Uno de octubre




1/10/2017



Espero que nadie haya malinterpretado mi última entrada (obviamente hago esta aclaración porque alguien la ha malinterpretado). Respeto la bandera española, pues es el símbolo de mi país, un país y una bandera que me pueden gustar más o menos y cuyas acciones voy a justificar siempre que sean justificables. No pretendía criticar a aquellos que se han vestido de rojo y amarillo como preparación para el 1-O, solo intentaba entenderlos. Ya tenemos unas autoridades que defienden la legalidad y la bandera; no es necesario tomar cartas en el asunto, escoger un bando, asegurarse de que la gente sabe que Madrid es territorio constitucional. Desde mi ventana, más que un acto de orgullo o patriotismo, parece una especie de preparación para una guerra de la que todos vamos a salir perdiendo. A día uno de octubre, me pregunto si ya solo caben 16 banderas dentro de la que compartimos.



La noche del 30 de septiembre, cené con los siniestros, como cada día desde entonces. Vinieron dos chicos sirios a los que no conocía. Uno de ellos, Abdul, estudia economía, lleva en España desde febrero y vivió la mayor parte de su vida en Rumanía. Está aprendiendo español pero, para facilitar las cosas, hablamos con él en inglés. El otro, cuyo nombre no recuerdo, lleva ya varios años viviendo en distintas provincias españolas (varias provincias andaluzas y diversos ayuntamientos de Madrid) y ahora está en la Complutense haciendo un master. Habla un español excelente que solo delata su procedencia en un leve acento. Conoce gran parte de la geografía española e incluso había oído de las distintas lenguas que cohabitan en el país. Jarama, el perro guía de Aina, se asomaba por debajo de la mesa de vez en cuando, mirándote fijamente a la espera de que compartieras tu cena. A alguien se le ocurrió que Jarama podría ser una pitonisa y decidieron lanzarle patatas o trozos de pan después de formular una pregunta. Si los pillaba al vuelo, la respuesta mágica era que sí. Si se le caían, significaba que no.

-Pitonisa Jarama, los pobres chavales que lleguen nuevos a partir del 7 de octubre, ¿tendrán que pasar por las novatadas?

El 7 de octubre es el día en que, teóricamente, terminan los rituales de iniciación. Las novatadas, vaya. Alguien lanzó una patata y Jarama la atrapó en el aire. La respuesta era sí.

-Ay, pobres…

-Pitonisa Jarama, ¿mañana habrá referéndum? -preguntó Cristian.

El trozo de pan le dio en el hocico, rebotó y cayó al suelo. No.

-Pitonisa Jarama, ¿Cataluña se va a independizar?

Tampoco acertó a coger esa patata.

-Déjala, no tendrá hambre -dijo Leyre.

Después de cenar, fuimos a jugar al futbolín. Los dos chicos sirios que aseguraron nunca haber jugado antes nos dejaban en ridículo al resto de los mortales. Jugué un partido con Abdul, contra Olga y Esteban, un chico muy simpático pero pésimo jugador de futbolín, y ganamos por goleada. Después de estar toda la cena escuchando a Esteban hablar, preguntándome si sería gallego, dijo algo sobre Ponferrada.

-Ah, ¿eres de Ponferrada? Ya decía yo, tu acento me sonaba medio gallego, pero me daba no sé qué preguntarte.

-Es cierto, tienes bastante acento gallego -puntualizó Cristian.

Hablamos un poco sobre acentos e idiomas de España.

-Pero yo no hablo gallego. Es decir, lo entiendo y tal, pero nunca lo he estudiado ni nada.

Para no hablar gallego, se sabía la canción de Sin Chan en gallego, conocía o peto máxico de Doraemoon, sabía que Casper no era Casper sino Gasparin…

-¿Qué pasa? De pequeño veía los dibujos en Xabarín Club. ¡Y ponían mi foto por mi cumpleaños!

Nos pusimos a hablar sobre el tema ante la extrañada mirada del resto del personal, que no se creían que en Galicia (bueno, y en Ponferrada) tradujeran los dibujos animados.



Estábamos todos expectantes ante los sucesivos partidos de futbolín. Todos menos uno. Julio estaba sentado con el móvil en la mano, la espalda apoyada contra el respaldo y la mirada ausente.

-Mañana se va a liar -dijo, sin más. Todos sabíamos de lo que hablaba. Mañana era 1 de octubre.

Y llegó el 1 de octubre. Por la mañana, nada más salir de la residencia, vi varios buses aparcados. Uno de ellos, de matrícula vallisoletana, tenía el nombre Catalina escrito con letras muy grandes en el lateral. En vez de leer Catalina, leí Cataluña. Vaya jornada me esperaba…

Al mediodía, comiendo con los siniestros, Julio dijo el número de heridos que iban ya en Cataluña. Leyre le dijo que no se lo tomase tan mal, que la gente ya sabía lo que iba a pasar y no tenía sentido ir a votar en un referéndum ilegal y no vinculante.

-Así que no había otro modo de parar el referéndum que a palos.

-Si no te hacen caso…

-El fin justifica los medios, ¿no? Qué maquiavélica eres…

Entendía el enfado de Julio pero también la justificación de Leyre. Siguieron hablando sobre política e historia.

-La guerra de la independencia fue nuestro primer gran error como país -aseguraba Julio-. ¡Francia nos traía la Ilustración!

-Francia era un imperio, nos quitaban un rey para poner otro.

-¿Qué es mejor, un imperio o una monarquía absolutista? Nos hubiera ido mucho mejor quedándonos con Francia… Nos independizamos para retroceder socialmente y desde aquella estamos condenados.

-Qué pesimista eres -le dije, riendo. Él se encogió de hombros.



Por la tarde, quedé con gente de clase por el centro. Mientras esperábamos al lado de la boca del metro por las últimas personas en llegar, vimos un grupo muy numeroso de gente acercándose, envueltos en banderas de los mismos colores. Nos asustamos por un momento, pero pronto vimos que eran chavales de nuestra edad y que, además, iban en pijama. No eran extremistas de ningún tipo. Tan solo eran novatadas.

Después de dar una vuelta y tomar algo, nos acercamos a la Puerta del Sol. Aya, una valenciana que hasta este año había querido ser periodista de guerra, quería ir a sacar fotografías. Los demás también teníamos curiosidad.

La manifestación apenas había empezado y la plaza ya estaba a rebosar de gente. Se veían, sobre todo, banderas republicanas, pero también catalanas, gallegas, vascas, andaluzas, de distintos sindicatos y de algún partido político. Según me contaron, la manifestación, que llevaba mucho tiempo convocada, era por la república, pero a raíz de los acontecimientos, en las últimas semanas se había añadido la autodeterminación de los pueblos como tema principal. En cierto momento, un grupo de ultraderechistas con actitudes violentas se acercaron por una de las calles. Los participantes en la manifestación se disponían a plantarles cara, girándose hacia ellos y gritando “Madrid será la tumba del fascismo” y “No pasarán”, pero la policía pudo evitar un choque. Logró sacar a los ultras de allí para que la manifestación pudiera seguir en paz y no hubo que lamentar ningún enfrentamiento.

Se oían cánticos como “Rajoy dimisión”, “Que no, que no, que no nos representan”, “España, mañana, será republicana” … Me llegó a agradar aquella combinación variopinta de banderas que parecían poder convivir en paz, hasta que empezaron a gritar “Vergüenza me daría ser policía”. En ese momento estalló la burbuja, desconecté de la manifestación y dejé de sentirme representada. Al mismo tiempo que unos policías pegaban a catalanes por querer votar (lo cual me parece una auténtica barbaridad), otros policías acababan de echar a unos ultras que venían a hacernos daño. Al mismo tiempo que cumplen lo que les ordena un gobierno de derechas, protegen una manifestación republicana y de izquierdas. Esa generalización me recuerda, salvando las distancias, a la de “Todos los musulmanes son terroristas”. ¿Cómo pueden corear la primera y negar rotundamente la segunda?

Alguien propuso ir a cenar a 100 montaditos, pero empezaba anochecer y no me apetecía volver tarde. Aya también fue a coger el metro conmigo. Dijo que, en su zona, de noche, no había nadie por la calle, y había grupos de jóvenes con los que no se quería encontrar y por eso volvía temprano. Asentí, comprendiendo. Aya es buena persona, buena estudiante y buena fotógrafa, pero para muchos eso da igual mientras siga siendo mujer, joven y musulmana. En la residencia, vi más novedades sobre Cataluña. Si ya ocupaba casi todas las portadas en septiembre, se convirtió en el único tema posible de conversación aquel 1 de octubre. “Mañana es 2 de octubre”, me dije, “las cosas mejorarán a partir de entonces. Porque no pueden empeorar, ¿verdad? No pueden…”


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