Revolución siniestra

22/04/18

Casi todos los fines de semana vienen a visitar el colegio futuros nebrijos con sus padres, chicos y chicas de segundo de bachillerato que recorren las instalaciones con curiosidad y cuyos padres hacen constantes preguntas a Carlos, el subdirector. ¿Se pasa frío en invierno? ¿Hace mucho calor en primavera? ¿Cómo es la convivencia? ¿Qué tal está la comida? A veces me dan ganas de acercarme y decirles que las novatadas son terribles, y no pasar por ellas a veces es incluso peor. Que la exclusión a la que nos condena una cúpula de veteranos que tiene más poder que dirección es tan absurda que nunca me habría creído si no la hubiera vivido en primera persona. Este colegio se abrió en 1950 y mantiene la misma estructura (mismos edificios, mismas cañerías que nos dan constantes problemas), creando una especie de cápsula del tiempo donde la absurda jerarquía de la dinámica de las novatadas se mantiene, a pesar del cambio de régimen, en una dictadura de veteranos a los que nadie ha votado.
Por si aún cabe algún lugar a dudas, se nos sigue marginando sistemáticamente por ser siniestros. Casualmente nos enteramos de que había un anuario del colegio. Obviamente no nos avisaron. Cristian dijo que el año pasado salieron sus nombres sin foto, pues no los podían borrar del todo, quedando su nombre y un cuadrado gris como único testigo de su paso por el colegio.
Me pregunto hasta qué punto el discurso de que somos nosotros los que nos autoexcluimos calará entre los nuevos cada año, cuando se encuentran con que los siniestros existen. ¿Sabrán que en realidad hacemos todo lo posible para ser colegiales de pleno derecho, todo salvo las novatadas? ¿O aquellos que manejan el cotarro, probablemente veteranos, les dirán que no queremos participar en nada, que queremos que nos marginen? Quiero creer que es lo segundo, porque si de verdad doscientas personas saben que hay veinte a los que se margina por razones absurdas y que intentan constantemente, en vano, ser tratados como los demás… no sé dónde más buscar fe en la humanidad. De ser así, de hallarme entre doscientas personas que legitiman la marginación de un colectivo solo distinto a ellos por no haber pasado por las novatadas, los universitarios de 2018, en otro contexto una generación tan educada y avanzada como la nuestra, podría llegar a legitimar hasta un genocidio. No es tan difícil. No tan lejos, no hace tanto. Si realmente los han convencido para esto de las novatadas, podrían convencerlos para casi cualquier cosa.
Pero no creo que sea así. Conservo algo de fe en personas que espero que no estén tan alienadas como puede parecer. Creo que no los han convencido, tan solo los han engañado. Se han creído el discurso de que no queremos participar en nada mientras unos pocos se aseguran de que no podamos involucrarnos en la vida colegial. A veces se les escapa algo, como teatro y debate, llevado por dos personas que no creen en las novatadas, pero por norma general, quedamos sistemáticamente fuera de su mundo. Expulsados.
No nos vamos, nos echan.
Lo más sencillo sería marcharse del colegio para el año que viene. Lo teníamos pensado y ya estábamos mirando pisos. Habíamos hecho planes pero... algo ha cambiado. ¿Ninguna lucha está perdida mientras quede un insensato luchando por ella? Un insensato es inútil mientras no pueda convencer. Pero en cuanto sean dos, tres insensatos, cuando encuentren apoyo en un sector de la sociedad que tiene algo de poder, cuando se les abre una puerta al cambio… Ahí es cuando tienen que aprovechar. De otro modo, el insensato solitario estará perdido, tan solo podrá esperar por esa oportunidad que puede que nunca llegue y, si llega, quizá sea demasiado tarde y ya no sea su guerra.
No hago más que irme por las ramas, pero no encuentro ningún modo de explicarlo. ¿Quedarse en un sistema injusto bajo el riesgo de no poder cambiarlo o salir de él y poder vivir tranquilos? ¿Alejarse del enemigo o intentar destruirlo desde dentro? No es un dilema fácil, y hasta hace pocos días, nos habíamos decantado por una de las opciones, en parte decepcionados, en parte derrotados, pero no habiéndonos rendido, conscientes de que la lucha del insensato sin aliados es una derrota asegurada.
A veces cuesta vivir entre esos “verdaderos colegiales”, aquellos que siguen la dictadura de los veteranos, los que cumplen obedientemente con las novatadas y no protestan, manteniendo un sistema que saben que no es justo, deseando llegar a veteranos para vengarse de nuevos colegiales que no tendrán ninguna culpa de sus males…
Quizá, en cierto modo, los colegios sean pequeñas sociedades que no pueden evitar parecerse al país en el que pertenecen.
Pasan los días, llega el buen tiempo en una cálida y seca primavera madrileña pero en el colegio mayor Antonio de Nebrija las cosas no cambian. En efecto, nos siguen marginando. Después de enterarnos de que habíamos quedado excluidos del anuario, descubrimos que había una revista del colegio. Nos plantemos escribir en ella, probablemente sobre las novatadas, pero temiendo que no nos dejasen publicar algo así. Sin embargo, hablando con Andreu (que estudió periodismo y trabajó en un par de periódicos), supimos que la censura previa es anticonstitucional. Si nos dejaban escribir algo, tendrían que publicar lo que quisiéramos escribir.



El 19 de abril, recuerdo ver el papel colgado en el principal corcho del colegio, donde se anuncian todas las actividades. Estaba escrito a mano en vez de a ordenador, pero no vi por qué aquello tendría que ser algo malo, por qué tendría que quitarle credibilidad a la actividad. Y todavía le doy un voto de confianza a cada oportunidad que me brinda el Nebrija; si me resigno a poner la sospecha sistemáticamente por encima de todo, ya nunca podré recuperar la confianza en la institución.



El papel estaba escrito a bolígrafo y ponía “Visita cultural a los barrios donde se ambienta Cuéntame y Amar en tiempos revueltos”. La actividad constaba de cinco plazas, más cinco en la lista de espera. Parecía bastante limitado, y las tres primeras ya estaban ocupadas, una de ellas por Jaime, el adjunto a dirección. Aparentemente la letra con que estaba escrito el primer nombre, el de Jaime, de la misma persona que había escrito el nombre de la actividad, y los otros dos estaban escritos con letras diferentes. Aina y yo pasamos por allí cuando íbamos a comer, y durante la comida comentamos nuestras respectivas infancias viendo Cuéntame con nuestros padres.
-Estaría guay ver dónde se rodó...
-¿Nos apuntamos?
-Venga, va.
Así hicimos, nos apuntamos. Seguimos hablando durante la comida, y gracias a Cristian supimos otra anécdota de la pacífica y positivísima integración de las novatadas: el año pasado una chica se sentó con los siniestros, enseguida se dio cuenta de su error, mirándolos como si fueran a pegarle algo, y al día siguiente la vieron limpiando la habitación de un veterano como castigo por acercarse a los siniestros.
Dicen que exageramos pero todos los años alguien denuncia al colegio, aunque luego quede solo sobre el papel. ¿Seguro que somos tan exagerados?
Un par de días después, el sábado por la mañana, Julio y Leyre pasaron por donde el corcho y vieron en papel de la visita cultural a la que Aina y yo nos habíamos apuntado. Nuestros nombres estaban totalmente tachados a conciencia y, al lado, estaba escrito “asko muerid”. Julio y Leyre cogieron el papel y se lo llevaron tras enviarnos una foto de él. Al recibirlo, lo primero que hice fue enviarle la foto a Jaime, el adjunto a dirección, para, al ver que él también estaba apuntado, preguntarle si sabía si la actividad seguía en pie y decirle que Aina y yo seguíamos interesadas, a pesar de que el papel hubiera desaparecido. En ningún momento mencioné que lo teníamos nosotros. Después me di cuenta de que el hecho de habernos tachado y haber escrito aquello al lado de nuestros nombres era por lo menos reprochable y, consciente de que el autor no aparecería a no ser que confesase, le envié también la foto a Carlos, el subdirector. Aunque no hiciera nada, que al menos tuviera constancia de que la convivencia de la que tanto presume dirección no es más que una utopía.



Aquella misma mañana, a las diez, empezó a sonar música a todo volumen, con unos altavoces enormes en la azotea del edificio principal. El ruido (no puedo definir de otra manera aquella música) inundaba todos los rincones de cada piso de ambos edificios, un sábado de finales de abril cuando muchos ya están empezando los exámenes finales. Andrés, uno de los siniestros, pidió por el grupo de WhatsApp de nuevos que bajasen la música, pues hay gente que quiere estudiar.
Digamos que la conversación se fue de las manos. Insultos por parte de dos personas, la propuesta de que nos fuéramos a una biblioteca si tanto nos molestaba la música a todo volumen para estudiar, memes de Franco como respuesta a un Arriba España que no venía a cuento de nada... Podría decir que nosotros lo pedimos por favor y quien empezó insultando fue uno de ellos, pero estoy harta de la retórica del ellos y nosotros, aunque haya un ellos y un nosotros, aunque el grupo mayoritario, como lo llama dirección, trate un poco mal al grupo minoritario, a pesar de que saben de sobra que nos llaman siniestros. ¿Lenguaje políticamente correcto? Yo diría que un mero eufemismo.
Después de los insultos iniciales, nos dijeron, y cito literalmente, que “la fiesta lleva organizada para hoy desde hace tiempo”. Más tarde supimos que la realidad no es esa, pues aunque esa fiesta se hace todos los años, se había aplazado varias semanas por motivos meteorológicos y no se había avisado de ninguna manera. Supongo que se avisarían entre ellos, como acostumbran a hacer, porque como no somos colegiales y tal, no merecemos ni siquiera saber cuándo, por culpa de su ruido, no vamos a poder estudiar. Además, la “fiesta” era un torneo de fútbol. La música no era ni siquiera necesaria.
Fue mi segunda intervención en aquella conversación del grupo de WhatsApp: la primera, pidiendo por favor qu bajasen la música; la segunda, que podrían haber avisado a todo el mundo. Como insistieron en que “el cartel lleva tiempo ya, así que se ha avisado”, insistí yo también con un “¿Qué cartel? Primera noticia que tengo”. En lugar de, no sé, demostrar que habían colgado dicho cartel en algún corcho del colegio, su única solución para nosotros fue que nos fuésemos a una biblioteca. Por lo visto, la prioridad del Nebrija son las fiestas; los estudios, si eso, ya después. Dijeron que para un día que tenían fiesta, que nos marchásemos y les dejásemos pasarlo bien, a lo que repliqué “¿Un día? Que venís de una semana de fiestas...”. “Venimos*”, me contestaron. “Ah, ¿que me podría haber apuntado a algo sin que tachen mi nombre? Eso si que es nuevo”. Incluso Jaime, el adjunto a dirección, nos dijo que nos fuéramos a las salas de estudio del colegio, donde supuestamente no había ruido, aunque una de esas salas está al lado de mi habitación y en mi habitación se entendía perfectamente la letra de las canciones.
Al leer el director toda la conversación, dijo haberse llevado una sorpresa, primero, porque todos somos bastante adultos para no insultarnos por el grupo, y segundo, porque habíamos hecho mal comunicando la queja por un grupo con 60 personas en vez de a dirección. Como le dije a Carlos, el subdirector, aquella misma tarde, no teníamos modo de saber que era una actividad oficial del colegio, y en otras ocasiones, cuando alguien tiene la música alta, está haciendo ruido o simplementé está tocando la guitarra española a las diez de la noche, se envía un mensaje por el grupo y todo se soluciona sin necesidad de meter a dirección de por medio. Como respuesta, Julio envió la foto de la actividad cultural con nuestros nombres tachados y aquel pacífico mensaje escrito al lado. A los pocos minutos, Carlos eliminó el grupo.
Volviendo a la visita cultural, lo que hablé con Jaime fue bastante decepcionante. Tras enviarle la foto y preguntarle que si sabía quién llevaba la actividad, dijo:
-Nada eso ni lo puse yo no sé quién os apuntó, he tirado el papel cuando he visto eso.
En una frase, su primera frase, ya hay dos mentiras: él sí puso el papel, pues organizaba la actividad, y no tiró el papel, pues lo teníamos nosotros.
-Nosotras nos apuntamos porque queremos ir. ¿Saber quién lleva la actividad? -insistí.
-Creo que lo hicieron por hacer la gracia, la verdad.
Aquella tarde hablé con Carlos y me preguntó si sospechaba de quién podría haber escrito aquello en la hoja. Le transmití mis sospechas, basadas únicamente en pequeñas tonterías que molestaban, en ningún caso pruebas susanciales de que esa persona me tuviese... no sé, odio ni asko, pero desde el momento en el que había visto el papel había sospechado de aquel chico, y sentí que tenía que decirlo. Aparte de él, no tengo mala relación con absolutamente nadie más. No considero oportuno mencionar su nombre, pues sigue sin haber pruebas sustanciales contra él. Mis amigos saben quién es, dirección supuestamente lo está investigando y, por esto y muchos otros sucesos que ocurrieron a lo largo del curso, el año que viene no lo van a renovar. Llevan bastante tiempo intentando expulsarle a él y a sus amigos, pero por causas cuya legitimidad me cuesta creer (por ejemplo, hojas de firmas obtenidas casi con amenazas), todavía no lo han conseguido. Probablemente sea demasiado tarde en el curso para expulsarles, pero en manos de dirección queda no renovar a semejantes personajes a los que a veces cuesta llamar personas.
En las manifestaciones como protesta ante la sentencia de la manada, se len pancartas de “La revolución será feminista o no será”. En nuestro colegio mayor, un microcosmos autosuficiente que se retroalimenta en costumbres y tradiciones tan patéticas como inmorales, la revolución será siniestra o no será. Parece que poco a poco nos hacemos oír y, aunque en principio casi todos los siniestros habíamos pensado en macharnos a piso (de hecho, ya teníamos varios buscados), un inesperado giro de los acontecimientos nos ha hecho replantearnos hasta qué punto no somos nadie. Hasta qué punto la revolución siniestra es una utopía.



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