El destino no existe


27/10/17



Yo solía creer que las casualidades pueden llevar a bonitas coincidencias, a un futuro predestinado, a un final feliz. Que quien tiene que cruzarse en tu camino lo hará, tarde o temprano, porque, aunque el futuro se escribe cada día, puede actuar la suerte de vez en cuando. Pero qué voy a saber yo, si también pensaba que a la gente le gustaba tanto la República Independiente de Somosaguas como a mí y, sin embargo, muchos la odian. O que vivir en una gran ciudad lejos de tu origen sería un reto, una aventura, y no una amenaza que ha hecho que muchos universitarios vuelvan a sus hogares. Sé que somos diferentes, nunca lo he dudado, pero sigo sin ser capaz de reconocer al que es distinto a mí cuando lo tengo delante. Sigo sin ver las miradas de reproche hacia las pintadas de las paredes (para mí arte, para otros, vandalismo), los ojos tristes de quienes se ahogan en la morriña.

El martes Paula no vino a clase. Pregunté reiteradamente por ella, por si alguien sabía algo.

-Estará enferma -dijo Yi Lu.

No, no cuadraba. Ya había estado enferma la semana pasada y el lunes estaba perfectamente. La gente no enferma dos semanas seguidas, habiéndose recuperado en medio.

-No habrá querido venir a clase -sugirió otra persona.

Tampoco aquello tenía sentido. Paula era una alumna aplicada. Ella y todos, seamos honestos, que un 11’7 de nota de corte no está del todo mal, y de los 60 que somos casi nadie falta a clase y, si lo hacen, suele ser por enfermedad o por haberse quedado dormidos.

Dejé de lado el tema y me propuse enviarle un mensaje cuando llegara a la residencia o ya por la tarde. Sin embargo, en el autobús al salir de clase, hablando con Yi Lu y Nora, me dio por leer los mensajes del móvil.

-No puede ser… ¿Habéis visto el mensaje de Paula? -les pregunté.

Las dos negaron con la cabeza, confundidas.

-Lo deja.

En el grupo que tenemos las seis (Paula, Yi Lu, Nora, Elaia, Cristina y yo), Paula había enviado un mensaje, un par de horas atrás, diciendo que, tras haberlo pensado mucho, había decidido dejar la carrera.

Paula fue la primera persona de clase a la que conocí, sin contar Ana Pilar, a quien ya conocía de antes. La encontré el día de la presentación entre otras personas en la parada de bus y algo en su cara me dijo que era de confianza, por eso le pregunté a ella y no a otro si estaba en la parada de bus adecuada, después de haber fallado dos veces. A la tercera va la vencida. Y así fue. Entonces supimos que estudiábamos lo mismo y nos quedamos juntas para la presentación. Parecía el principio de una bonita amistad, parecía que el destino quería que nos conociéramos... Nos encontramos con Ana Pilar en la facultad y tuvo gracia porque las dos son de la misma isla, igual que otras dos chicas más en clase: cuatro personas de Gran Canaria.

-Últimamente cojo mucho la 160 o la 161 porque me dejan al lado de la residencia -había dicho Paula un día, hablando de las guaguas. Pero yo no había entendido eso, sino “Últimamente cojo mucho el asiento 60 o el asiento 61”. No estoy demasiado acostumbrada al acento canario ni Paula a que alguien pueda no entenderla, y discutimos sobre el sentido de aquella frase hasta que, cuando nos dimos cuenta del malentendido, no pudimos parar de reír.

Nos invitaba a chicles y protestaba por la inestabilidad del tiempo todas las mañanas, sin excepción. Cuando nos quejábamos de algo de la carrera, ella se callaba, y si le preguntábamos decía que ni siquiera estaba segura de estar en lo que le gusta.

-Miren si estoy perdida que me planteo hasta si lo mío no será Odontología.

¡Odontología, ni más ni menos! ¿Realmente tendría las cosas tan poco claras? Pero ese mismo día yo dije, ante el cada vez mayor número de estudiantes dejando nuestra carrera, que no podíamos marcharnos, que había que darle una oportunidad al curso.

-Aunque sea este cuatrimestre y luego ya lo que cada una vea.

-Sí, este año sí -dijo Elaia-. Ahora ya ¿a dónde podríamos ir? Está cerrado el plazo de matrícula.

El resto asintieron. El resto, menos Paula.

La guagua es el bus, fleje significa mucho, vosotros es ustedes pero tú eres tú. Cosas que quedan claras después de hablar una hora con un canario.

Paula dejó la carrera sin decirnos nada. Quizá debería haberlo sospechado. Nos hizo ver que no estaba cómoda pero no llegó a decir que se quería marchar, como con el colegio mayor. Cómo no sospeché nada…

Aquel día, al volver al colegio para comer, me encontré con João al bajar del bus. Fuimos juntos a comer y me contó qué tal le había ido el día. Después preguntó por el mío.

-Bueno… más bien mal. Una de mis mejores amigas deja la carrera. Y encima nos lo ha dicho por WhatsApp.

-Pues haz otros amigos -respondió él, con total naturalidad. Esperé que dijera que estaba de broma, algún gesto que lo indicase, pero no. Lo decía totalmente en serio.

Sin perder la esperanza, le dije que ya tenía más amigos, que esa no era la cuestión.

-Entonces no veo el problema.

Desde aquella frívola respuesta, creo que no he vuelto a hablar con él.

Le pregunté a Paula cuándo se iba, para quedar las seis y despedirnos. Dijo que todavía no lo sabía, suponía que la semana que viene, y me avisaría en cuanto lo supiera.

El miércoles fui a buscar un libro para el trabajo de historia: Métodos de propaganda activa en la Guerra Civil española. En nuestro grupo escogimos la propaganda de guerra. Aya hará la introducción, Ana Pilar hablará sobre la propaganda en la Primera Guerra Mundial, Ana en la Segunda Guerra Mundial y yo en la Guerra Civil. El libro no lo tenían en nuestra facultad, solo en la de Ciencias de la Información, y allá fui, a Ciudad Universitaria. Después de dar cien mil vueltas llegué a la biblioteca, pero todo mi gozo en un pozo, pues alguien había tenido la misma idea que yo y se había llevado el único ejemplar aquella misma tarde. La única opción que me quedaba era solicitarlo a la biblioteca de Filología e ir a buscarlo más tarde, pues lo tenían en el depósito. Esperé la condenada media hora y allá fui, en busca de la facultad de Filología y sin móvil porque “no tiene pérdida”. Pues me perdí. Pregunté a cuatro o cinco personas y solo algunas me supieron decir en qué dirección estaba. Absolutamente ninguna sabía exactamente dónde. Llegué a la facultad de Derecho y pregunté a una chica que giró a su alrededor diciendo:

-Espera que me ubique... Ahí está- sentenció, señalando al edificio de enfrente, a unos cien metros cruzando un pequeño bosque y sin acceso a la carretera ni señalización. Claro que no tenía pérdida.

-Es el mismo edificio para la facultad de Filosofía y de Filología, pero después hay otro edificio de Filología más arriba… -dijo la chica.

-Busco la biblioteca.

-Ah, entonces es ese edificio, primera planta, pasillo de la derecha y al fondo.

Le di las gracias y fui hacia allí. La facultad en cuestión no tenía ni siquiera el nombre por fuera, como el resto de facultades. Entré y nada señalizaba dónde está la biblioteca, así que seguí sin más el consejo de la chica de Derecho. Para ser una facultad de Filología, aquella gente parecía de pocas palabras.

Encontré la biblioteca, cogí el libro y volví a la residencia, cansada pero conociendo el campus de Moncloa de un extremo al otro. En el camino de vuelta, una especie de monumento metálico decía:


“A tu ausencia le hace falta un rostro. A tu rostro, probablemente un destino”.


A su lado, una fecha: 11 de marzo de 2004. Un poco más adelante, en frente de la Casa del Estudiante, un monumento más alto pero más estrecho decía:


A los voluntarios de las Brigadas Internacionales 22-X-2011

Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia

Dolores Ibarruri (1-XI- 1938)



Al día siguiente, en clase, les conté aquella pequeña aventura de encontrar el libro de historia a las demás chicas de mi grupo, y ellas se pasaron un buen rato riéndose de mi odisea.

El curso de oratoria empezó y cada día me gusta más. Disfruto con cada clase y creo que aprendo y hasta mejoro. Pero esas cosas nunca las veo, no las sé valorar. El otro día, por ejemplo, teníamos que pensar en una historia siguiendo la estructura simple, mientras escuchábamos una canción en bucle con auriculares. Dejándonos llevar por el ritmo, nuestra historia debía sonar parecida al ritmo y a la rima de la canción que hubiésemos escogido. Lo que pasa es que eso no nos lo dijo hasta después de haber terminado.

Escogí una canción de Ismael Serrano con la que había estado muy enganchada hace varios meses (aunque la canción en sí tenga más años que yo), Papá cuéntame otra vez, y escribí una historia entre la veracidad y la ficción. Cuando se acabó el tiempo, miré el pequeño esquema que había hecho y vi lo plagado de sentimiento que estaba. Me daba muchísima vergüenza decir aquello, y eso que desde que llegué he hablado varias veces en público, pero siempre diciendo algo de otro autor o mío pero que había tenido más de diez minutos para idear.

Miré mi esquema, insegura. Pablo, el profesor, me miró y dijo:

-Lugo, te toca.

Encima de primera, para colmo de males. Mientras hablábamos, debía sonar nuestra canción.

-Espera cuatro o cinco segundos de la canción y empieza -dijo Pablo.

La puse, insegura, y respiré hondo. Empezó el instrumental, miré a mi alrededor, comenzó la letra y me eché a hablar. Puse la canción con quizá demasiado volumen, por lo que tuve que hablar más alto de lo que estoy acostumbrada, ocasionando probablemente que mis palabras sonaran con más sentimiento todavía. Acabé la historia, me senté, y aunque los demás aplaudieron (como siempre cuando alguien sale a hablar), yo todavía sentía muchísima vergüenza.


El miércoles, en clase, el profesor de Derecho pasó lista y le pusimos al día sobre la gente que había dejado la carrera y sobre Carlos y Elena, los dos alumnos que no existían. Estaban en la lista y, en teoría, matriculados, pero nunca habían puesto un pie en clase. Le explcamos al profesor que Sergi había dejado la carrera porque lo habían cogido para otra, su primera opción.

-Sergi… ya decía yo que no era de fiar, tiene nombre de catalán -dijo el profesor gallego.

Sergi no es catalán, es alicantino, pero se fue a hacer Medicina a Barcelona. Medicina, ni más ni menos. Y yo que me quejaba de que Paula se plantease Odontología…

Tenemos que hacer un trabajo por grupos de distintos periódicos. Cada miembro del grupo tiene que leer uno (El País, La Razón, ABC o El Mundo) y el quinto miembro expone los artículos relacionados con la asignatura y cómo están enfocados de forma distinta en cada periódico. Esa semana me tocaba ser relatora y nuestro día es el miércoles, por lo que cada miembro leía su periódico esa tarde y me enviaban la síntesis antes de las 12 de la noche. El problema es que yo debía exponer al día siguiente, por lo que le pedí al profesor si los que teníamos que exponer el miércoles podíamos hacerlo el próximo día porque, de hacerlo el jueves, tendríamos que prepararlo de madrugada. Argumenté tan bien que hasta Isabel Serrano, la otra profesora que no sé muy bien qué hacía allí, me dio la razón. ¡Isabel Serrano dándole la razón a uno de sus alumnos! Estaré en desacuerdo en muchas cosas con la profesora de la pulserita de la bandera de España, pero esta vez me apoyó en la racionalidad. Sin embargo, el otro profesor no estuvo de acuerdo.

-Es que si lo cambio me desmonta todos los planes. ¿Le resulta imposible hacerlo para mañana?

Algo en su voz no me gustó y deduje que no merece la pena enemistarse con un profesor el primer mes de curso.

-Puedo intentarlo… -dije.

-Perfecto.

Antes de las 9 solo me habían enviado la información de sus periódicos dos personas. Fui a cenar y a las 9:30 a oratoria, pero como la gente llegó tarde, no empezamos hasta las 10 y acabamos a las 12. Ya de madrugada, me puse a hacer el trabajo de Derecho.

Después de que el profesor se pasara del tiempo explicando, empezamos tarde con las exposiciones y, cuando me tocaba a mí y ya había empezado a hablar, miró su reloj y dedujo que mejor salir cinco minutos antes que cinco tarde, así que ya expondría el próximo día. Lo miré, incrédula. ¿Después de haberle pedido expresamente dejarlo para el próximo día, después de haberlo hecho de madrugada, después de haber dejado para aquella tarde otro trabajo a entregar al día siguiente…? Me aguanté las ganas de criticar su decisión hasta que salí de clase pero, una vez fuera, me desquité para lo que queda de cuatrimestre.

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