INJUVE Parte 2: Esta casa celebra la guerra

04/04/18


-Eso es el Congreso, ¿no?

Dos leones en la puerta principal, la que solo se abre cuando viene el rey. Había algunos periodistas y cámaras; más tarde supimos que iba a tener lugar la votación para los presupuestos generales del Estado aquella misma mañana.

-Según la ubicación que nos enviaron, no este edificio, sino ese de ahí enfrente -dijo Leyre, guiándose por el móvil.

Nos acercamos a una puerta, en un edificio al otro lado de la carretera, y le preguntamos al policía de la puerta, que nos indicó ir a otra puerta, un poco más arriba. Entramos por donde nos indicó, pasamos el control de seguridad, nos buscaron en la lista y subimos a la tercera planta, como nos indicaron. En ese piso y el siguiente, en dos pasillos estrechos y llenos de despachos, se habilitaron dos salas para los debates y otras dos para quedarnos entre debate y debate. Preguntamos si podíamos visitar el edificio principal del Congreso, al otro lado de la carretera, donde está el hemiciclo.

-Os tendría que acompañar un diputado.

-¿Y de dónde sacamos un diputado?

-Buscad uno, hay varios por aquí.

En todos los debates del Congreso había presente un diputado, y en todos los del Senado, un senador, pero normalmente no los reconocíamos. A la búsqueda del diputado. De los creadores de Pokemon Go, Diputado Go.

Los debates iban con una hora de retraso. No sabíamos qué hacer aparte de matar el tiempo. Cuando hablábamos por los pasillos, salían hombres trajeados de los despachos, reprochándonos que intentaban trabajar.

-Ah, ¿que aquí trabajáis, en el Congreso? -me dieron ganas de preguntar, en parte por culpa de mi indignación. Solo en parte.

Nos quedamos en una de aquellas salas habilitadas para nosotros. Vinieron los dos lucenses y los otros dos gallegos de la USC. El chico de Lugo presumió de sus calcetines de erizos, ante lo que otro de los gallegos mostró su corbata de delfines, por lo que el último de ellos se emocionó al enseñar su corbata de ballenas y los dos se abrazaron, celebrando su marítima coincidencia.

Pasó el tiempo y llegó nuestra hora de debatir. Según el horario inicial, debatiríamos en la sala Pérez Llorca, pero en el horario que había allí colgado ponía que debatíamos en la sala Manuel Fraga Iribarne. Supuse que no era buena idea cuestionar que se le dedicase una sala; más tarde, buscando noticias de cuando se bautizó así a una de las salas de la ampliación del Congreso, comprobé que en su momento diversos partidos de la cámara baja también tuvieron reparos.

Nos dieron la moción: Esta casa lamenta la existencia de las redes sociales. Nuestra postura: primera oposición, otra vez. No nos gustó repetir primer turno, que consideramos más difícil, pero sí nos agradaba lo que debíamos defender. El primer gobierno puso el listón bastante alto, aunque con argumentos cuestionables, y nosotras defendimos bastante bien las ventajas de las redes sociales. Visto en perspectiva, aquel fue nuestro mejor debate. Pero ¿quién fue nuestra segunda oposición? Nada más y nada menos que el lucense y otro de los gallegos de su equipo, la USC. 64 equipos y aun así me las ingenié para conocer y debatir con otro lucense.

-Pero mira qué cámara alta nos ha tocado -dijo el lucense, al vernos.

El segundo gobierno era bastante flojo, aparentemente tan poco experimentados en el debate como nosotras, y apenas se defendieron. A uno de ellos le planteé una pregunta, no recuerdo cuál (aunque más tarde el lucense aseguró que había sido muy buena), y el chico se quedó en silencio varios segundos, tras lo cual soltó una risa nerviosa y eludió la pregunta como pudo, saliendo muy mal parado del apuro. Hasta los jueces, una de las cuales había comido en nuestra mesa el día anterior (y era gallega, por supuesto), se echaron a reír. Creo que fue el momento del torneo en que más orgullosa me sentí, en que me di cuenta de que, a pesar de todas las derrotas, de vez en cuando había alguna pequeña victoria.

Los chicos de la USC ganaron el debate, y se lo merecían. Dejaron bastante claro su procedencia, mencionando que los gallegos que emigraban hace décadas, por ejemplo a Argentina, no tenían modo de comunicarse con sus familiares más que por carta, y ahora gracias a las redes sociales las familias separadas podían mantener el contacto. El equipo más flojo, el segundo gobierno, insistió en que en las redes sociales no se puede hablar “cara a cara”, ante lo que los gallegos se limitaron a mencionar el Skype, y hablaron de cómo ellos prepararon el torneo por esa red social, ya que en Semana Santa estaban en distintos puntos de la geografía gallega.

Ganaron los gallegos, segundos el primer gobierno, nosotras de tercereas y el segundo gobierno de últimos. No me sorprendió.

-No voy a cuestionar el resultado, pero creo que lo hicisteis mejor que el primer gobierno -dijo el lucense, cuando el jurado y los otros equipos ya se habían ido. Hubiera sido bastante raro, sobre todo teniendo en cuenta que el día anterior habíamos quedado de cuartas en el debate que ellos habían ganado. ¿Ganarles ahora? Un poco difícil… Aunque es cierto que había sido nuestro mejor debate (y el único en el que, por lo menos yo, estaba de acuerdo con la postura que debía defender).

Julio llegó antes del último debate. Esperamos a que nos dieran la moción.

-Esta casa celebra la guerra.

-No -dije, negándome a debatir sobre tal cosa-. No puede ser.

Julio y Leyre me hicieron callar para oír quién debía defender cada postura. Nosotras, segundo gobierno.

“Ya estoy en contra de la próxima guerra” decía una camiseta que casi me compro hace unos días. ¿Cómo iba a defender la guerra?

-La doctrina de la guerra justa -le dije a Leyre. Teníamos que abstraernos de cualquier moral y las víctimas, centrándonos en la legalidad, el único modo de defender la guerra. Intenté explicarle el ius ad bellum y el ius in bello, el derecho de la guerra y en la guerra, que regula cuándo un estado puede ir a la guerra con otro y qué medios se pueden usar. Estableciendo el estrecho margen en el que defenderíamos la guerra (como último recurso tras el fracaso de las negociaciones, en defensa legítima, proporcional, sin tener como objetivo la población civil, buscando una paz mejor que la paz anterior, protegiendo los edificios de Cruz Roja, acabando el conflicto con la mayor rapidez posible…), podríamos haber tenido alguna oportunidad. Pero el primer gobierno estableció un contexto muy desafortunado, el siglo XXI, y aseguró que una guerra era un levantamiento de oprimidos contra opresores (poniendo de ejemplo la Revolución Francesa, que no es una guerra sino una revolución, y contradecía su contexto histórico del siglo actual). Intenté rectificar aquella difícil postura, pero me limité a hablar de legalidad internacional, que ni siquiera había explicado bien a Leyre. Se lo dejé bastante difícil, y ella no pudo hacer nada por sacarnos del desastre. Julio nos escuchaba sentado en última fila, aparentemente sin mucha fe.

Entre el jurado había dos diputados, pero solo “reconocí” a una, pues intercambié un par de frases con ella y vi que lo ponía en su tarjeta identificadora. Era de Ciudadanos.

Al terminar, como era hora de comer, nos dijeron que fuéramos a comer mientras ellos deliberaban y que nos darían el feedback a las 4 de la tarde. Salimos, y Leyre y yo acordamos que no volveríamos para oír lo mal que lo habíamos hecho, lo sabíamos de sobra. Entramos en el edificio principal del Congreso y nos advirtieron, con tono casi amenazante, que solo podíamos ir al comedor. Bromeamos entre nosotros diciendo que si nos salíamos de camino se activaría alguna alarma. Subimos al comedor y, esperando en la corta cola, vimos en la primera mesa, justo delante de nosotros, una cara conocida: Alberto Garzón. Todavía teníamos que buscarnos un diputado.

-Venga, que alguien se lo pida -nos dijimos unos a otros, pero ninguno de los tres se atrevió. Vimos cómo se levantaba y se marchaba, pasando a un metro de nosotros al salir, y observamos cómo nuestra oportunidad se marchaba. Me arrepiento bastante de no haberlo intentado, aunque nos hubiera dicho que no.

Cuando cogí la bandeja con la comida, se me cayó la botella de agua en el plato, manchándose. Posé la bandeja donde las ensaladas, para coger una servilleta y limpiarla.

-Permítame -dijo un hombre vestido con un uniforme del Congreso, limpiando la botella-. Mejor llévela tumbada, siempre se caen -añadió, sonriendo. Salvando las novatadas, creo que nunca nadie me había tratado de usted en serio. Otro hombre con el mismo uniforme le preguntó a alguien que venía detrás de mí si no quería bebida, pues no llevaba nada.

La comida estaba muy rica y era bastante abundante. Desconozco el precio, pues la teníamos incluida, pero según vi más tarde en internet, baja de cinco euros. Es más barato comer en el Congreso que en mi facultad, y que no quepa duda: en el Congreso te sientes como en un restaurante vip al que no puede entrar cualquiera. Me creo lo absurdamente bajo del precio. Cuando Zapatero era presidente del Gobierno, le preguntaron cuánto costaba un café en un bar, y él dijo que unos 80 céntimos, pues ese era el precio que tenía en el Congreso. 

Seguíamos sin tener un diputado que nos enseñase el Congreso. Recordamos la diputada del último debate, y llegamos a la conclusión de que, si no encontrábamos otro antes, tendríamos que ir al feedback de las 4 para pedírselo.

-Pero es de Ciudadanos… -dijo Julio. A mí tampoco me hacía demasiada gracia, y claro que prefería a Garzón, pero la mejor oportunidad se había marchado delante de nuestras narices.

A nuestro lado comían periodistas de la agencia EFE. Lo ponía en sus identificadores. El resto de hombres y mujeres bien vestidos que quedaban debían de ser diputados, pero ¿cómo saberlo? ¿A quién acercarse? Leyre recordó que un amigo de sus padres es senador por Soria, y que igual nos podía encontrar a un diputado.

-Un diputado por Soria, sí, por favor -dije, riendo.

Leyre llamó por teléfono a su padre a las 3, y a las 4 ya estábamos visitando el Congreso con un diputado por Toledo que nos había conseguido el senador soriano, pues los de su provincia no estaban en Madrid. Era compañero de partido.

-Ahí se sientan los del PP, ahí Ciudadanos, los de Podemos ahí salvo algunos que no caben y se sientan allí arriba, y aquí nosotros, los del PSOE.

Si no lo hubiera dicho, jamás habría sabido que era del PSOE. Tampoco recuerdo su nombre, si es que en algún momento lo dijo. El día anterior Leyre había dicho que estábamos conociendo a un montón de gente guay pero no nos sabíamos ningún nombre, y doy fe de ello. Los catalanes del albergue, los chavales graciosos del primer debate, el lucense y los otros gallegos, el diputado de Toledo…

Nos enseñó las distintas salas, los retratos de todos los presidentes desde la primera República hasta Suárez, un reloj antiguo que mostraba la hora en distintas ciudades del mundo, la sala donde se suelen celebrar actos institucionales, donde se reúnen los periodistas… En el hemiciclo contamos los disparos de Tejero, imaginándonos a un Adolfo Suárez medio recostado en su escaño, un Gutiérrez Mellado levantándose para enfrentarse a los golpistas, disparos de ametralladora que hicieron del techo un colador, disparos de Tejero en las paredes detrás del hemiciclo y entre las pinturas del techo.

Nos sacamos una foto los tres. Leyre y Julio se pusieron en el atril y yo subí hasta el asiento de presidencia del Congreso. 

-Se supone que no se puede subir ahí… bueno… os saco la foto rápido. Espero que no entre nadie, porque si no estamos los dos en un lío.

Me senté en el asiento de Ana Pastor y no entró nadie. Se veía bien desde allí.

Le preguntamos al diputado toledano por la votación de los presupuestos generales, que estaba programada para las diez de la mañana. Dijo que todavía no habían empezado. Es curioso cómo entramos sin pasar por los controles de seguridad por ir con él, a pesar de que Julio llevaba una mochila, y estuvimos en el hemiciclo minutos antes de que empezase la votación de los presupuestos. No digo nada, pero lo hubiéramos tenido más fácil que Tejero.





Al día siguiente fui a clase por la mañana, y por la tarde volví al Senado, a ver la final. Obviamente, no nos habíamos clasificado ni a cuartos. Los policías de la entrada de fuera, al mostrarles el identificador del torneo de debate, me dejaron pasar sin buscarme en la lista. Una mujer pasó por la otra acera, saludándolos, y ellos contestaron "Buenas tardes" al unísono y sonriendo. Al entrar en el edificio pasé por el control de seguridad y allí sí que me buscaron en la lista, mostrándoles el DNI. Pero nada más salir del control, me volvieron a pedir el DNI y volvieron a buscarme en la lista. Dije en voz baja que los policías del control de seguridad ya me habían buscado en la lista, y el hombre me miró con cara de pocos amigos, me encontró en la lista y me devolvió el DNI. Por fin salí del recibidor y entré en la primera estancia, donde varios organizadores del INJUVE me volvieron a preguntar el nombre.

-Vienes de espectadora, ¿verdad? -preguntó una de las organizadoras, sonriendo.

-No, soy debatiente. No vengo a debatir, pero soy debatiente.

Vale que venía con ropa de calle y no formal, como el resto de debatientes, pero el día anterior había hablado con ella varias veces, y le había dado bastante la tabarra para que nos diese las bolsas del Congreso, ¿ni siquiera le sonaba mi cara? Yo me había quedado con la suya…

Vi la final del torneo, en el hemiciclo antiguo del Senado, sentada en la bancada roja con los chicos de la USC. Como miembros del jurado había varios diputados y senadores de los distintos partidos, por lo menos de los cuatro principales. Delante de mí, en la bancada azul, reconocí una cara famosa: Pablo Casado. Se pasó todo el debate con el móvil, sin dignarse a mirar a los equipos debatientes. Al final del debate, los de rtve le entrevistaron, y me pregunto de qué hablaría, porque no se debió de enterar de nada. Supongo que, al escuchar el tema del debate, tuvo claro qué votar sin tener en cuenta que el debate académico no es una cuestión de ideología, sino de argumentación. Vencer es convencer, independientemente de si se tiene o no razón. Si es que acaso existe una razón universal, una moral común a toda la humanidad, en la que tampoco creo.





La pregunta del debate era: ¿Se debe derogar la prisión permanente revisable? A diferencia del debate parlamentario, como el de los días anteriores, en que el tema se daba con quince minutos de antelación, en el debate académico el tema se propone con muchos días de antelación, por lo que los equipos pueden buscar evidencias y estructurar el debate de otro modo.

Supongo que me fue imposible dejar de lado el sesgo ideológico, pero me convencieron los partidarios de derogar la prisión permanente revisable. En su primera intervención, dijeron que debían defender una postura muy difícil, y se pudo deducir fácilmente que creían en lo contrario. Tanto ellos como el otro equipo utilizaron multitud de argumentos jurídicos y ni una sola mención a la psicología forense, la sociología, la historia, la antropología… de donde, a mi parecer, se pueden sacar la mayoría de argumentos para derogar la permanente revisable. Finalmente, ganó esta postura.

-¿Seguro que es ella? -preguntó la lucense.

-Que sí, que es ella -respondió el lucense.

-¿De quién habláis?

-Marta Rivera, escritora y diputada de Ciudadanos, que es de Lugo.

Después del debate, todos los de la USC menos la chica de Lugo se sacaron una foto con Pablo Casado.

-¿Tú no quieres una? -le preguntaron a la chica.

-¿Con ese? ¿Para qué?

El lucense se encogió de hombros.

-A mí tampoco me encanta pero, qué le quieres, es famoso.

Entre todas las fotos, en cierto momento acabé en medio de una foto del político con algún debatiente. Miré a mi izquierda y vi una cámara de fotos. A mi derecha, Pablo Casado me miraba como diciendo “Quítate de en medio”.

El presidente del Senado fue el encargado de otorgar los premios a los dos primeros equipos y el premio al mejor orador del torneo. El presidente, el secretario de Estado y el presidente del INJUVE dieron los discursos en una tribuna compuesta exclusivamente por hombres, salvo una mujer que no se presentó ni habló, en la esquina izquierda. Otorgaron los premios a dos equipos compuestos solo por chicos, y el mejor orador era orador y no oradora. Entre el jurado había alguna política, pero eran clara minoría entre los diputados, senadores y periodistas en masculino. El panorama entre los participantes tampoco era demasiado alentador. Entre tanto traje apenas se veía alguna chica, una interrupción a las homogéneas corbatas, y encontrar un equipo compuesto exclusivamente por chicas era casi imposible, frente a más de la mitad en los que solo hay chicos.

He participado en pocos torneos de debate, pero en todos se repetía el mismo panorama: mareas de trajes iguales ante los que una blusa o un vestido destacaban por su ausencia. En la ceremonia de clausura de este torneo, el presidente del Senado habló de la Constitución (el torneo pertenecía a una serie de actividades conmemorando el 40 aniversario de nuestra Carta Magna), recordando que es fruto de la reconciliación y el acuerdo, que en su redacción ya no había dos Españas, pero no creo que se percatase del panorama tan exageradamente masculino al que hablaba, ni de que la Constitución tuvo muchos y muy diversos padres, pero ninguna madre.

No hace ni un mes de la huelga feminista y parece que estemos olvidando los eslóganes que todos gritamos aquel 8 de marzo. Parece que en el debate universitario, al igual que en la política, poco a poco se va hablando de diputadas y oradoras, pero siguen faltando presidentas y ganadoras. Hay senadoras y juezas pero cuesta encontrar secretarias generales de partidos u organizadoras que den discursos de clausura. Se empiezan a ver caras de mujer pero siguen sin oírse voces femeninas. Y el atril, al igual que la Constitución, sigue huérfano de madre.

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