Manifiesto antinovatadas

Esta entrada se la dedico a Oliver y los demás autoproclamados veteranos del Lucus que han impuesto la retrógrada tradición de las novatadas en nuestro club de atletismo. Espero que vuestro ejemplo no cunda en las nuevas generaciones. La semilla que habéis plantado puede convertirse en un monstruo sobre el que perdáis el control. Tened cuidado.



El 17 de junio competí en Durango, Euskadi, con el club de atletismo. Camino de las pistas, en la calle que llevaba al estadio me fijé en las fachadas de los edificios, en busca de banderas. Había tres esteladas. Una vez nos asentamos en una zona de las gradas, comprobamos que cada equipo tenía su bandera, menos nosotros. Mientras me reía viendo a un chico pelirrojo intentando colocar la pancarta de su club, pasó a mi lado una mujer con un lazo amarillo sujeto a la sudadera. Era de un equipo de Barcelona. Entre los equipos había por lo menos vascos, catalanes, gallegos y cántabros, y al darme cuenta entendí por qué lo más céntrico para todos era Euskadi.

Desde el punto de vista deportivo, lo hicimos muy bien a nivel de equipo, logrando la primera posición femenina y la segunda masculina. En la parte individual, salvé la competición en el último lanzamiento, tras tres nulos que hubieran supuesto un doloroso 0 en la puntuación para el club, y aunque la marca no fue la deseada, al menos sé que no colapso del todo bajo presión. A pesar de que me temblaban las piernas de miedo, rabia e impotencia por pisar el borde del círculo en cada lanzamiento, el último fue lo bastante decente para lograr la segunda posición. Nunca había salvado una competición en el último lanzamiento.

Pero la parte deportiva es de lo que menos me interesa hablar. Porque, en esta final B de la liga de segunda división de atletismo, en el club que me ha visto crecer desde los doce años, por primera vez han aparecido atletas que se han autoproclamado veteranos… para imponer novatadas a los más jóvenes.

Basta un breve vistazo a mi blog para saber que soy totalmente contraria a las novatadas. No me van demasiado las jerarquías irracionales basadas en premisas de obediencia y estándares de tradición. He dedicado entradas enteras y párrafos interminables (por no hablar de las discusiones durante horas) a argumentar contra aquellos que, en el colegio mayor, lejos de escucharme, me giran la cara, me hacen el vacío y me excluyen de cualquier actividad que me sitúe al mismo nivel de humanidad que ellos. Unos me empujan hacia el pozo del olvido mientras los demás miran asintiendo y dirección se tapa los ojos y los oídos, ajenos a mis gritos de “¡Hay alternativas!”, convertidos tan solo en un eco inútil que se pierde en la distancia.

Si mis palabras no hacen más que caer en saco roto, si lo único que me anima a continuar la guerra contra las novatadas es aquella bonita pero en parte derrotista frase de “Ninguna causa está perdida mientras quede un insensato luchando por ella”, si no hago más que empujar contra una pared y hacerle cosquillas al sistema, ¿por qué me animo siquiera a escribir esto? Porque este caso es diferente. El Lucus, afortunadamente, parte de una situación distinta que el Antonio de Nebrija, y por eso las novatadas todavía son una mera enfermedad bacteriana y no el tumor maligno en el que se han convertido en casi todos los colegios mayores madrileños.

¿Por qué esto es diferente? Para empezar, porque conozco a los veteranos. Desde el primero hasta el último, en mayor o menor medida he hablado alguna vez con todos ellos, los conozco desde hace años y muchos de ellos son de mi edad. Todo esto me da la posibilidad de dirigirme a ellos desde una posición externa al juego de las novatadas, de tú a tú. Me escuchan porque me respetan como persona. Bueno, y porque no soy novata. Técnicamente yo también podría ser veterana y hacer novatadas, llevo más años en el club que algún supuesto veterano. Las haría si no fueran radicalmente en contra de varios de mis principios.

Por otro lado, las novatadas en el Lucus se las han inventado este año cuatro cabezas llenas de pájaros, probablemente como consecuencia de haber empezado la universidad y haber sufrido las novatadas en sus carnes. Digo sufrido por cierto fenómeno psicológico que explicaré más adelante, aunque probablemente ellos utilicen la palabra disfrutado. El hecho de que las hayan empezado este año como experimento (aunque alguna tontería ya hubo el año pasado) implica que no existe una tradición de novatadas, lo cual juega a favor de la racionalidad. El único argumento mínimamente válido que me han sabido dar los férreos defensores de las novatadas en Madrid es que son tradición. Aquello que tiene años de antigüedad, que han empezado generaciones anteriores, tiene a su alrededor un velo protector casi sagrado, un argumento casi nacionalista de enarbolar la bandera de las novatadas como mal conocido antes que bueno por conocer. No oses tocar lo establecido por antepasados convertidos en referentes. No tienes derecho a luchar contra el pasado por tus derechos en el presente.

Este nacionalismo de los pro novatadas, que ligan inmediatamente a la bandera del colegio mayor (por favor os lo pido, veteranos del Lucus, no liguéis esas novatadas vuestras con los símbolos del club, porque a muchos no nos representan), se acaba convirtiendo en una defensa de la tradición, el orden y la autoridad, valores puramente derechistas. Por eso he aquí el primero de mis argumentos: no se puede ser de izquierdas y defender las novatadas.



Para entender la diferencia entre la izquierda y la derecha, George Lakoff utiliza una metáfora sobre los distintos tipos de padres que me parece bastante útil para el caso de las novatadas. Distingue entre el Nurturant Parent Model, en el que la educación de los hijos se rige por el principio de atención, por las preocupaciones por el desarrollo moral y afectivo de los niños y el establecimiento de esquemas de justicia y equidad en el reparto de bienes. En cambio, el derechista Strict Father Model mantiene el modelo del padre como la máxima autoridad, estableciendo los criterios del bien y del mal y exigiendo obediencia y respeto. Cambiando padres por veteranos e hijos por novatos, dime a qué modelo te recuerdan las novatadas.

Según Haidt, la moral de la izquierda se basa en la lucha de la libertad frente a la opresión y el intento de evitar que las personas sufran. ¿Libertad en las novatadas? ¿Evitar el sufrimiento? Casi. En cambio, la moral de la derecha defiende la lealtad frente a la traición, la autoridad frente a la subversión y la santidad frente a la degradación, siendo el concepto de santidad la creencia de que ciertos valores son inviolables o intocables (la vida del feto, la bandera, la patria, etcétera). El año pasado hacíais a los nuevos idolatrar el escudo del Lucus. En mi colegio mayor, cantan himnos increíblemente machistas y se autojustifican diciendo que son tradición, a la vez que obligan a los novatos a ir a una capea a principio de curso. Personas que no dudarán un segundo en declararse feministas y animalistas. Lealtad a las normas no escritas de las novatadas, autoridad de la jerarquía de los veteranos frente a la posible subversión de novatos rebeldes, santidad de sus intocables símbolos y tradiciones frente a la libertad de no querernos vestir con su uniforme patriota gris y morado mientras toreamos a vaquillas totalmente borrachos.

Expulsan a los que no participamos en las novatadas de todas las actividades del mayor porque no cabemos en su idea de nación, no pertenecemos a ese nosotros, el pueblo que dicen representar. No cabemos en su bandera y por eso nos echan, nos marginan, nos odian y nos deshumanizan, convirtiéndonos en residuos humanos a los que les encantaría poder eliminar. Nos llaman siniestros, convirtiéndonos en un grupo definido como el enemigo, que bien podría ser así por razones de etnia o religión. Es un proceso sociológico no muy distinto al que lleva a expulsiones masivas y genocidios. ¿Y vosotros, también pensáis aplastar a la voz disidente?

Las novatadas son la solución a un problema que sus propios ejecutores construyen. Crean una patria que defender, construyen unos valores que respetar, diseñan una identidad grupal, un endogrupo, un nosotros, distanciado del exogrupo, el ellos, que bien pueden ser otros clubes o colegios mayores, los que no participan en las novatadas, o cualquiera que no respete el código de conducta que se hayan inventado.

¿Que el objetivo es enseñarles valores colegiales? Hay alternativas.* ¿Que lo que se pretende es cohesión y forjar amistades? Hay alternativas. ¿Que quieren una convivencia familiar? Hay alternativas, hay alternativas, ¡maldita sea! ¡Hay alternativas! Y si lo que pretenden (o pretendéis, querido Oliver) es sentirse superiores y prolongar una estructura jerarquizada de obediencia, si el objetivo real es la organización totalitaria pseudofascista que siempre me ha parecido, entonces, citando a Labordeta, ¡a la mierda!

*Además, en el caso del Lucus, ¿quién determina los valores del club, los que pretendéis inculcar, horrible palabra, a los novatos? Nunca ha habido novatadas para que los autoproclamados veteranos transmitan valores de generaciones anteriores, así que lo que os inventéis vosotros y hagáis pasar por el espíritu del equipo no será más que una farsa carente por completo de legitimidad.

Algo que no he tocado todavía y debería mencionar es que muchos de los novatos con el Lucus son niños, cadetes de trece o catorce años. ¿Qué sabía cualquiera de nosotros sobre el mundo en segundo de la ESO, octavo de EGB? No les podéis tratar de la misma manera que a los universitarios de primero. No sé cómo os cabe en la cabeza que pueda ser legítimo hacerlo.




Mi segundo argumento se halla en la psicología social, y explica una de esa muchas cosas que hace nuestro cerebro para adaptarse a la vida en sociedad. ¿Por qué aquellos que han sufrido (sí, Oliver, digo sufrido y no disfrutado) las novatadas en sus propias carnes se vuelven sus defensores? Existe un fenómeno psicológico llamado disonancia cognitiva. Antes de continuar, tengo que aclarar que ignoro la experiencia personal de los veteranos del Lucus, y este argumento lo utilizo para explicar por qué en el futuro es posible que los chavales que pasan por vuestras novatadas las defiendan más que vosotros, con los peligros que ello conlleva. Insisto en que no solo me baso en lo que aprendo en la facultad, lo que saco de los libros de texto, también en personas que conocí cuando se encerraban llorando durante días en sus habitaciones a principio de curso, por lo mal que lo pasaban por culpa de los veteranos, y ahora las defienden religiosamente. Cuanto peor lo pasan los novatos, peores son las novatadas que ellos organizan dos años después. Eso lo sabe todo el mundo que haya pasado por un colegio mayor.

Vayamos al grano: la disonancia cognitiva. La teoría de la disonancia cognitiva describe la necesidad humana de consistencia, de coherencia entre nuestras actitudes y conductas, en lo que hacemos o creemos, y la disonancia cognitiva es ese estado desagradable que ocurre cuando notamos discrepancia. Por ejemplo: querer vivir sanos pero, aun así, fumar, conscientes de los daños que produce. En estos casos de choque puede producirse ansiedad, tensión y otros estados aversivos.
“Los individuos tienen una fuerte necesidad interior que les empuja a asegurarse de que sus creencias, actitudes y su conducta son coherentes entre sí. Cuando existe inconsistencia entre éstas, el conflicto conduce a la falta de armonía, algo que la gente se esfuerza por evitar” (García-Allen). Por tanto, podría definirse la disonancia cognitiva como el estado de desagrado, tensión, incomodidad cognitiva como resultado del conflicto, la incongruencia entre creencias y/o conductas.
Ante la disonancia cognitiva: ¿qué estrategias se pueden utilizar para reducirla? En primer lugar, se puede cambiar uno de los elementos que la producen: la actitud (por ejemplo afirmar que fumar no es peligroso) o la conducta (dejar de fumar). También se puede reestructurar el elemento más fácil de modificar, minimizar la importancia, buscar elementos consonantes, información que pueda justificar la disonancia. Por ejemplo, buscar los beneficios sobre el tabaco. Por otro lado, para evitar la disonancia, se puede recurrir a la distorsión del contenido, la negación de su veracidad o invalidar el mensaje en su totalidad.
Para afrontar la disonancia cognitiva, se puede recurrir al paradigma de la justificación del esfuerzo (aquí empieza lo importante), según el cual cuando invertimos mucho esfuerzo en algo, tendemos a justificar tal esfuerzo y continuar en esa dirección. Algunos ejemplos son los ritos de iniciación, según los cuales los ritos de sectas, grupos terroristas, partidos políticos, bandas… producen tal esfuerzo, que sus miembros tienden a no rechazar su pertenencia a la organización con la justificación del esfuerzo previo. Este paradigma de la justificación del esfuerzo nos servirá para explicar el fenómeno de las novatadas.
“Las novatadas son unos hechos extraordinarios que, cuando ocurren a menudo, se vuelven perversamente cotidianas puesto que los que participan en ellas, se desensibilizan de su inhumanidad” (Hank Nuwer, citado en Aizpún Marcitllach y García-Mina Freire, 2013: 13).
 
Las suelen llamar jornadas de integración, sobre todo desde que se prohibieron las novatadas. En la UCM, las novatadas están prohibidas, y en los colegios mayores, lejos de desaparecer, se les cambió el nombre: jornadas de integración, que no dejan de ser novatadas. Como dice la expresión, mismo perro con distinto collar. Todos los años igual: muchas denuncias, pocas expulsiones y demasiados nuevos colegiales que se marchan por no ser capaces de soportar las novatadas.
Muchos nuevos llegan a los colegios mayores convencidos de que jamás apoyarán las novatadas, y al encontrarse con que se quedan solos si no participan, acaban participando. Muchos de ellos se pasan los primeros días encerrados en su habitación llorando, pero, como he escuchado decir más de una vez y he podido comprobar en primera persona, los que al principio lloran luego son los peores. ¿Cómo se explica que jóvenes que llegan a Madrid hablando de la libertad y los derechos humanos se acaben sometiendo a la jerarquía casi militar de las novatadas? ¿Por qué después de pasarlo mal justifican su existencia y las defienden frente a aquellos que quieren acabar con ellas?
La disonancia a menudo sucede en situaciones de condescendencia inducida (forzada), cuando somos inducidos por factores externos a decir o hacer cosas inconsistentes con nuestras actitudes reales. Se obliga a los nuevos colegiales a participar en las novatadas, que van contra sus principios, y una vez han pasado por ellas se niegan a acabar con una actividad que jamás habrían justificado un año antes. “Pero es que tú no lo entiendes”, me espetan cada vez que les pido una sola razón por la que las novatadas son necesarias para conocernos. Partiendo del mismo principio en que rechazábamos las novatadas al llegar, ellos pasaron por ellas y yo no, por lo que lo que nos distancia es esa justificación del esfuerzo previo, esa necesidad que tienen de continuar con las novatadas no solo mientras son novatos, sino también como veteranos. “Mis amigos de la universidad, los que están en piso, me miran mal cada vez que les digo que defiendo las novatadas y participo en ellas, pero es que ellos no lo entienden. Para entenderlo hay que participar”, insistía un chico de mi colegio mayor el otro día. Valoran las novatadas no necesariamente porque hayan producido resultados positivos, sino porque les han dedicado un esfuerzo importante. “Al cerebro humano no le gustan las disonancias, de modo que inconscientemente alteramos el valor del resultado obtenido para equipararlo con el esfuerzo realizado. De otra forma, tendríamos que pensar que hemos estado desperdiciando el tiempo y que somos un tanto estúpidos por haber trabajado tanto para conseguir tan poco” (Sáez). Esta disonancia ha sido utilizada por diferentes grupos para lograr la fidelidad de sus miembros. Las humillaciones y alto grado de esfuerzo que requieren las novatadas en las universidades y colegios mayores o los ritos de iniciación en ciertas bandas callejeras tienen el objetivo de lograr que la persona que supera la prueba valore enormemente la pertenencia a ese grupo, y lo defienda a ultranza de aquellos que no pertenecen a él.

Y, por último, toca hablar de moral. He mencionado argumentos racionales contra las novatadas, pero dejando eso a un lado, ¿qué autoridad moral tenéis vosotros para mandar sobre otro ser humano? ¿Qué derecho tenéis a gastar bromas pesadas a cadetes mucho más niños que vosotros? ¿Cómo podéis estar en contra del bullying y a favor de esta siniestra forma de autoritarismo legitimado? ¿Quiénes sois vosotros para imponeros, ni siquiera como la mejor opción sino como la única verdadera? Las novatadas no sirven para unir promociones, como hace unos días defendías, querido Oliver. Las novatadas unen a unos a costa de separar a otros, aplastar al disidente y perseguir a la oposición. Crean un nosotros al que los que no pasen por el maldito ritual no pertenecen, convirtiendo en un ellos enemigo, ocasionando lógicas de marginación y expulsión. Que se levanten de la mesa cuando te sientas con ellos. Mensajes en visto sin respuesta. Ver tu nombre tachado en una lista junto a un escrito de que das asco y un consejo de que te mueras. Golpes de madrugada en la puerta de tu habitación. La soledad más absoluta hasta que encuentras a otros marginados y compartís vuestra desgracia con la esperanza, en vano, de que cuando termine el periodo de las novatadas se os dejará de excluir… pero las novatadas nunca terminan. Si en vez de no haber hecho novatadas lo que nos diferenciara fuera un color de piel, una religión o un origen nacional, no me digas que esto no sonaría algo fascista.

Sé que mi experiencia personal hace que sea totalmente parcial, pero la verdad es que soy firme defensora de que la imparcialidad no existe. Y aunque existiera, los parciales también tenemos derecho a opinar. En las novatadas no se puede ser neutral, y aquellos que se declaran como tal son colaboracionistas con un sistema de marginación. Participar en las novatadas y permitir el acoso al disidente hace al que mira para otro lado tan culpable como aquellos que perpetúan estas lógicas de deshumanización al que piensa diferente. En otros colegios mayores pegan palizas a los novatos que se niegan a participar en las novatadas, hasta que o bien dan su brazo a torcer o se largan de allí. Ignorar a alguien, por inocente que pueda parecer, es otro tipo de violencia, en ocasiones la más dolorosa. A los neutrales, los que miran para otro lado, les quiero dedicar unas palabras. También a los que accedéis al diálogo, a los que habéis pasado por las novatadas y decís defendernos frente a otros más extremistas que querrían vernos en peores condiciones. Los que compartís el sentido de la injusticia que sufrimos nosotros pero no aprobáis formas de lucha que vayan más allá de la protesta testimonial. Martin Luther King escribió una carta desde la prisión de Birmingham en que reprochaba a los moderados de raza blanca su tibio apoyo a la causa de los derechos civiles de los negros. Podéis aplicarlo en nuestro caso.

“El moderado blanco da mayor importancia al orden que a la justicia; prefiere una paz negativa, es decir, la ausencia de tensión, a una paz positiva que surja de la realización de la justicia”.

Y, por supuesto, recordad a Dante: hay un lugar en el infierno para los neutrales.




Veteranos del Lucus, os pido dos cosas. Ahora os las pido por favor, pero si no me hacéis caso no dudéis de que las exigiré. Estoy acostumbrada a ir contra el statu quo y no tengo miedo de organizar la resistencia.

Primero, que las novatadas no sean obligatorias. Entra dentro de vuestra libertad jugar a vuestras tonterías, pero siempre que respetéis a quienes os dicen que no. Siempre que sea un juego. Por respeto me refiero a que los aceptéis igual que si hicieran novatadas, durante y después de la realización de estas, permitiéndoles pasarlo bien con vosotros si quieren, o simplemente ir a su bola, que también tienen derecho. Un  juego debe ser de libre participación: uno puede unirse y separarse cuando quiera, o verlo sin participar en él. Así deben ser las novatadas.

Segundo, que tracéis los límites antes de que los actuales novatos las conviertan en algo casi visceral y las utilicen como venganza. Como he explicado antes, es probable que futuras generaciones defiendan las novatadas en el Lucus por esta semilla que habéis plantado vosotros. Tened cuidado. Los juegos deben ser divertidos para todos. Insisto, para todos: novatos, veteranos y espectadores. Más de un novato me ha reconocido que no sabe poner límites en las novatadas. Que cuando se sube al carro de la obediencia, es incapaz de decir no cuando en otras circunstancias se negaría a hacer algo. No es solo responsabilidad de los novatos, sino también de los veteranos, asegurarse de que no se propone ninguna novatada descabellada. Estoy bastante segura de que no hace falta poner ejemplos. Es responsabilidad vuestra mantener las novatadas en la racionalidad, y asegurarse de que ningún veterano, borracho de poder, hace un mal uso de este.




Soy contraria a las novatadas pero también sé que es más fácil y eficaz controlarlas que eliminarlas, por eso dedico tanto tiempo y esfuerzo a convenceros. Como diría Unamuno, vencer es convencer, aunque también es verdad que en el contexto en el que lo dijo, el de la guerra civil, los vencedores no ganaron precisamente por convencer a la España derrotada. Hay muchas formas de oponerse a las novatadas y de vosotros depende cuál salga adelante. Veteranos del Lucus, veteranos del Nebrija, debatir se me da bien. Pero si no aceptáis el diálogo, recordad que en esto también hay alternativas.

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