Tengo prisa, llego tarde



Madrid, siempre con tanta prisa, termina por acabar con las personas, convertidas en cuerpos con prisa, que llegan tarde y se estresan, se agobian, se empujan para llegar un segundo antes. Corro para coger el bus; el conductor nos avisa mediante señas de que entremos por la puerta trasera. Se abre y las personas de dentro se juntan un poco más para hacernos un pequeño hueco. Dentro del autobús hace mucho calor, huele a sudor y no existe el espacio personal. Apenas puedo moverme sin pisar o empujar a alguien, y solo pido que no haya más tráfico de lo habitual. Quedan diez minutos para las nueve cuando llegamos a Pozuelo y tomamos el desvío hacia el campus, a menos de un kilómetro para llegar. Y el autobús se detiene. Una enorme caravana ocupa la carretera delante de nosotros.

La semana pasada hubo varios accidentes en la carretera a Somosaguas y teníamos examen. La mayor parte de la clase tardó más de dos horas en hacer un recorrido que no suele llevar más de diez o quince minutos. Nos preocupamos por llegar tarde al examen y no pudimos evitar pensar que los vehículos accidentados deberían haber tenido más cuidado, que su accidente nos estaba perjudicando a todos. Quizá hubiera heridos, espero que nadie hubiera fallecido, pero lo único que se nos pasaba por la cabeza era llegar a clase a tiempo.

Esta vez, nos llevó quince minutos un trayecto de unos doscientos metros. Llego tarde, pensé, llego tarde. La profesora con la que tengo clase cierra la puerta a y diez. No voy a llegar, estaba pensando, cuando veo que adelantamos un autobús parado en el arcén. Es un A, igual que en el que voy subida yo. Mientras lo adelantamos lentamente veo que está vacío y tiene un coche parado delante. El conductor del autobús y el del coche hablan mientras rellenan unos papeles: a todas luces un parte de accidente. Cuando llego a clase, Yi Lu y otras compañeras me cuentan que iban en ese autobús, el que tuvo el accidente, pero que todo el mundo está bien; fue un pequeño choque.

No voy a llegar. Pero llegué. Si hubiera ido en ese autobús también habría llegado, pero me habría llevado un buen susto. Esos accidentes que nos hacen llegar tarde a clase se ven tan lejos que parece que no hubiera personas involucradas, pero vaya si las hay. Y cualquier día podríamos ser nosotros. A veces chicos y chicas de mi clase que viven en la periferia llegan tarde porque alguien se ha tirado a las vías del tren. ¡Por favor, no suicidarse en hora punta!, exclaman carteles satíricos en las redes sociales.

Menuda sociedad atomizada, maldito individualismo neoliberal. Somos seres con prisa que corremos a todas partes con los auriculares y la cara de mal humor. Cuerpos alienados que huelen a café y a sudor y se enfadan por los accidentes de tráfico antes de siquiera plantearse que quizá alguna vida se haya apagado a escasos metros de su coche, de su bus, de su tren. Que alguien decidió dejar este mundo, o que alguien no con tantas prisas como ellos se despistó al volante, o que podrían ser ellos mismos quienes se hubieran visto en cualquiera de esas situaciones. Que su mundo no se acaba por llegar tarde a clase o al trabajo, pero quizá el mundo sí se haya acabado delante de sus narices para otra persona que también llegaba tarde a clase, que también llegaba tarde al trabajo, que dejó una nota antes de irse o se fue de casa sin decir adiós.




El puente de la Constitución me quedé en Madrid para terminar trabajos que tenía pendientes. El día 6 hubo una manifestación por la república, a la que no dudé en ir. Faltaban pocos días para el referéndum de la UCM (en el contexto de un montón de referéndums organizados en la mayoría de universidades públicas españolas para decidir la forma de Estado) y había bastante presencia estudiantil. Partidos políticos, asociaciones por la recuperación de la memoria histórica y hasta los yayoflautas, que al vernos pasar a los estudiantes exclamaron “¡Ay qué nietos más guapos!”

“¡Madrid será la tumba del fascismo!” estábamos coreando cuando una familia se cruzó en nuestro camino. La mayoría de la gente nos miraba con la indiferencia de quien está acostumbrado a ver manifestaciones diarias en Sol; algunos se paraban a sacarnos fotos o conversaban entre ellos, mirándonos. Pero esa familia me llamó la atención. Padre y madre con dos niños pequeños. Uno de ellos va subido a los hombros de su padre y sostiene un globo naranja con el inconfundible logro de Ciudadanos. Los padres nos miran mal y yo grito más, recordando cómo el partido naranja se dedica a blanquear el fascismo en Andalucía.





Pérez Tapias sobre mayo de 1968:

“Cuando actualmente una mirada atenta al balance de logros y fracasos a partir de aquellos acontecimientos de hace cinco décadas quiere ver el rastro de lo que ellos desencadenaron, se encuentra con un reguero de consecuencias entrelazadas en las que se mezclan lo positivo y lo negativo, con la especial circunstancia de que ha sido el transcurrir del tiempo lo que, a pesar de lo conseguido, ha añadido una sensación de fracaso en muchos respectos. La democracia no hemos logrado profundizarla como se quería, el capitalismo no ha sido domesticado, el socialismo burocrático –el que en su densidad fáctica se llamó “socialismo real”, para cuya reconducción llegó tarde la perestroika de Gorbachov– se derrumbó sin alcanzar el pretendido rostro humano, las batallas anticoloniales no han ganado la guerra contra el neocolonialismo, los Estados de corte oligárquico han pasado en muchos casos a quedar fuertemente lastrados por la corrupción, cuando no carcomidos por el narcopoder. Y las iglesias, que el Dios que invocan las ampare, se han visto y se ven perdidas entre la incapacidad para hacer llegar su propuesta de sentido y las derivas fundamentalistas o integristas a las que las han llevado sus tendencias conservadoras.”


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