Bajo los adoquines


Latas y tapones: las mayores amenazas al orgullo nacional. Me río de los franceses, aunque no debería; al fin y al cabo, en este lado de los pirineos la mayor amenaza son lazos amarillos. Nos prohibieron acercarnos a la Torre Eiffel con latas de refrescos y al desfile nacional con tapones de botellas, no se los fuéramos a lanzar a Macron.

En la celebración por la victoria francesa en el mundial, un niño rubio de unos dos años con la cara pintada con los colores de la bandera, subido a los hombros de su padre, se gira y saluda a la ambulancia que se acerca a toda velocidad. Su rostro se vuelve azul por las luces de la sirena, y a pesar de la intensidad de estas ni cierra los ojos ni aparta la cara. Quizá espere que alguien le salude de vuelta, pero la ambulancia parece tener cosas más importantes que hacer.



Un hombre subido a un camión de basura nos reprocha que no parecemos muy emocionadas de que haya ganado Francia, y por un momento siento rabia por no dominar lo suficientemente el francés para poder gritarle sin complejos que quería que ganase Croacia. No es verdad, me daba bastante igual quien ganase; al fin y al cabo, no me gusta el fútbol. Tan solo querría ver su ira momentánea, con la certeza de que no se bajaría del techo del camión y, si lo hiciera, me daría tiempo a esconderme entre la gente.

De vez en cuando se escucha algún ruido fuerte, más fuerte que el de un petardo, o se ve un coche conduciendo en dirección contraria o a toda velocidad en una calle llena de gente y a todos, jóvenes y mayores, sobrios y ebrios, nacionales y extranjeros, se nos corta la respiración durante un segundo. Ese miedo constante a un improbable pero posible atentado terrorista se mantiene en un segundo plano, pero nunca desaparece. La verdad es que Francia ha sufrido bastantes atentados en los últimos años, más que la mayor parte de Europa, pero también los políticos se encargan de construirlos como amenazas. Muchísimas más personas mueren cada año en las carreteras, pero nunca nadie les dedica un discurso. Cada año se ahogan decenas de niños en las playas y piscinas españolas, y algunos ni salen en las noticias. No le estoy quitando importancia al terrorismo, pero es que esto se nos está yendo de las manos. Nos estamos volviendo paranoicos con esto de la seguridad, pero solo con un tipo de seguridad (refuerza la policía todo lo que quieras, pero salvaría más vidas reforzar a los socorristas). Sacar el ejército a la calle no evita atentados. Si alguien tiene la idea y los medios, por mucho que nos duela, podrá hacerlo. Por muchas mochilas que revisen en el metro, por mucho que cacheen en los Campos Elíseos, por muchos guardias que pongan en las puertas de los centros comerciales, siempre habrá cosas que escaparán del control de la policía. Si no las hubiera, tampoco habría libertad. La libertad conlleva riesgos y la seguridad es autoritaria. Mantener un equilibrio entre ambas es la clave de la democracia.

“France championne du monde”, “Qui ne saute pas n’est pas français”. Se escuchaban multitud de cánticos en la calle, en el metro, en los bares. Fueras donde fueses, era imposible escapar de aquella efervescencia colectiva. El hermano pequeño de mi amiga Isaure se escribió en el torso con letras enormes que Francia había ganado el mundial. Al día siguiente comprobó que la tinta del rotulador no salía, después de haberse duchado tres veces.



Este año se cumplieron 50 de mayo del 68. He ido a charlas, he debatido sobre ello con montones de personas, pero hasta este verano no fui consciente de que mis propios abuelos vivían en París en aquel mayo.

Todo empezó con dos inocentes fotografías y una certera pregunta. Al ir a París, sabiendo que mis abuelos habían pasado muchos años allí, le pregunté a mi padre por la dirección de donde habían vivido. Me saque una foto en los dos portales de los edificios donde vivieron y se las enseñe a mi abuela.

-Allí en Francia fue donde más felices fuimos tu abuelo y yo.

Y, por alguna razón, se me ocurrió preguntar:

-Oye abuela, ¿no os coincidiría por casualidad la huelga de mayo del 68 en París?

Así era, certera pregunta.



-De Gaulle era das dereitas -estaba contando mi abuela- pero queríano moito en Francia. No Boulevard Saint Michel, paralelo ao Boulevard Saint Germain de Pres, alí había árbores na rúa, e os estudantes cando foron as manifestacións cortáronos todos con motoserras, que eu nunca vira motoserras, era a primeira vez que as vía.

Aquí, en España, se hablaba de muchísimos muertos, se pensaba que iba a estallar otra guerra, y el gobierno franquista fletó un montón de autobuses para que volvieran todos los españoles.

-Daquela volveron moitos, pero eu dixen: non, eu xa quédome, eu xa non volvo.

Durante las manifestaciones, un vecino de la aldea de mis abuelos se había asomado a ver qué pasaba y lo cogió la policía. Lo tuvieron cuatro o cinco días encerrado, interrogándolo, y lo mandaron de vuelta a España. No había hecho nada, no había participado en las protestas, pero estaba en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.

En la calle donde vivían mis abuelos, los estudiantes sacaron los adoquines del suelo y construyeron muros en las calles. “Bajo los adoquines, la playa”, dice uno de los lemas del mayo francés. “Bajo los adoquines, no había arena de playa”, dice Ismael Serrano en una de sus canciones.

El hermano de mi abuela, que trabajaba en la Citroen estaba de huelga; mi abuela, como limpiaba oficinas y la casa de una señora, seguía trabajando. Su hermano, cuando iba a ver qué había pasado en la plaza donde habían construido muros con adoquines, se encontró con una vecina que le dijo que no fuera, que si los pillaba la policía lo detendrían y lo mandarían de vuelta a España, y con el miedo al final no fue.

-Eu si que fun. Se non participaba na manifestación nin nada, por que ían determe? Alí nas prazas dos adoquines saquearon unha comisaría, todos os obxectos de valor tirados na rúa… Os policías vixiaban que ninguén collese nada, que eu tampouco ía coller nada, pero había moita xente alí, se cadra algúns ían a iso.



El marido de la señora para la que trabajaba mi abuela, que había muerto dos años antes de ir a trabajar a su casa, había sido coronel. Mi abuela supuso que los coroneles y los generales se llevan bastante, pues cuando echaban documentales de la Segunda Guerra Mundial, que había sido hacía poco, salía De Gaulle y la señora de la casa siempre le decía: “¡Mira, mira! Ese que va al lado de De Gaulle es mi marido”.

La señora tenía un sobrino, hijo de su hermana, una mujer que muchas veces se pasaba por allí a merendar. El coronel, que se enteraba de todo al ser amigo del general, supo cuándo iban a llamar a su sobrino a la guerra, cuándo iban a llamar a su quinta durante la Segunda Guerra Mundial. Por ello, se fue con otros chicos a América, según mi abuela, para evitar tener que ir a la guerra. Para cruzar la frontera, pues tenían que cruzar primero la frontera a España y desde España coger el barco, iban en un camión, y la policía fronteriza los paró. Al abrir las puertas del camión, echaron todos a correr y pasaron la noche en el monte. Durante varias horas, la policía los estuvo buscando y a veces pasaban muy cerca de ellos y, para no ser pillados, casi tenían que aguantar la respiración para pasar desapercibidos.






Años más tarde, cuando fue la liberación de París, volvieron con la compañía americana.

-¿La compañía americana? Pero, ¿de qué país? -le pregunté.

-De América, a do norte.

-¿De Estados Unidos?

-Si, si.

Durante la liberación de París, el sobrino de la señora murió.




Al principio de la huelga, los primeros días, pues luego ya no se podía salir de casa, la señora le hizo ir al mercado y traer carros llenos de comida, por si había otra guerra. “E pouco faltou”, añadió mi abuela. La huelga primero fue de los estudiantes, y luego de los trabajadores. Después de un mes fueron arreglando poco a poco con los sindicatos.

No había ni televisión ni teléfono ni nada, estaban todos en huelga. Algo de radio sí que había, según mi abuela. No podían llamar a España para tranquilizar a la familia diciendo que estaban bien, y en la televisión franquista se hablaba de montones de muertos. Incluso cuando la huelga lo permitía, no podían llamar a la aldea, tenía que ser la familia la que fuese a Lugo a llamarlos.

-Pero é que... non é o mesmo vivilo que contalo.


Una vez a mi abuelo la policía le echó el ojo y por poco pudo escapar y meterse en un portal que estaba abierto. Él no estaba en la manifestación pero fueron a por él y hasta que no se acabó todo no pudo salir de aquel portal.

-Tempos pasados… -dijo mi abuela.

-E que non volvan! -añadió su hermana, que hasta aquel momento no reparé en que nos había estado escuchando todo el tiempo.



«Papá cuéntame otra vez
Que tras tanta barricada
Y tras tanto puño en alto
Y tanta sangre derramada
Al final de la partida
No pudisteis hacer nada
Y bajo los adoquines
No había arena de playa»

Ismael Serrano, Papá cuéntame otra vez

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