Argumentos, razonamientos y evidencias
20/11/17
El pequeño grupo de
chicas de Amnistía Internacional de la UCM conseguimos recoger más de 200
firmas en dos días. Las nuestras sumadas a las de los demás grupos
universitarios y locales de Madrid, los demás grupos de España… Uno más uno,
porque sumando nuestras fuerzas se puede cambiar el mundo.
Y, por fin, después de
semanas y semanas preparándonos, llegó el viernes. El V Torneo de Debate del
CMU Isabel de España. ¿Conseguiría una mayor integración solucionar los
problemas que afectan actualmente a la Unión Europea? El jueves por la tarde,
después de repasar por enésima vez nuestras posturas a favor y en contra, Paco,
el preparador, nos dijo que la mejoría en el mes o así que llevábamos
preparando el torneo era impresionante. Aseguró que estábamos preparados para
plantar cara a equipos que llevaban años debatiendo. Nos pidió que, cuando
estuviéramos delante de los jueces, con la cuenta atrás presionándonos para
hablar, saliéramos con dignidad y no bajásemos la cabeza ante el equipo
contrario. Dijo que le daba igual si nos poníamos nerviosos y lo olvidábamos
todo, si decíamos insensateces o cosas sin sentido, siempre que lo hiciéramos
dispuestos a comernos el mundo y dar un poco de guerra al otro equipo.
Habíamos quedado con Paco
un par de horas antes del inicio del torneo, pero a Alberto le parecía que era
salir demasiado temprano y dijo que fuéramos José Luis y yo primero. Ya en la
estación de Moncloa, a José Luis le dio por preguntar si haría falta el DNI
porque él no lo llevaba. Perfecto, media vuelta al colegio. Al final, salimos
los tres juntos.
La razón por la que
éramos tres y no cuatro es simple: la cuarta miembro del grupo había faltado
reiteradamente a las preparaciones del debate y, cuando le preguntamos si
estaba dispuesta a venir los tres días que quedaban, dijo que tenía exámenes.
Al parecer, se había sentido forzada a presentarse, solo había ido para acompañar
a Alberto. Paco, tan directo como siempre, le dijo que no hacía falta que
volviera a venir, y ella no volvió. Intentamos meter a Julio en el grupo pero
Pablo, el profesor de oratoria, no nos dejó, alegando que en tres días no se
prepara un debate. Y así fue como el CMU Antonio de Nebrija fue representado
por un introductor andaluz, un doble refutador canario y una conclusora
gallega.
Llegamos bastante más
tarde de lo que le habíamos dicho a Paco, pero igualmente mucho antes de que
empezase el torneo. Paco nos estaba esperando en la cafetería, pero vaya con la
cafetería, con una terraza cubierta y cervezas por un euro. Uno de los
organizadores nos enseñó el colegio y nos llevó hasta una pequeña sala con una
mesa y sillas para prepararnos para el debate. Una vez allí, dije:
-He estado en hoteles
bastante peores que esto.
Aunque, pensándolo
fríamente, he estado en pocos hoteles mejores que aquel colegio mayor. Jardín
con fuente, piscina exterior, pista polideportiva, un salón de actos
impresionante… Cuando entramos en el salón de actos para la presentación, nos
sorprendieron dos cosas. La primera, la edad de la mayoría de la gente. En un
debate académico universitario puede participar cualquier estudiante
universitario que haya nacido a partir de 1992, y muchos de los presentes nos
sacaban varios años. La segunda, la ausencia de chicas. Apenas seríamos un
veinte o como mucho treinta por ciento de los participantes. Desconozco si
participaban muchos colegios mayores masculinos o si simplemente el debate
llama más la atención a los chicos. O si hay otra explicación.
Había colegios mayores,
residencias y sobre todo universidades. Estaban la Complutense, la Autónoma y
varias universidades madrileñas públicas y privadas, pero también la
Politécnica de Valencia, un colegio mayor de Barcelona y un par de equipos
andaluces.
Esperando la ceremonia de
apertura, pusieron la música de Juego de Tronos. Nos reímos, esperando que
aquello no fuera algo premonitorio. Comentándoselo por WhatsApp a una amiga,
dijo que no me preocupase, que en Juego de Tronos mueren más los hombres que
las mujeres. La estadística estaba conmigo.
Justo antes de que
empezase la ceremonia, aparecieron Julio y Leyre que, si bien no debatían, para
nosotros formaban parte del equipo. También vino Manuel, socio de Paco y que
nos había ayudado a preparar el debate. Y, por supuesto, vimos a Pablo,
profesor de oratoria y preparador de un grupo contra el que nos enfrentaríamos
más tarde.
No nos tocaba debatir
hasta las 4 de la tarde, por lo que fuimos a ver a otro grupo, el CMU San Pablo
contra la Politécnica de Valencia, para ver cómo funcionaba exactamente. Entre
las ocho personas de ambos equipos, solo había una chica de la Politécnica.
Empezó el debate con dos introducciones demasiado rápidas, que apenas si se
podían entender. Los refutadores de ambos equipos tenían un pésimo dominio del
espacio; se aferraban al atril como marineros en una tormenta, temiendo perder
el timón. Uno de los equipos no tenía ninguna evidencia, el otro las sostenía
con manos terriblemente temblorosas. El San Pablo calculaba tan mal el tiempo
que se quedaban cortos constantemente, una vez cuarenta segundos y la otra un
minuto. Dos faltas leves que penalizan. Salimos de aquel debate con la moral
subida por vernos capaces de ganar a cualquiera de aquellos dos equipos.
Comimos allí y esperamos a la hora de nuestro primer debate que tendría lugar
en el salón de actos.
Debatir en un salón de
actos inmenso y medio vacío es extraño, pero no me disgustó del todo. Tenía
espacio de sobra para moverme en el escenario y, al estar en un plano distinto
al de los jueces, no me sentía intimidada por ellos. El otro equipo era el del
Isabel, los organizadores, y obviamente tenían mucha más experiencia que
nosotros. Nos tocó la posición a favor y la defendimos como pudimos, a veces a
golpes imperfectos de quien no sabe lo que hace, otras acertando de lleno en
nuestros azarosos intentos de no hacer el ridículo. Salimos contentos de
nuestro primer debate, anotamos los fallos que nos comentaron los jueces en el feedback y, una vez fuera, Paco dijo que
el otro equipo sabía lo que estaba haciendo y nosotros habíamos sido capaces de
plantarles cara.
Bastante gente del
Nebrija vino a vernos. Bueno, miento, no vinieron a vernos; venían a ver a
Alberto, su líder. Como representante de los colegiales de nuevo ingreso, el
carismático Alberto se ha ganado el aprecio de amplios sectores del colegio
mayor. Recuerdo aquel día, cuando yo apenas llevaba una semana, y en una de
aquellas rutinarias reuniones con el director, Alberto aseguró que todo iba
bien y ya conocía a todos los colegiales porque ya había hablado con todo el
mundo. Algo enfadada por el tema de las novatadas, estuve a punto de levantarme
y preguntarle que quién era, que yo no lo conocía. Días después descubrí que él
sabía mi nombre. Pasó más de una semana hasta que yo lo supe llamar de otra
forma aparte de “el chico ese moreno y delgado, el canario”. En su defensa, he
de decir que no es mal chico; de hecho, gracias al torneo de debate se ha
convertido en uno de los no siniestros que mejor me caen de todo el colegio.
Quedaban más de dos horas
para nuestro segundo debate contra el equipo de Pablo, por lo que fuimos a la
cafetería. Repasamos brevemente nuestras posturas a favor y en contra y
desconectamos del tema, charlando sobre otros asuntos. Hacía tanto calor que me
empezó a doler la cabeza y salí un rato al aire fresco de la noche. Pablo pasó
por allí, camino de la cafetería.
-¿Qué, te has enfadado
con tu equipo? -preguntó
-Qué va, salí un poco,
que me dolía la cabeza.
-¿Te duele la cabeza?
Pues que te siga doliendo, a ver si así os ganamos -dijo, riendo.
Enseguida salieron José
Luis y Julio, aburridos del tema de conversación de la cafetería. Allí fuera
había bastantes chicos en traje (porque, insisto, las chicas éramos una clara
minoría) y Julio, un obsesionado de vestir bien, nos explicó cómo escoger los
zapatos, cómo saber si el traje era de la talla correcta, cómo combinar la
corbata… José Luis, que había tomado prestado un traje que claramente no era de
su talla, pues no tenía ninguno suyo propio, apenas podía aguantarse la risa
ante las explicaciones de su amigo. A veces dudamos de si Julio realmente
quiere participar en un torneo de debate por el mero hecho de debatir o por
tener una excusa para vestirse de traje.
Ya era noche cerrada.
Julio miró su reloj de bolsillo (sí, de bolsillo, recordemos que este es el
mismo chico que está obsesionado con los trajes); faltaban unos minutos para el
siguiente debate. Fuimos a la sala donde nos tocaba debatir. No era el salón de
actos ni se le parecía. Tan solo era un aula de mediano tamaño, con sillas
orientadas hacia el atril. Nos sentamos en una de las mesas y observamos al
otro equipo; parecían de nuestra edad. Por entre el público, reconocí a Paco,
que nos miraba sin expresión alguna, y Manuel, que asentía despacio con la
cabeza. También estaba Pablo, con su usual mirada desafiante, y gente del
Nebrija que se habían quedado toda la tarde para vernos debatir. O mucho
querían al Nebrija, o mucho querían a su líder.
Nos volvió a tocar la
posición a favor, para mi alegría, para decepción de Alberto. José Luis nunca
llegó a decir cuál prefería. Alberto se vino arriba en la refutación y empezó a
subir la voz y hasta darle golpes al atril. Mi conclusión no fue del todo
acertada; lo había hecho mejor en el primer debate. Nos dimos la mano con el
otro equipo y cualquier mal rollo que pudiera haberse generado en la
competición se disipó enseguida. El otro equipo dijo que les daba la sensación
de que les habíamos ganado y nosotros no lo dijimos, pero estábamos de acuerdo.
Volvimos toda la peña del Nebrija juntos al colegio, aunque más que una peña, a
mí me seguían pareciendo el club de fans de Alberto.
La mañana del sábado me
desperté con tiempo y bajé a desayunar. Me senté en una mesa vacía y en seguida
vino Miguel y se sentó conmigo. Hablamos de los debates del día anterior y de
cómo él, con su experiencia de un año en debate, nos había visto. La gente de
la mesa de al lado, al escucharnos, preguntaron:
-Es verdad, lo del
debate, ¿cómo le ha ido a Alberto?
No cómo le había ido al
Nebrija, al equipo, a los chicos… No. Cómo le había ido a Alberto.
Como estaba cansado,
Miguel decidió volverse a dormir e irnos a ver en el siguiente debate.
-Porque a octavos de
final pasáis fijo, maloserá.
Esta vez fuimos puntuales
y llegamos al Isabel a las 10. Nuestro debate empezaba a las 11. Nos sentamos
en un salón con chimenea y nos reímos de las instalaciones lujosas del colegio,
comparándolas con las básicas, funcionales y antiguas instalaciones del
Nebrija. Pero oye, nosotros tenemos una silla en la que se sentó Franco.
Llegó el equipo contrario
y entramos en la sala, la misma en la que habíamos debatido contra el Foro
Debate Caminos, el equipo de Pablo. El equipo rival era el CMU San Pablo II,
tres chicos del mismo colegio mayor que los que habíamos visto el viernes
contra la Politécnica de Valencia. Sortearon las posiciones y nos tocó en
contra.
Nuestra posición en
contra era muy arriesgada, ya lo sabíamos. Pero no nos merecíamos que, nada más
empezar el debate, una de los jueces se pusiera a negar con la cabeza, cerrando
las puertas para una idea que todavía no habíamos explicado. José Luis hizo su
mejor introducción hasta el momento, Alberto volvió al discurso intenso y casi
violento (pero eficaz) del día anterior. Y llegó mi turno.
Ya no estaba nerviosa.
Había hecho aquello las suficientes veces para confiar en mí. El día anterior,
los jueces en el feedback me habían
aconsejado caminar más acorde a mis argumentos, acompañando el discurso, y
mirarlos más. Así hice. Me desplacé despacio a medida que explicaba cómo
habíamos demostrado a lo largo del debate el fracaso de los razonamientos del
equipo contrario, mirándolos de vez en cuando, pero sobre todo mirando al
jurado. Ya no negaban con la cabeza, ya no parecían habernos condenado a la
derrota por una tesis con la que no comulgaban, y por un momento creí que era
posible, que la conclusión podría salvar el debate. Indudablemente, hice la
mejor conclusión hasta el momento. Salimos contentos, seguros de nuestra
victoria, y bromeamos sobre cómo Alberto parecía un dictador golpeando el atril
al son de la violencia de sus palabras. Cuando los jueces nos llamaron para
recibir el feedback, teníamos
esperanzas. Pero, en el momento en que empezaron a hablar, desaparecieron.
Los dos jueces, un chico
y una chica que apenas tendrían algún año más que nosotros, atacaron nuestra
línea argumental, tachándola de imposible, irracional… Pero nos reconocieron
una introducción, dos refutaciones y una conclusión excelentes. Destacaron
aspectos a mejorar, cierto, pero cuando llegaron a la conclusión, dijeron todo
lo que había hecho bien y no se les ocurrió nada que, al menos de forma
destacable, había hecho mal. El otro equipo carecía totalmente de evidencias,
uno de los tres pilares de cualquier tesis (estructura are: argumento,
razonamiento y evidencia), no hablaban con claridad, en vez de una conclusión
hicieron una tercera refutación… En fin, un caos. Y, aun así, a pesar de que su
tesis se cogía con pinzas y que todo lo demás se tambaleaba, supe que
probablemente no hubiéramos ganado aquel debate.
De haber sabido los
resultados antes, le habría espetado a la jueza que no podía cerrarse en banda
a nuestra tesis, que cualquier cosa se puede defender y nosotros lo habíamos
hecho destacablemente bien, y habría citado a Antonio Machado, añadiendo: “Es
propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les
cabe en la cabeza”.
Pero no sabía los
resultados y la esperanza es lo último que se pierde.
Fuimos al salón de actos
para el anuncio de las clasificaciones. De nuevo, la banda sonora de Juego de
Tronos. La espera se me hizo eterna. Estaba muy orgullosa, tanto de mí como del
equipo, y decidí que, pasara lo que pasase, habíamos hecho un buen trabajo. Me
preparé para la inminente caída.
Salieron los resultados.
El Isabel iba en primera posición, con tres de tres victorias y una nota de 7.
El Nebrija, último del grupo, con ninguna victoria y menos de un 5 de nota.
En cuanto salió el penoso
resultado de nuestro colegio, a mi izquierda sonó un crujido. Era Paco que,
mirando fijamente a la pantalla del proyector, había aplastado con las manos la
botella de agua. José Luis se echó a reír y Manuel tampoco apartaba la vista de
los resultados, con la boca abierta y las cejas elevadas, claramente
sorprendido.
Lo primero que se me pasó
por la cabeza fue el pobre Miguel, que se levantaría con resaca pero dispuesto
a venir a vernos en octavos de final. Cómo decirle que se volviera a dormir,
que no habíamos pasado.
También pensé en Julio y
Leyre, que no nos habían venido a ver, pero habían estado con nosotros todo el
viernes. También se interesarían por los resultados. Y también se
decepcionarían al descubrirlos.
Por un momento me sentí
mal por Paco y Manuel, por lo decepcionante que debe ser preparar a un equipo
que no pasa de la fase de grupos. El equipo de Pablo, en cambio, había pasado a
la siguiente fase con dos victorias: contra nosotros y contra el CMU San Pablo.
Todo el mundo hablaba al
mismo tiempo y apenas se entendía nada. Salimos del salón de actos sin decirnos
ni una palabra y, una vez fuera, esperamos a que alguien dijera lo que todos
pensábamos, que ya era hora de irse. Manuel vino y nos aseguró que lo habíamos
hecho genial, que los resultados no hacían honor a lo bien nos habíamos
defendido, que los jueces suelen ser muy subjetivos y que, desgraciadamente,
también había mucho politiqueo de por medio. Paco secundó sus palabras, pero
parecía demasiado enfadado para aportar algo suyo propio. Cuando estábamos a
punto de irnos, Pablo se acercó con una sonrisa entre burlona y amistosa.
-Alegraos un poco, ya
ganaréis el siguiente torneo. ¿Y esas caras? Venga, chicos, que es sábado.
Al salir, pasamos al lado
de su equipo, el Foro Debate Caminos, que estaban charlando fuera.
-¿A dónde vais? ¿Os han
eliminado? -nos preguntaron.
Hablamos sobre la
injusticia de los resultados, lo imposible que era que el CMU San Pablo hubiera
conseguido más nota que nosotros con lo mal que lo hacían y cómo ellos creían
que los iban a eliminar en octavos. Pablo salió y, al vernos charlando, dijo:
-¡Equipo, no habléis con
esa chusma!
Nos reímos, nos
despedimos y volvimos, camino del Nebrija.
Aquella tarde, intentando
estudiar, no podía quitarme la tristeza de encima. No por haber perdido, que en
el fondo me da bastante igual, sino por el hecho de que se hubiera terminado.
Tanto trabajo, tantas horas preparándolo, tanta alegría, tanta rabia, tanta
ilusión… y todo se había terminado.
Como forma de poner punto
y final al primer paso de una carrera de fondo (porque, sobre todo a raíz de
nuestra derrota, pienso ir a cada torneo de debate que me sea posible), y en
respuesta a textos bonitos que pusieron Paco y Manuel por el grupo de WhatsApp,
les escribí un texto algo larguillo. Esto es un fragmento:
“Qué recuerdos... y qué
pena que se haya terminado. Ya lo sé, que lo bueno si breve dos veces bueno,
que habrá más torneos, que algún día pasaremos de la fase de grupos
convenciendo al jurado de que la normalización no es una locura que se nos ha
ocurrido hace diez minutos.
No tengo argumentos,
razonamientos, ni mucho menos evidencias para defender la tesis de que lo hemos
petao en las tres derrotas, ni tampoco cuento con un exordio cursi como que «La
única derrota es no haber intentado nada», porque mi tesis no se apoya en la
objetividad que debe caracterizar a los jueces, sino en la subjetividad que nos
sobra a las personas.
Podría acabar con una
estructura circular diciendo que subjetivo también es el tiempo, que esto ha
pasado volando pero de la memoria no se irá tan rápido. Pero, para qué
engañarnos, si a mí lo que me gusta es acabar con un exordio sobre el fútbol,
deporte al que, por cierto, le tengo declarada la guerra.
No ha habido manera de
ganar el partido; no importa. Las victorias se olvidan, los ganadores se
relevan y los premios se estropean. Pero lo que nunca desaparece es el recuerdo
de un partido en que hicimos sudar al equipo contrario.”
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