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Mostrando entradas de 2018

La vida son dos días

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A finales de septiembre tuvo lugar en Vallecas la fiesta del PCE, bajo el lema La vida son dos días… la fiesta del PCE, tres . Allí tuvo lugar el último concierto de Riot Propaganda, al que no dudé en ir. También Ahed Tamimi, símbolo de la resistencia palestina, estuvo en un acto multitudinario en el mismo escenario que el grupo, el más grande, llamado Escenario Trece Rosas. “Donde existe la opresión, esa es mi patria”, dijo su padre. Las hojas de los árboles se fueron tornando amarillas poco a poco, día tras día. Por mi ventana, contemplaba las ramas cada vez más desnudas bailar con el viento, bajo la lluvia y en las cada vez más frías noches de octubre. No podía dejar de pensar que el año pasado, a estas alturas del curso, todavía iba a clase en pantalones cortos. Un profesor se burlaba de la expresión tan recurrida en la literatura fría noche de octubre, alegando que estas ya no existen. No se acabó el mes antes de poder ver desde el bus a Somosaguas la sierra ne

La Resistencia

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Volver a Madrid después de un mes en el pueblo se hace raro. Aunque no puedo evitar reconocer que echaba de menos el transporte público, las actividades constantes y el no parar de una ciudad con tanta prisa que parece haber olvidado lo que es el descanso. Lo que es el silencio absoluto del amanecer en la sierra, tan solo interrumpido por el canto de los pájaros y, como mucho, las pocas vacas que quedan en el pueblo bebiendo del pilón. Por inevitable que sea su muerte, por muy cerca que esté de llegar, no puedo evitar repetirlo: ¡larga vida a los pueblos pequeños! Mis queridos siniestros soportaban el principio de curso entre la frustrante impotencia y el inevitable conformismo que ocasiona nuestro papel en las novatadas. Veían a los nuevos siendo acosados sistemáticamente “por su bien”, siguiendo un paternalismo llevado al absurdo, un autoritarismo sin posible justificación, porque siempre primaría la libertad de los nuevos sobre su supuesta integración, incluso si no hubiera alte

En la plaza de mi pueblo

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La última noche de fiestas fue la entrega de premios a las distintas actividades y juegos que se habían organizado a lo largo de la semana. No pude evitar fijarme en que, en los de adultos, casi todos los premios se los llevaban hombres. De hecho, tan solo había una mujer premiada, la chica del equipo de fútbol que ganó, aunque apenas si había tocado el balón en todo el torneo. -Es que sois menos -dijo un amigo, cuando se lo comenté. -¿Somos menos o participamos menos? -le pregunté, consciente de la respuesta. ¿Por qué participamos menos? Terminó la entrega de premios y empezó la música. El principio de las verbenas no me gusta nada. Canciones de reggaeton que todo el mundo canta sin pararse a escuchar la letra, o quizá simplemente asumiendo que el mundo es terriblemente machista y hay que asumirlo para poder bailar. Pero, a medida que avanza la noche, suena alguna canción de Amaral, el inconfundible Vals del obrero, una Legalización llena de ritmo, un vigoroso We are the cha

Crónicas de un futuro pueblo fantasma

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Casasola, Ávila. Apenas un puñado de habitantes, que menguan año tras año. Van muriendo poco a poco y en este pueblo no nace nadie. Escribiendo sobre el pueblo de mi madre siento que escribo la crónica de un futuro pueblo fantasma. Cuando llegué, a primeros de agosto, la gata de mi abuelo había tenido gatitos hacía muy poco, y los escondía en un solar detrás de nuestra casa. Una piedra pegada al muro permitía que los niños se subieran a verlos y, para cuando yo los vi por primera vez, ya se habían convertido en la atracción turística del pueblo. Les pusieron nombres e intentaron convencer a sus padres para llevarse a alguno de los cuatro pero nadie logró hacerse con ellos. Unos amigos de Ávila se llevaron dos de los gatitos, los más mansos, y los otros dos pese a quedarse con su madre, probablemente tengan un porvenir bastante duro, ahora que mi abuelo ya no vive en el pueblo en invierno. Limpiando el garaje, apareció una bicicleta amarilla, una de las primeras que tuvimo

Caminando a Santiago

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En un momento del verano de absoluto aburrimiento, con los días grises y sin apenas quedar con nadie, Leyre, una amiga del Nebrija, me propuso hacer con ella el Camino De Santiago. No tardé ni un día en decidirme a ir. Mi madre no me echó de casa, pero habría tenido legitimidad para hacerlo; al fin y al cabo, lleva años y años insistiendo en hacer el Camino. Y tras toda la vida diciendo que no, una amiga me convenció en cinco minutos. Por si fuera poco, el propósito de mi madre siempre ha sido el de empezar en Burgos, con mis primos, y allí fue donde fui al encuentro de Leyre, que ya llevaba caminado desde antes de Roncesvalles. En Burgos, la primera parada, el albergue municipal estaba frente a la sede de Izquierda Unida, donde por la noche parecían estar de fiesta. Por la mañana, al despertarnos a las 6 de la mañana, el albergue ya estaba vacío. Al lado de la sede de IU, un bar hacía su agosto sirviendo desayunos a peregrinos. Caminamos hablando sin parar hasta bien entrado el me

Bajo los adoquines

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Latas y tapones: las mayores amenazas al orgullo nacional. Me río de los franceses, aunque no debería; al fin y al cabo, en este lado de los pirineos la mayor amenaza son lazos amarillos. Nos prohibieron acercarnos a la Torre Eiffel con latas de refrescos y al desfile nacional con tapones de botellas, no se los fuéramos a lanzar a Macron. En la celebración por la victoria francesa en el mundial, un niño rubio de unos dos años con la cara pintada con los colores de la bandera, subido a los hombros de su padre, se gira y saluda a la ambulancia que se acerca a toda velocidad. Su rostro se vuelve azul por las luces de la sirena, y a pesar de la intensidad de estas ni cierra los ojos ni aparta la cara. Quizá espere que alguien le salude de vuelta, pero la ambulancia parece tener cosas más importantes que hacer. Un hombre subido a un camión de basura nos reprocha que no parecemos muy emocionadas de que haya ganado Francia, y por un momento siento rabia por no dominar lo suficie