¡No pasarán!

El otro día visité por segunda vez una exposición sobre la resistencia de Madrid durante la Guerra Civil, llamada precisamente ¡No pasarán!. Sin olvidar el importante papel de las Brigadas Internacionales, Madrid fue defendido por los madrileños. Y por las madrileñas. La mayoría de los hombres jóvenes estaban cumpliendo el servicio militar en África, por lo que los milicianos que se presentaron voluntarios para defender Madrid fueron principalmente hombres mayores y mujeres. En las imágenes había multitud de mujeres, algunas vestidas con el mismo uniforme que los hombres, otras con faldas largas. Había milicias políticas, de partidos como el PSU y sindicatos como la CNT o la UGT, y milicias de profesiones. En las imágenes se los veía casi contentos; aquello era un hecho histórico. El fascismo avanzaba sin freno por Europa y, por primera vez, habían logrado detenerlo a las puertas de Madrid. Aquellos grupos de adolescentes, mujeres y hombres mayores fueron, en muchos casos, aniquilados por completo en los 16 días que duró la resistencia de Madrid.

Me llamó la atención cómo, entre las personas que acudían a la exposición, todavía hoy permanece esa idea de que todas las guerras son malas, a lo cual no le falta razón desde el punto de vista de la población civil, pero que no se puede utilizar en el plano político, pues es una perspectiva que culpa por igual a ambos lados de la contienda. Como si uno de ellos no hubiera dado un golpe de Estado contra un gobierno legítimo.

Entre la propaganda cartelística de tintes soviéticos y los pañuelos de partidos y sindicatos, todos originales, también se podían escuchar los testimonios de personas que lucharon o vivieron la resistencia de Madrid. Aquellos testimonios habían sido grabados este año; por muy lejana que nos parezca la guerra, todavía hay quien la recuerda. Una de las personas que hablaban me sonaba bastante; más tarde me di cuenta de que se trataba de “Súper Paquita”, una mujer que se hizo famosa por sus declaraciones sobre las pensiones (“Tengo 91 años pero no soy gilipollas”) y sobre la que Izquierda Unida ha hecho una miniserie.

En un apartado de la exposición, también hablaban de la evacuación de niños a Valencia, que fueron acogidos por familias leales a la República. En otras guerras suelen marcharse mujeres y niños; en la resistencia de Madrid, la participación de las mujeres también era necesaria. Por ello, fletaban trenes llenos de niños y niñas que eran, en muchas ocasiones, separados entre hermanos y nunca volvían a estar juntos. No pude evitar acordarme de todos los menores no acompañados del Aquarius, más los muchos otros que llegan a costas europeas cada semana en barcos cuyo nombre no ocupa titulares, o los que mueren en el Mediterráneo y cuyos pequeños cuerpos sin vida llegan a las playas, provocando una imagen viral que los líderes europeos comparten junto al emoticono de la cara triste mientras se aseguran de hacer negocio vendiendo armas a países en guerra y de mantener sus intereses económicos por encima de los derechos humanos. Podría decirse que muchos tienen una doble moral. O que directamente son unos hipócritas.







Llegaron los exámenes y se marcharon sin pena ni gloria. Quizá con un poquito más de gloria que los del primer semestre. Me mantengo en una media lo suficientemente alta para que la gente me llame sobrada pero no para optar a matrículas de honor ni a la beca de excelencia. Digamos que soy ese notable alto que roza el sobresaliente pero no llega a alcanzarlo. Soy un notable. No tengo un notable, sino que lo soy. Cuánto daño está haciendo la mercantilización de la universidad, que ya todos somos números.

Algunos de mis profesores se toman toda la calma del mundo para corregir los exámenes, y llega julio sin tener la menor idea de la mitad de mis notas. A veces me paso días entrando viciosamente en mi cuenta de correo electrónico de la UCM, actualizando la bandeja de entrada, consciente de que si me hubiera llegado algo nuevo, habría recibido una notificación. El cierre de actas se aproxima a la par que voy olvidándome de los exámenes, asumiendo que me han salido lo suficientemente bien para saber con suficiente certeza que no tendré que ir a septiembre. Hasta que no tenga todas las notas no habré asimilado que es verano, pero dadas las temperaturas más propias de abril que de julio y las incesantes lluvias, nada en mi querida ciudad de Lugo me hace siquiera sospechar que estemos en la época estival.



Mi último día en Madrid, el viernes antes de San Juan, tuvo lugar en Vicálvaro un concierto de La Raíz, y varias personas de mi clase fuimos juntas. En el metro, camino del recinto ferial, viajaban a mi lado un chico y una chica de como mucho veinte años con camisetas de La Raíz. Apuesto a que íbamos al mismo sitio. Los perdí de vista en un transbordo y los volví a ver saliendo de la estación del metro, en Vicálvaro, donde multitud de otros jóvenes, muchos de ellos con camisetas del grupo, se congregaban frente a la boca del metro.

La mayoría de las chicas llegaron algo antes que yo, por lo que ya estaban en el recinto ferial. Poco después de mí llegó Tomás, con quien había quedado para ir de librerías un par de días antes. Nunca, en toda mi vida, había quedado con alguien para ir de librerías. También hay que reconocer que hay más tiendas de libros tirados de precio en el barrio de Malasaña que probablemente en toda la ciudad de Lugo. El chico compró tantos libros que no le cabían en una bolsa de tela, y también me sorprendió ver a alguien con tal obsesión por la lectura que me hiciera parecer analfabeta a su lado, aunque ya me debería haber dado cuenta de que mi clase está llena de ratones de biblioteca.

En la entrada del recinto ferial, entre un tiovivo de madera y caballitos hechos con neumáticos y varias atracciones de agua para sobrellevar el calor infernal recientemente llegado del verano madrileño, nos esperaba Ana. Cruzamos la zona de las colchonetas y coches de choque hasta llegar a la de los bares que, para mi sorpresa, estaban politizados. No, politizados no. Partidizados. El del PP lucía el cartel del partido, así como varias banderas de España, pero fuera de los símbolos parecía un bar normal. Enfrente, Ciudadanos lo tenía bien montado, conformando una gran mancha naranja en el recinto ferial. La caseta entera estaba cubierta de naranja, los camareros vestían camisetas de Cs, no había un niño en varios metros a la redonda que no portase un globo del partido, y no faltaban las banderas de España por todas partes. A su lado, una humilde caseta con un logo del PSOE que casi parecía esconderse contaba con escasas almas. Por último, frente al puño y la rosa, Ahora Madrid tenía un grupo musical pequeño pero con ritmo, que no tocaban desde un escenario sino al nivel del suelo, con el resto de la gente, que se agrupaban a su alrededor. Otras organizaciones políticas también contaban con presencia. Creo que una de ellas era feminista, contra la violencia de género, y la otra me llamó la atención porque ya había oído sobre ella antes. Decide Vallecas, organización nacida en dicho barrio, que organizó una consulta a sus vecinos al día siguiente sobre si les gustaría poder decidir sobre la forma de Estado de España y, de quererlo, si preferirían monarquía o república. El “referéndum”, obviamente no vinculante y que ningún partido político con representación en el ayuntamiento apoya públicamente, se hace a modo de protesta, no por tener un jefe de Estado impuesto, sino porque el CIS lleva desde los inicios de la crisis (que coinciden con varios escándalos alrededor del rey emérito, su desprestigio y final abdicación) sin preguntar sobre la monarquía. Desde que la opinión pública empezó a dudar sobre la figura del jefe de Estado, al CIS la monarquía dejó de parecerle algo que preocupase a los españoles. La consulta en Vallecas, que tuvo lugar alrededor de la fecha en la que el cuñado del rey ingresaba en prisión, me parece una reivindicación digna de ser escuchada.





Dejando Vallecas y volviendo a Vicálvaro, Ana, Tomás y yo llegamos hasta la plaza donde estaba el escenario, y donde nos encontramos con el resto de la gente de nuestra clase. Faltaba bastante tiempo para el concierto y nos situamos muy cerca del escenario. Paula, que había llegado muy temprano, nos contó cómo cuando llegó no había prácticamente nadie, salvo los miembros de La Raíz y los del programa No Te Metas En Política, Facu Díaz y Miguel Maldonado.

-Me encantó ese momento: aquí estaban los de La Raíz, Facu Díaz, Miguel Maldonado, ¡y yo a su lado! -nos contaba, emocionada.

Un chaval delante de nosotros lanzó un globo de Ciudadanos, que todos nos pasamos de un lado a otro del público.

-¡Yo también quiero uno! -exclamé-. ¿Alguien viene a por un globo de Ciudadanos?

Paula, Tomás y yo acabamos en la caseta naranja, pero al llegar me dio demasiada vergüenza pedir uno. Estaba segura de que se darían cuenta de que soy bastante contraria al partido, o si colaba me echaría a reír y me mirarían mal. Tomás, el más osado, se acercó a la barra como si nada a pedir un globo, que le dieron sin dudar. Educadamente dio las gracias y volvió junto a nosotras. Paula, más observadora, encontró uno abandonado en las mesas y me lo dio. En aquel momento me fijé en que todas las mesas lucían folletos promocionando a la candidata del partido naranja. Joven y guapa, aquella chica podría colar por la hermana de Inés Arrimadas.

-¿Habrá que ser guapo para que te dejen afiliarte al partido? -bromeé yo.

-Seguro que ella en realidad es de izquierdas pero, al ser guapa, el trabajo mejor pagado que encontró es ser candidata de Ciudadanos -contestó Paula, riendo.

Volvimos a la plaza del escenario, donde cada vez se congregaba más gente. Unos chicos delante de nosotros se rieron al ver los globos y, mediante gestos, dijeron que los lanzáramos. Gesticulé para explicarles que lo haría más adelante, durante el concierto, y me pidieron entonces que les dejase el globo para sacarse una foto. Me encanta que toda aquella gente entendiese la ironía cuando te presentas en un concierto de La Raíz con un globo de Ciudadanos. Nosotros también nos sacamos fotos con los globos, fotos que más tarde pasaron por el grupo de clase, y alguien podría sacar a la luz fuera de contexto. Sandra bromeaba acercando el cigarro a los globos, que nos negábamos a perder. Es un fenómeno curioso, el cariño que le puedes coger a un globo naranja tras tenerlo contigo durante media hora.

Mi objetivo era lanzar el globo cuando llegase la canción de Rueda la corona, una de mis favoritas, pero no duró tanto. Durante el concierto, el público, cuya media de edad apenas si subía de los veinte años, coreó desde “UPyD”, demostrando su capacidad de ironía, hasta “¡No pasarán!” cuando La Raíz interpretó el tema Suya mi guerra, un homenaje a las Brigadas Internacionales. En la primera canción, Entre poetas y presos, debido a los constantes empujones nos vimos obligados a lanzar los globos antes de que explotasen en nuestras manos. Para mi sorpresa, duraron varias canciones volando de mano en mano.

El concierto fue, simplemente, inolvidable. Nunca había visto a La Raíz. Nunca había estado en un concierto por voluntad propia aparte de alguno de las fiestas de Lugo, pero ni siquiera de ninguno de mis grupos favoritos. Entre los constantes brincos, el calor humano y la gente que lanzaba cerveza, volví a la residencia con el pelo y la ropa apestando a alcohol y sudor. Llegué de madrugada y no había terminado de hacer las maletas. Por la mañana, me tenía que levantar terriblemente temprano para coger el autobús a Lugo. Apenas dormí aquella noche, pero mereció la pena. Vaya si mereció la pena.


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