INJUVE Parte 1: Lucenses por el mundo

02/04/18


-Albergue Juvenil Richard Shirrman.

-¿Pero qué nombre es ese?

Al final de una carretera por la que no pasan coches, apenas iluminada por farolas cada cincuenta metros y en medio de Casa de Campo, un bosque en medio de Madrid, se halla el albergue de nombre impronunciable. Nada más entrar, oímos a lo lejos unos chavales preguntándose un grupo a otro por su procedencia. Son todos gallegos. Entramos en recepción y no tienen nuestros nombres.

-Pero vosotras no os preocupéis, que os quedáis -nos dijo la simpática mujer-. Ya hablo mañana con los del INJUVE.

Vamos a nuestra habitación, dejamos las cosas y salimos al pasillo, lleno de chavales.

-¿Venís a lo del torneo de debate? -pregunto.

Respondieron afirmativamente. Les preguntamos si habían cenado o sabían dónde podíamos cenar, y dijeron que estaban como nosotras. Llegó otra chica y se puso a hablar. Me quedé mirándola unos segundos hasta que logré procesar que estaba hablando en catalán. Nuestro edificio estaba lleno de catalanes; al menos todos los que conocimos lo eran. Hablaron sobre el hecho de que no había ni toallas ni sábanas, y de que tenían hambre y no había dónde cenar.

-Lo que sí que hay son duchas comunes, y con el nombre que tiene... esto parece un campo de concentración -bromeó un chico.

Siguieron hablando en catalán, acordando qué hacer.

-Molt bé -concluyó uno de los chicos con los que habíamos hablado antes- Muy bien -tradujo, mirándonos. Me reí. Habíamos seguido más o menos la conversación, pero esa expresión es bastante conocida, era lo que menos falta hacía que tradujera.

Un chico mostraba una oferta de un hotel en el centro de Madrid, al lado del Congreso, con bastante mejor pinta que el albergue. Otro chico de camisa y polo se negaba a pasar ni una sola noche allí.

-Son las diez de la noche, ahora ya nos quedamos y mañana nos vamos -le dijeron.

Leyre y yo decidimos coger el autobús para ir a Príncipe Pío y cenar allí. Los catalanes prefirieron quedarse. Desconozco si llegarían a cenar.

-Tened cuidado -nos dijeron, al marcharnos.

Preguntamos en recepción cómo llegar a la parada del bus y nos lo indicaron.

-Esta es una zona tranquila y no pasa nada a la gente que no se mete en líos -nos miró a las dos.

-¿De qué tenemos cara? -nos preguntamos al salir, cuando ya no nos podía oír.

Buscamos la parada de bus, con la presión de la hora, pues quedaban pocos minutos para que saliese el último. Preguntamos a dos mujeres que caminaban a buen ritmo, practicando el deporte favorito de Rajoy.

-Le dais la vuelta al parque de atracciones, está cerca. Bueno, para nosotras es cerca, para vosotras no sé…

Tuvimos que volver a preguntar a un par de familias que salían del parque, y caminamos por varias de las paradas en la dirección contraria hasta por fin conseguir llegar a una en dirección a Príncipe Pío.

-¿No será ya tarde?

-¡Ahí viene uno!

Era el número correcto y la parada correcta, pero en vez de poner dirección Príncipe Pío, ponía Casa de Campo. El conductor era el mismo que nos había llevado a la ida, y que nos había tenido que explicar cómo llegar al albergue.

-¿Va a Príncipe Pío?

-No, a Casa de Campo, ya se ha terminado el servicio a Príncipe Pío.

-Vaya…

-Os puedo llevar hasta la parada de metro si queréis.

-Vale, gracias.

Íbamos solas en el bus, por lo que paró en medio de dos paradas para dejarnos al lado de la boca de metro. Era un par de paradas exteriores y bastante largas hasta Príncipe Pío, donde cenamos. A la vuelta, volvimos a rodear el parque de atracciones, que en la noche de luna llena parecía abandonado. Los ruidos de Madrid se oían atenuados y a lo lejos. Nuestras pisadas resonaban en el silencio sepulcral de Casa de Campo.

Por la mañana, intentamos llegar al Senado para ver al grupo que debatía antes que nosotras, pero calculamos mal el tiempo. Entramos por una puerta al lado de una gran bandera de España y un policía, al vernos entrar con las maletas, preguntó, riéndo:

-¿Os mudáis aquí?

Leyre entendió que si íbamos a debatir y contestó que sí. Yo contesté que no, que veníamos al torneo de debate del INJUVE.

-Entrad por la otra puerta, que allí tienen las listas. Esta es la puerta de atrás.



Pues menuda puerta de atrás. Llegamos a la puerta principal, donde nos buscaron en la lista y miraron el DNI para entrar en el recinto, donde aparte de la bandera española y europea, estaban las diecisiete autonómicas. Al entrar en el edificio, control de seguridad cual aeropuerto. Y, otra vez, nos vuelven a buscar en las listas y volvemos a enseñar el DNI. Entramos al primer hall, donde están los del INJUVE con otras listas, donde nos vuelven a buscar, y nos dan un identificador, no para poder entrar y salir, que nos volverían a mirar en las listas y demás, sino para que no nos echen mientras estamos dentro.




Subimos al primer piso, donde tenemos el primer debate, en la sala Clara Campoamor. Me gusta que le hayan dedicado una sala en el Senado. Salen los del debate anterior, y charlan entre ellos, no muy lejos de nosotras. Uno de los chicos es gallego, se le nota en el acento.

-Ese es de mi tierra -le digo a Leyre.

-¿De dónde eres? -le pregunta alguien al gallego.

-De Lugo.

-¿Eres de Lugo? -exclamo, al oírlo. El chico se da la vuelta sorprendido-. Yo también -añado, levantándome.

Me dijo su nombre, pero lo olvidé enseguida. Dijo que él también había ido al femenino, pero era del 98, y yo solo estuve el último curso, así que no habíamos llegado a coincidir. Ahora estudiaba derecho en la USC. Le pedimos consejo para nuestro primer debate, y dijo que nos lo planteásemos todo y no dejásemos de preguntarnos “¿Por qué?”.

-En un debate académico, no es tanto de razonar, es más de defender algo así como “Pero no lo digo yo, lo dice este tipo que es experto en el tema”, llevando evidencias, y hay que prepararlo con anterioridad. Aquí, en el debate parlamentario, al ser todo improvisación, tienes que explicarlo todo, razonando por qué dices lo que dices y defendiéndolo sin apoyarte en evidencias.

Intentando tener en cuenta el consejo del lucense, nos dieron el tema para el primer debate: Esta casa instauraría el voto obligatorio. Nuestra postura: primer gobierno. Hablamos de cómo la gente mayor es la que más va a votar, los mismos que se manifiestan por nuestras pensiones (las suyas las tienen garantizadas, las nuestras puede que ni existan), los mismos que en los 70 se manifestaban por la democracia. Hablamos de cómo no podemos olvidar la lucha de nuestros mayores con la fácil respuesta del “Votar no sirve para nada”, hablamos de Clara Campoamor (el fondo de la sala mostraba un titular de 1931 con la imagen de Campoamor, anunciando la aprobación del voto femenino) y su lucha por el voto de las mujeres que no podemos olvidar, hablamos de que todavía queda la posibilidad de votar blanco o nulo, de fundar nuevos partidos, y obligando a la gente a votar conseguiríamos que se informase sobre el sistema electoral y los distintos partidos, evitando así la desidia, y aumentando el número de votos lograríamos mayor representatividad de los representantes, algo necesario en democracia, y favorecería al pluralismo político.




Al salir del debate, supimos que nos habíamos perdido la inauguración del torneo, pues habían calculado mal el tiempo y mientras nosotros debatíamos, los demás estaban con a Ana Pastor y varios representantes conocidos de los distintos partidos políticos en el Congreso, sentados en el hemiciclo cual diputados. Me molestó bastante habérmela perdido.

Charlamos con el equipo que hizo de segundo gobierno, dos chicos de la escuela militar de Zaragoza, y el equipo de segunda oposición, dos chavales bastante simpáticos que te hacían reír durante el debate, con los que visitamos después el Senado. No recuerdo ni su nombre ni siquiera de dónde venían. Los del primer gobierno, un chico y una chica que lo hicieron muy bien, se marcharon mientras los jueces deliberaban.

-Son demasiado profesionales para juntarse con principiantes -bromeamos.

El equipo con el que no hablamos se llevó tres puntos, los chavales graciosos dos, nosotras uno y los de la escuela militar ninguno. También hablamos con el juez, un chico andaluz pelirrojo, al salir, para buscar el comedor. Cuando dije que era de Lugo dijo, con su acento andaluz:

-Eu non son galego pero sei falar galego.

Lo miré, sorprendida.

-Estiven durante varios anos no club de debate de Compostela.

Cuando miramos qué jueces venían al torneo, recuerdo que la inmensa mayoría o eran gallegos o eran de la USC. “Si es que no sé qué más pruebas necesitáis, los gallegos controlamos el mundo”, le había dicho a Leyre, bromeando.



Comimos en una mesa de jueces, la mitad de ellos gallegos. Los platos, vasos, tazas… tenían el escudo del Senado, y la comida dejaba en ridículo a la del colegio mayor. Nos la servían camareros, cual restaurante. Después de comer, fuimos con los dos chavales contra los que habíamos debatido a explorar el Senado. Uno de ellos preguntaba sin cortarse a la gente con la que se cruzaba, quitándose el identificador para que no lo tomaran por debatiente, sino por senador. Llegamos al hemiciclo y vimos que ya había varios debatientes merodeando por entre los escaños. Me impresionó bastante la inmensidad de la cámara alta. Subí un par de filas y dejé mis cosas en uno de los escaños. Miré a quién pertenecía: portavoz del grupo socialista. Arriba del todo, al lado de una puerta, están el PDeCAT y el PNV, y cerca de ellos los de Esquerra.





-Míralos, qué bien situados, al lado de la puerta para cuando se vayan -bromeó uno de los dos chavales con los que íbamos. Después, se sacaron una foto fingiendo dormir, con los pies encima de la mesa, en dos escaños (supongo que mostrando el duro trabajo de los senadores) y envolviéndose en la bandera de España, incluso besándola, ironizando el patriotismo. Pasé por la primera fila, donde los asientos del presidente y la vicepresidenta. Unos minutos más tarde, alguien se había llevado el papelito identificador del escaño del presidente, dejando un escaño en blanco al lado de la vicepresidenta. Desconozco quién se lo llevaría, pero tuvo gracia, y en cierto modo también fue un poco de justicia poética.





Visitamos también el hemiciclo antiguo, de una belleza diferente, como histórica. El Senado en general tiene un aire de museo, entre tantas y tan grandes pinturas originales, pero al ser pinturas que representan escenas de la historia de España, parece que paseas por un cuento narrado sobre alfombras de estampados palaciegos, salpicado de puertas enormes bloqueadas con cerrojos antiguos, bajo la luz de lámparas antiguas (al menos en apariencia) y vigilado por numerosas estatuas y bustos de algunos de los políticos más importantes de este país.







Cuando Leyre y yo entramos en el hemiciclo antiguo, no había nadie. Subimos al estrado de presidente de la cámara y un guardia nos mandó bajarnos. Cuando se fue, volvimos a subirnos rápidamente para sacarnos una foto. También fuimos a la biblioteca, pequeña pero preciosa, que no dice lo que es en las fotos.




En el último debate del día, como líderes de la oposición, teníamos que ir en contra de la moción: Esta casa implantaría una Renta Básica Universal. No estoy a favor del voto obligatorio, pero al menos entiendo a quienes quieren imponerlo, tienen razones para hacerlo, aunque no lo apoyo. Sin embargo, la Renta Básica Universal es difícil de contradecir salvo a través de la ignorancia, de no saber qué es y cómo ha impulsado la economía cuando se ha intentado. No lo hicimos muy bien, y no nos llevamos ningún punto. Debatimos en la sala Manuel Broseta Pont, dedicada a un senador valenciano de UCD asesinado por ETA.

En la ceremonia de inauguración les habían dado una bolsa del Congreso con una camiseta y una gorra de la Constitución, una versión de bolsillo de la Constitución, lápices y gomas de las Cortes y del INJUVE… Conseguimos que nos dieran la bolsa con estas cosas más tarde.

-¿Por qué vuestra Constitución es azul? La nuestra es roja, mola más -dijo uno de los chicos contra los que habíamos debatido en el primer debate-. Ya lo entiendo, por eso vosotras erais el gobierno y nosotros la oposición… -bromeó.

Ellos se pusieron la gorra y la camiseta por encima de la chaqueta del traje y se sacaron una foto. Cuando volvimos al colegio mayor, Leyre y yo bajamos a cenar con la patriota camiseta y apuesto a que a más de un colegial le chocó vernos con ella. También cenamos en zapatillas de andar por casa (en contra de las normas está ir al comedor en pijama, pero de las zapatillas no dicen nada). Les contamos a los demás siniestros nuestra experiencia en el Senado y no nos quedamos hablando demasiado rato después de cenar. Todavía nos quedaba por lo menos una jornada más de debate en el Congreso.

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