La Resistencia

Volver a Madrid después de un mes en el pueblo se hace raro. Aunque no puedo evitar reconocer que echaba de menos el transporte público, las actividades constantes y el no parar de una ciudad con tanta prisa que parece haber olvidado lo que es el descanso. Lo que es el silencio absoluto del amanecer en la sierra, tan solo interrumpido por el canto de los pájaros y, como mucho, las pocas vacas que quedan en el pueblo bebiendo del pilón. Por inevitable que sea su muerte, por muy cerca que esté de llegar, no puedo evitar repetirlo: ¡larga vida a los pueblos pequeños!

Mis queridos siniestros soportaban el principio de curso entre la frustrante impotencia y el inevitable conformismo que ocasiona nuestro papel en las novatadas. Veían a los nuevos siendo acosados sistemáticamente “por su bien”, siguiendo un paternalismo llevado al absurdo, un autoritarismo sin posible justificación, porque siempre primaría la libertad de los nuevos sobre su supuesta integración, incluso si no hubiera alternativas para hacer amigos. Pero, aún encima, hay alternativas. Nosotros somos la evidencia de ello.

Cuando llegué, me informaron de que dirección había logrado que se nos dejase de llamar siniestros, para llamarnos la Resistencia. Un mero eufemismo para la misma realidad de marginación a la que nos someten. Pero la cuestión nominal no es un asunto menor; las realidades sociales no existen plenamente hasta que no se les pone un nombre, y nuestro nuevo nombre hace bastante más honor a la causa y la realidad social que representamos. A lo largo de la historia, ha habido resistencia contra los fascistas, contra los nazis, contra potencias colonialistas o invasoras, contra el capitalismo, contra el imperialismo, contra cualquier poder opresor… y ahora, nosotros somos la Resistencia contra las novatadas. No negamos ser siniestros, ya se ha convertido en parte de nuestra identidad y reivindicamos el orgullo siniestro. Pero tampoco debemos olvidar que lo verdaderamente siniestro es la obligatoriedad de las novatadas, la opresión al librepensador, el aplastamiento de cualquier disidencia. Lo siniestro es legitimar un acoso justificado por ser tradición, apoyar un modelo jerárquico porque siempre ha sido así, marginar al que protesta antes siquiera de escuchar sus argumentos. Pero si los siniestros somos nosotros, aunque ahora nos llamen la Resistencia, reivindicaremos por siempre el orgullo de ser diferentes, el orgullo de pensar por nosotros mismos, el orgullo de aceptar la diversidad… el orgullo siniestro.


-¿Hemos terminado todos? -me pregunta Alberto tímidamente. Su condición de nuevo fuerza esa falsa humildad que no es otra cosa que miedo.

-No, pero en el desayuno cada uno llega a una hora y tenemos clase después a distintas horas, entonces comes y te vas -le expliqué. Me gustaría decirle que en cualquier comida debería poder marcharse si tiene prisa antes de que los demás de su mesa terminen, pero no quiero que sin quererlo acabe enfrentándose a un veterano por aquella tontería.

-Ah, vale, ¿entonces en el desayuno hay más libertad?

¿En qué momento los nuevos permitieron que chavales uno y dos años mayores que ellos racionaran su libertad? ¿En qué momento los veteranos se creyeron con el derecho para hacerlo? ¿Por qué todo el mundo lo acepta como una realidad previamente construida sobre la que no pueden actuar? ¡Es un maldito delirio colectivo!

-Sí, claro. Que tengas un buen día.

-Igualmente. Hasta luego -añadió mirando al resto de la mesa.

Veo cómo se marcha mirando el reloj; quizá llegue tarde a clase. He hablado más veces con él y sabe de sobra que las normas de las novatadas me dan igual. No, no me dan igual, la indiferencia implicaría neutralidad. Estoy en contra de las novatadas, y punto. Lo sabe, pero lo que probablemente no sepa es que los tres chicos a mi lado también son parte de la Resistencia, y los demás de la mesa son nuevos como él. El contexto en el que estamos permite que cada uno haga lo que quiera, pero los pobres nuevos tardarán semanas en saber quiénes son veteranos y, entre ellos, quiénes son los más acosadores.

Salgo del Nebrija en manga corta y, aunque tengo bastante frío, sé que en un par de horas me sobraría cualquier chaqueta. El tráfico es lento, lo dirige un policía. A su lado, un coche patrulla está estacionado en medio de uno de los carriles. Detrás del coche, un motorista yace en el suelo, todavía con el casco puesto. Una mujer de rodillas a su lado parece hablar con él. Veo la moto tirada unos cuantos metros calle abajo. Se oyen otras sirenas: la ambulancia se acerca en dirección prohibida. Nada más detenerse, baja un hombre que acude a socorrer al motorista con paso ágil. Los coches alrededor esquivan la escena, con prisas, evitando empeorar la caravana que se ha formado. El motorista parece estar consciente. Lo pierdo de vista antes de que se lo lleve la ambulancia.




En el Nebrija, antes de que me dé tiempo a asimilar la nueva situación y hablar con algunos nuevos en ausencia de veteranos, me entero de que una chica a la que ni siquiera había visto nunca se ha marchado. Llevaba en el colegio pocos días y ya no había sido capaz de soportar las novatadas. Se llamaba Eva. Se sigue llamando Eva, pero ha tenido que abandonar su proyecto de estudiar en Madrid y volver a su pueblo porque no soportaba la tortura de las novatadas.

Todos los años pasa lo mismo. A veces uno, a veces tres, a veces ocho chicos y chicas nuevas dejan el colegio mayor por culpa de las novatadas. La primera semana que pasé en el Nebrija conocí a tres chicas que confesaron que se habrían marchado en pocos días si no nos hubieran conocido.

La Resistencia somos los que conseguimos reunir la fuerza suficiente para luchar contra el sistema hegemónico de novatadas. Para no seguir el totalitarismo dictatorial de unos veteranos que se otorgan a sí mismos el poder para obligarte a hacer lo que les dé la gana, sin más límites que su propia imaginación. El año pasado éramos casi una veintena y este año ya llevamos 7 nuevos fichajes, y sumando. Se nos sigue marginando, se nos sigue menospreciando, se nos sigue insultando y a veces hasta amenazando, pero aquí no se rinde nadie mientras siga habiendo lesionados por novatadas, comas etílicos, miedo constante, vejaciones, humillaciones y hasta acoso. No nos callaremos mientras se siga marchando gente porque no aguanta más este colegio al que llaman secta, mientras siga habiendo Evas en el Nebrija. Mientras lo antisistema sea defender la libertad frente a la obligatoriedad de las novatadas. Mientras la integridad física y moral de los nuevos esté en manos de los veteranos, y el resto del mundo legitime este maldito bullying.


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