La ilusión de la democracia


19/10/2017



Después de necesitar abrigo en Lugo en una, quizá no fría, pero al menos sí fresca noche de octubre, di por hecho que el frío también había llegado a Madrid. Ilusa de mí, si ni siquiera habían bajado las temperaturas en el resto de Galicia, cómo iban a hacerlo en la capital. Ya entrando en la cuidad, uno de esos carteles gigantes que hay a los lados de la carretera (pero uno especialmente grande, demostrando la pasta que debió de costar tenerlo ahí) mostraba una gran bandera nacional con el lema España reacciona. Vaya si reacciona, sobre todo en la capital. En Lugo vi alguna bandera suelta, pero nada que ver con el despliegue de Madrid, despliegue del que ya me había olvidado y que aquel España reacciona me recordó que esto está aún lejos de terminar.

Un termómetro de una parada de autobús marcaba 26º a las 9 de la noche. Al bajar del bus comprobé que no se equivocaba; el bochorno era comparable a cualquier noche de verano.

El lunes fue un día trágico. Al pasarme todo el domingo en el autobús, no me enteré de la actualidad hasta el día siguiente. El país dejó de mirar hacia Cataluña para fijarse en que Galicia estaba en llamas. Mientras políticos de traje defendían su bandera, vecinos del noroeste peninsular apagaban las llamas con cubos de agua. Un compañero de clase de Vigo nos contaba cómo sus padres habían sido desalojados porque el fuego estaba a cinco minutos de allí y lo que le duele no saber si volverá a su casa. En Facebook, una página se cebaba con una publicación del BNG, tachándolos de oportunistas e hispanófobos, pues esta publicación, citando a Rosalía de Castro, decía: “Pobre Galicia non debes / chamarte nunca española / que España de ti se olvida / cando eres, ¡ai!, tan hermosa.” Política aparte, la publicación del BNG venía a cuento porque, el lunes, los principales periódicos nacionales no le dedicaron ni un rincón de la portada a los incendios; todos se cebaban con el monotema Cataluña. El poema, sacado de contexto, parece un ataque a España, cuando solo denuncia la falta de compromiso de muchos medios. Tampoco comparto el pronóstico, pues medios españoles como La Sexta emitieron un amplio reportaje sobre los incendios, cambiando su programación para contar la preocupante situación de Galicia. Pero para ser reaccionario no hay que informarse demasiado; es mejor no intentar entender a cuento de qué vienen las cosas. Probablemente ni siquiera supieran que el poema era de Rosalía. Lo dicho: tanto odio que da miedo.



En clase, todo el mundo me preguntó si mi familia y mis amigos estaban bien, por lo de los incendios. Les dije que sí, que a la ciudad de Lugo no había llegado ningún incendio, aunque había varios cerca. Mientras en Galicia luchaban contra el fuego, en Madrid llovía a cántaros y la temperatura bajaba hasta los 10º por la mañana, al mediodía y por la noche. Me acordé de aquellos San Froilanes en que pasábamos frío todo el día y había que sacar la ropa de invierno; este año, la festividad pasó sin pena ni gloria.



El otro día, mirando la prensa en Internet, al lado de un artículo serio sobre la situación en Cataluña, venía un reportaje fotográfico sobre “las mejor y peor vestidas” en algún acto con los reyes, supongo que por el 12 de octubre. No las mejor y peor vestidas, sino las políticas y parejas de políticos mejor y peor vestidas. No sé si me molestó más la lluvia de críticas al físico de estas mujeres (a su edad, cómo se atreve a llevar algo así; no tiene cuerpo para lucirlo; totalmente inadecuada con este vestido, muy ajustado y con un escote no muy apropiado para un acto de estas características…), lo ridículo del reportaje en sí, o el hecho de que la mujer de Rajoy fuese la mujer de Rajoy. Tiene nombre, Elvira Fernández Balboa, y si vas a escribir un párrafo criticando su forma de vestir, no estaría de más llamarla por su nombre.

Hace tiempo leí que la razón por la que la prensa escrita no desaparecerá es precisamente por su mayor defecto: la limitación de espacio. Los artículos y las noticias tienen que estar bien distribuidos, impidiendo que entre los incendios de Galicia y la situación política en Cataluña se cuele una crítica al vestido de la mujer de Rajoy. Ese y muchos otros temas quedarán relegados a la sección que sistemáticamente ignoraré, sin tener que enfrentarme a juicios sobre la forma de vestir de Susana Díaz, Manuela Carmena o Soraya Sáenz de Santamaría. Juicios donde su relevante trabajo queda en segundo plano y se las juzga como a cualquier otra mujer que aparezca en los medios de comunicación: por su físico. Curiosamente, todavía no he visto el reportaje sobre el físico de Rajoy, ni me gustaría verlo, porque lo que me importa es cómo gobierna.



El miércoles por la noche tuvimos la primera reunión del club de debate del colegio mayor. Julio, José Luis, Leyre y yo fuimos con grandes esperanzas, sobre todo Leyre, quien no ocultaba su entusiasmo por el debate. Xia vino, bastante insegura, pues es tímida y todavía no tiene fluidez total con el español. También acudieron David y João, pero no se sentaron con nosotros. Julio llevaba puesta una camiseta con la frase: “No estoy discutiendo, estoy explicándote por qué tengo razón”, fiel a su estilo. Después de la introducción al curso de oratoria y al club de debate, nos comunicaron que el próximo torneo tendría lugar a finales de noviembre y ya había que inscribirse. La pregunta para el debate (en el que te puede tocar estar a favor o en contra, se decide al azar un minuto antes del inicio), era si una mayor cohesión entre los países de la Unión Europea serviría para superar los problemas actuales de la Unión. Me pareció un tema bastante interesante y, pese a mi nula experiencia en debate (al igual que la mayoría de los presentes), decidí apuntarme. Al ser bastantes los que nos animamos, puede que haya que sortear quién va.

El jueves al mediodía, comiendo con João y José Luis, hablamos sobre el tema del torneo de debate. A mí solo se me ocurrían ventajas de una mayor cohesión europea: un Estatuto de los Trabajadores y un salario mínimo igual para todos los países de Europa (idea que solo he escuchado defender a Patxi López y me parece más que razonable), posibilidad de llevar mejor la crisis de refugiados con el compromiso de los países que apenas han acogido, unión contra los populismos para reconstruir una Europa federal y socialdemócrata, recuperar la ilusión de la gente por un proyecto común europeo (haciendo frente, así, a la eurofobia)… Supongo que, informándome, encontraré también argumentos que defiendan lo contrario, pero míos propios no tengo ninguno. ¿Qué ventajas puede tener la división? Mi profesor de Derecho replicaría con un “Pregúntaselo a los catalanes”, pero ese no es mi estilo.  



En otra clase de Teoría Sociológica Clásica, volvimos al debate del pacto social. ¿Qué pasa cuando alguien no quiere cumplir el pacto que ha firmado? Rousseau defiende que hay que obligarle a ser libre cumpliendo la Constitución, mientras que Montesquieu asegura que se debe cambiar la Constitución por las vías establecidas. Sin embargo, Rousseau también legitima una revolución si el Gobierno rompe el contrato social, si incumple sus promesas. Si ni los filósofos están de acuerdo, ¡cómo vamos a estarlo nosotros!



En Historia, la lectura obligatoria para esta semana trataba sobre la sociedad de las masas y el auge de las ciudades, tratando distintos temas coetáneos. El que más interesante me pareció es el de cómo el último cuarto del siglo XIX supuso la decadencia de los partidos de notables (burgueses y aristócratas que se financiaban la campaña electoral) y el nacimiento y llegada al poder de los partidos de masas, tan criticados hoy en día pero que tanta importancia tuvieron en su día para la democratización. Parecía que cualquiera podía llegar al poder (y así era y es, al menos en teoría) pero muchos filósofos y sociólogos se opusieron, pesimistas ante esta nueva sociedad de las masas. Gustave Le Bon aseguraba que las masas eran dogmáticas, intolerantes, irresponsables; tan solo una muchedumbre de ideas simples. Gabriel Tarde insistió en que los nuevos medios de comunicación de masas (una prensa al alcance del pueblo que apenas acababa de nacer) manipulaban a la gente y la gente votaría a quien se les dijera que debían ir a votar. Gaetano Mosca argumentó que en todas las sociedades hay dos clases: una dirigente que consigue legitimidad mediante fuerza, religión o elecciones, y una dirigida. Según Mosca, cualquier cambio político o social es el desplazamiento de una minoría por otra y, por tanto, la democracia es una mera ilusión.



Nada más empezar la clase, el profesor de Historia puso La Marsellesa. Cuando la canción terminó, dijo:

-¿Qué? ¿La piel de gallina? Como habréis supuesto, hoy vamos a hablar de nacionalismos.

Empezamos a debatir la diferencia entre identidad nacional y nacionalismo, sobre lo que ni nosotros ni los historiadores están de acuerdo. Luego, sobre la diferencia entre patriotismo y nacionalismo. ¿Llamamos patriotismo a lo que nos gusta y nacionalismo a lo que no nos gusta? El patriotismo es anterior al nacionalismo, los ilustrados y los redactores de la Pepa (Constitución española de 1812) se autodenominaban patriotas porque querían el progreso de su patria. Este patriotismo inspirado en la Revolución francesa es frontalmente rechazado por la Iglesia. Sin embargo, a finales del siglo XIX, la Iglesia se apropia de él, volviéndolo conservador y católico, hasta que, ya en el siglo XX, se justifican dos dictaduras (la de Primo de Rivera y la de Franco) con este nuevo nacionalismo.

Ante el auge del nacionalismo, el marxismo asegura que no es más que un movimiento burgués que engaña a las clases obreras para que crean tener intereses comunes con los burgueses de su tierra y no con las clases obreras de otras naciones. ¡Proletarios de todos los países, uníos!, decía Marx. No sé hasta qué punto tenía razón, pero los líderes nacionalistas de uno y otro bando son los de las cuentas en Suiza y Andorra.

También hablamos del nacionalismo banal tan extendido en la sociedad del consumo, el nacionalismo sin apenas connotaciones políticas de llevar una pulsera o una camiseta con una bandera.

-Lo hacemos constantemente sin darnos cuenta, está normalizado en nuestra sociedad -explicó el profesor.

Y, por supuesto, tuvimos que hablar de ese nacionalismo que ha tomado las calles españolas y catalanas en las últimas semanas.

-Ya no son solo las pulseras, también se ve a las masas con banderas a modo de capa de super man. Eso, más que nacionalismo banal, es un nacionalismo… ¡brutal! La bandera une, pero también excluye; es un símbolo, pero también un arma.

Por último, surgió la pregunta de la gallina y el huevo: ¿Qué fue antes, la nación o el nacionalismo? Los primordialistas defienden que tiene que haber una unidad cultural para que nazca el nacionalismo como toma de conciencia de que es una nación. Los modernistas, en cambio, dicen que las naciones son algo moderno: comunidades imaginadas que hacen que pensemos que tenemos más intereses en común con algún compatriota a cientos de kilómetros que con nuestro vecino que nació en otro país.


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