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Mostrando entradas de 2019

Nunca es final de mes

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Habíamos quedado a las ocho y media para desayunar, pero a esa hora no había nadie. Al poco tiempo bajaron Charlie y Nerea. Todavía faltaba Andrea. La llamamos varias veces mientras desayunábamos. No cogía el teléfono. Al terminar de desayunar, Mimón fue a su habitación en el Teresa (Andrea es una de las exiliadas por el incendio) y, en efecto, seguía dormida. Entre esperarnos a unos y a otros, salimos del Nebrija hacia Moncloa diez minutos antes de la hora a la que salía el bus. Andrea insistía en pensar en un plan B por si no llegábamos al bus, pero a mí no me cabía nada más en la cabeza. Solo tenía un objetivo: llegar a ese maldito bus. Si el bus de iba delante de mis ojos, entonces ya pensaría en alternativas, como esperar una hora al siguiente o ir a otro sitio en vez de Navacerrada. Pero, mientras no llegase a la dársena, solo podía pensar en el bus de las 9:45. Mimón, tras haber ido a buscar a Andrea, salió un poco más tarde. No creíamos que pudiéramos llegar nosotras; que fues

Tengo prisa, llego tarde

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Madrid, siempre con tanta prisa, termina por acabar con las personas, convertidas en cuerpos con prisa, que llegan tarde y se estresan, se agobian, se empujan para llegar un segundo antes. Corro para coger el bus; el conductor nos avisa mediante señas de que entremos por la puerta trasera. Se abre y las personas de dentro se juntan un poco más para hacernos un pequeño hueco. Dentro del autobús hace mucho calor, huele a sudor y no existe el espacio personal. Apenas puedo moverme sin pisar o empujar a alguien, y solo pido que no haya más tráfico de lo habitual. Quedan diez minutos para las nueve cuando llegamos a Pozuelo y tomamos el desvío hacia el campus, a menos de un kilómetro para llegar. Y el autobús se detiene. Una enorme caravana ocupa la carretera delante de nosotros. La semana pasada hubo varios accidentes en la carretera a Somosaguas y teníamos examen. La mayor parte de la clase tardó más de dos horas en hacer un recorrido que no suele llevar más de diez o quince minut

Siniestros siniestrados

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Los siniestros, o La Resistencia, llevamos a cabo durante las primeras semanas del curso bastantes más actividades que el año anterior. Casi todos los fines de semana cenábamos fuera un día, y todos los domingos organizábamos un partido de fútbol en la cancha del colegio mayor. Las cosas iban, honestamente, de maravilla… La calma antes de la tormenta. Cuando, la primavera pasada, casi todos los siniestros elegimos habitaciones en el mismo pasillo, el tercer piso del edificio llamado Argüelles, bromeé diciendo que viviendo todos en el mismo pasillo y siendo tan odiados como éramos (y, hasta cierto punto, seguimos siendo) éramos un blanco fácil. Comiendo al mediodía, no sospechábamos la que se nos venía encima. Cristian hablaba de cómo se había traído una tomatera, porque en su habitación daba bastante el sol, y en casa de su novia, donde había estado hasta entonces, estaba moribunda. Aquella noche salimos a cenar a una pizzería por Islas Filipinas, no muy lejos de Moncloa,