La Resistencia
Volver a Madrid después de un mes en el pueblo se hace raro. Aunque no puedo evitar reconocer que echaba de menos el transporte público, las actividades constantes y el no parar de una ciudad con tanta prisa que parece haber olvidado lo que es el descanso. Lo que es el silencio absoluto del amanecer en la sierra, tan solo interrumpido por el canto de los pájaros y, como mucho, las pocas vacas que quedan en el pueblo bebiendo del pilón. Por inevitable que sea su muerte, por muy cerca que esté de llegar, no puedo evitar repetirlo: ¡larga vida a los pueblos pequeños! Mis queridos siniestros soportaban el principio de curso entre la frustrante impotencia y el inevitable conformismo que ocasiona nuestro papel en las novatadas. Veían a los nuevos siendo acosados sistemáticamente “por su bien”, siguiendo un paternalismo llevado al absurdo, un autoritarismo sin posible justificación, porque siempre primaría la libertad de los nuevos sobre su supuesta integración, incluso si no hubiera alte