.
-Me alegra que no lo seáis.
Cristian le explicó a David
(el que estudia Biología), ya que era el primer día que comía con nosotros, el
origen de los siniestros.
-Yo soy Cristian, odiado por
todo el mundo. Estoy en tercero de Medicina. El primer año estuve en otra
residencia y el año pasado me vine aquí. Fui reuniendo a la gente que veía
comer sola y ¡mira! ¡Ya llenamos dos mesas!
También en nuestro lado de
la mesa, en el que no estaban ni Leyre ni Julio, se acabó hablando de Cataluña,
de España y de banderas. Desde Jaén, Toledo, Zaragoza y Lugo se ve todo tan
distinto… Teníamos posiciones tan diferentes que, sin mediar palabra, decidimos
dejar el tema de lado.
Por la tarde, fui a dar un
paseo. Quería, entre otras cosas, comprobar si había menos banderas que hace
una semana, si la batalla por fin había terminado en las calles y solo tendría
que resolverse en los despachos. En el fondo sabía que no había hecho más que
empezar. Si a día uno de octubre ya quedaban pocos equidistantes, individuos sin bandera, el día dos pasaron a estar
en peligro de extinción.
Moncloa, la calle Princesa y
los alrededores de la Plaza de España seguían mostrando su implacable bandera
nacional. No pude evitar preguntarme si tanto símbolo patriota había llegado
para quedarse o si, resuelta la crisis en Cataluña (que, de un modo u otro,
algún día se tendrá que resolver), las banderas volverían a los trasteros,
esperando salir para el próximo mundial de fútbol.
Al volver a la residencia,
me encontré con Marta, que venía de clase. Le pregunté qué tal le iba y dijo
que en clase muy bien, que le gustaban sus asignaturas, sus profesores y sus
compañeros de clase.
-Pero lo otro… no muy bien
-añadió.
-¿Qué otro?
-Ya sabes, el rollo que hay
aquí.
-¿En el colegio?
-Sí.
Por lo que me explicó, supuse
que hablaba de las novatadas. Durante la cena, hablando con los siniestros,
descubrí que, en efecto, muchos de los nuevos que participan en las novatadas
(la inmensa mayoría), están ya hartos, pero como terminan el sábado, se
aguantan las ganas de mandarlo todo a paseo.
El jueves por la tarde fue
la primera reunión de los MUN (Models of United Nations), una asociación a la
que probablemente me una. En sus simulaciones, se plantean problemas reales y
se aportan soluciones realistas en representación de un país (a un español
nunca le va a tocar España) que, si bien no salvan el mundo, nos ayudan a
comprender el funcionamiento de las Naciones Unidas y a aprender muchas otras
cosas sobre la sociedad internacional. Una chica de mi clase planteó la
pregunta de si no es frustrante esforzarse tanto para llegar a soluciones que
no van a ponerse nunca en práctica y la chica que estaba presentando los MUN
explicó que el teórico papel de las Naciones Unidas es, aparte de la
cooperación internacional, evitar las guerras, y suelen fracasar en su misión.
Dijo que, si las Naciones Unidas de verdad no eran capaces de arreglar el
mundo, qué íbamos a hacer nosotros.
Estudié un poco en la
biblioteca e intenté publicar esta entrada y otras anteriores en el blog (estoy
con problemas de Internet en el portátil) pero mi cuenta de Gmail me pedía
confirmación mediante un mensaje al móvil, que se había quedado sin batería.
Como la noche anterior
habíamos creído que había pizza para cenar y nos habíamos llevado el chasco de
que lo que a primera vista nos había parecido pizza no era más que una especie
de tortilla muy fina, los siniestros decidimos comprar unas pizzas y comerlas
juntos. Después de la cena había una reunión para los nuevos a la que no nos
apetecía ir, pero acabamos asistiendo. Una vez más, el director insistió en la
importancia de llevarnos todos bien, cooperar por el bien del colegio y no
dividirnos en grupos, sino quedarnos todos juntos. ¿Qué será lo siguiente, un uniforme? Me pregunté si el director
habría sido adolescente algún día, si sabía lo que sus peticiones implicaban y
lo irrealistas que son. Pide unidad (por el bien de la comunidad) pero no
condena las novatas (por el bien del individuo), como si le importase más el
escudo del colegio que los propios colegiales. Un chico aseguró que aquello de
la unidad funcionaba perfectamente en el colegio, que él ya había conversado
con todos los nuevos y veteranos y se llevaba bien con todo el mundo. Me dieron
ganas de levantarme y preguntarle por su nombre, pues conmigo no había hablado
todavía. Después de su intervención, muchos lo aclamaron diciendo “Presidente,
presidente”. Por lo que le he oído hablar (porque, eso sí, habla por los codos)
parece un chico sociable, conformista y fiestero. En mi instituto también había
un chico al que aclamaban como presidente. ¿Por qué siempre escogemos a los que
menos nos convienen?
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