50 años de mayo del 68
09/05/18
-¿Por qué las modelos se llaman modelos? ¿Son ejemplos
a seguir? Pero son objetivos inalcanzables, ¡eso acaba con nuestra autoestima!
-estaba diciendo la profesora de psicología social, hablando sobre la moda y la
publicidad-. No nos venden productos; nos venden experiencias. Los anuncios de
coches, de colonias… la relación entre el anuncio y el producto en sí es
prácticamente nula.
En la clase siguiente, el profesor de Estructura y
dinámica de la Sociedad Internacional habló sobre la mercantilización de la
educación.
-Ahora lo que se contabiliza no es la calidad de la
educación, sino que los profesores publiquemos en revistas importantes, y si
podemos dar la clase en inglés, pues mejor. Se cuantifica todo. La universidad
se está transformando en una especie de “Bienvenido Mr. Marshall. Y el
estudiante ya no es un ciudadano, sino un cliente.
Aquel 9 de mayo, día de la Unión Europea, los buses de
la ciudad lucían banderas de la UE, que ondeaban en el lado del conductor. En
atletismo, vinieron unos chilenos para estar un par de semanas, y parece
mentira cómo nos costaba entendernos.
-¿Quieres una frutilla? -me preguntó uno en cierto
momento, y no supe contestar hasta que me enseñó la caja de fresas.
13/05/18
En la segunda semana de mayo recordamos el mayo
francés, celebrando su 50 aniversario. En Aula Social, una clase del sótano de
la facultad con pintadas como Vive la
commune! o un mural de una especie de sociedad satírica donde me llama la
atención el dibujo de un chico haciendo un grafiti que pone “Yo”, tiene lugar
un ciclo de conversaciones sobre mayo del 68. Decidí ir a una de ellas, en la
que habló un profesor de la facultad.
-Si buscáis información sobre el mayo francés, lo
primero que os llamará la atención es las pocas imágenes que hay, sobre todo en
vídeo. Estaban en huelga. Los medios de comunicación también. Por eso hay tan
pocas imágenes.
Habló sobre la crítica social y artística que
protagonizó aquellas semanas, cómo supuso un fracaso político pero un triunfo
social. Se trataba de una época con muy poco paro, pero con gente explotada y
trabajando en jornadas laborales infinitas. Otra motivación de las
reivindicaciones fue el antiimperialismo, en un contexto de la Guerra de
Argelia que dejó medio millón de muertos.
-Nunca hubo
convocatoria de huelga general, la huelga de los distintos sectores que se
unieron fue de carácter espontáneo, iniciado por los estudiantes. Los
sindicatos franceses de la época eran socialistas o comunistas, los anarquistas
eran minoría, pero los más radicales, pues cuestionaban el trabajo en sí.
El Gobierno autoritario de De Gaulle, vencedor de la
guerra mundial, consigue desde el 67 las condiciones que le da el Parlamento
para hacer ordenanzas decretos, que acaban con el parlamentarismo mínimo que
los controle.
Los sindicatos se ven desbordados por la
reivindicación. No convocan la huelga, se apuntan a ella. La controlan a través
de la ocupación de las fábricas para contenerla. El fin de la ocupación es
preservar las máquinas, mantener el puesto de trabajo. Supuestamente es para
debatir, pero también para proteger los instrumentos de trabajo y que los
sindicatos impongan sus criterios. También para establecer una negociación con
el exterior, que está en manos de sindicatos. El encierro los aísla, los
atomiza al no tener contacto con el exterior.
-La ocupación no supuso la autoconcienciación del
anticapitalismo, sino control de los sindicatos -añadió, dejando claro, por si
no había quedado claro todavía, su tendencia anarquista y antiautoritaria-. Por
ello, la autogestión no fue tan real como se dice. Fue una cogestión.
La cogestión consiste en que los representantes
sindicales logran intervenir en las secuencias de fabricación de las cadenas de
montaje para evitar los excesos. No elimina la parte de capital, la controla.
No hubo autogestión, solo se reivindicó.
Semana tras semana la huelga se masifica. No hubo
huelga general, sino generalización de las huelgas, con entre 9 y 11 millones
de asalariados estaban en huelga.
-Realmente no fue el mayor logro de la clase obrera
francesa. Se dieron promesas, posibilidades... este es el supuesto logro del
punto álgido de la huelga. La gente no acepta las ofertas del gobierno y la
huelga sigue. Se convocan nuevas elecciones que para los sindicatos son una
segunda oportunidad al no conseguir sus reivindicaciones. Se acepta la idea de
que la oportunidad que pierdes en la huelga la puedes recuperar en las
elecciones, un juego que siguen los sindicatos.
Pero llegó junio, y ganó la derecha de forma
aplastante.
-Ya no podemos decir que vivimos circunstancias
parecidas a mayo del 68. Mayo del 68 es el primer aviso, un anticipo del
neoliberalismo, el primer aumento del desempleo aunque con datos mucho menores
a los actuales. Supuso la primera crisis del modelo fordista, su prime
agotamiento, y el fin del criterio keynesiano de gestión. El proceso de industrialización
de China y el Sudeste asiático surge en ese momento, y en oriente se convierten
en trabajadores «occidentales», como contraataque del capitalismo, mientras que
en occidente los trabajadores se adaptan al sistema neoliberal que sufrimos
ahora.
La primera generación que vio masivamente la
televisión fue la de mayo del 68, y no les hizo precisamente conformistas. La
institucionalización es un instrumento de control de cualquier movimiento: pasó
al ocupar las fábricas en mayo del 68 y pasa con Podemos en el 15M. ¿Hasta qué
punto la lucha obrera ha sido antisistema o ha estado dentro del sistema para
mejorar su situación? De cualquier modo, Francia es todavía hoy uno de los
países menos neoliberales de occidente.
-Ahora mismo -prosiguió-, en la Francia de Macron
están en huelga constantemente, aunque los medios no lo sacan. Tengo una amiga
que vive en París y me cuenta cómo una de las pintadas que más ve por las
calles es la de Fuck 68, una reivindicación que se niega a aceptar el museo del
68, pues la lucha tiene que ser ahora, no podemos limitarnos a recordar sin
más.
Si mayo del 68 fue la respuesta, ¿cuál era la
pregunta?, dijo, para concluir.
Al salir, no pude evitar quedarme pensando en aquello
de la institucionalización de la lucha obrera, el dilema entre adaptarse al
sistema con sus reivindicaciones o ir en contra del propio sistema. No pude
evitarlo porque me recordaba demasiado a nuestra revolución siniestra. Y
nosotros, ¿qué queremos? ¿Conseguir que los nuevos que deciden no participar en
las novatadas no tengan que pasar por la marginación que sufrimos nosotros? ¿O
preferimos tener poder, tener algo con lo que ser capaces de negociar y así
acabar con su hegemonía, tomando parte de sus instituciones y llevando
actividades? ¿O deberíamos suprimir el poder, acabando del todo con las
novatadas? Ese trilema al que nos enfrentamos los siniestros me recuerda al que
ha tenido la lucha obrera desde hace siglos. ¿Queremos conseguir parte del
poder, hacernos con la hegemonía o acabar con todas las formas de control? Sé
que exagero, que ni las novatadas son fascismo ni nuestra resistencia es lucha
obrera, pero lo que es verdad es que los colegios mayores son pequeñas
sociedades, y las estructuras de poder suelen ser tristes caricaturas de la
sociedad que nos rodea.
Un par de días después, la Complutense organizó una
charla sobre mayo del 68, y me pareció interesante asistir durante un rato para
compararla con la de Aula Social. Cuando entré, estaban hablando de maoísmo y
me costó ubicarme. Lo que más me llamó la atención fue que, en el enorme salón
de actos, apenas había asistentes. La mitad de los presentes, además, eran
miembros de la organización. El primer ponente, que dijo ser comunista pero
haberse hecho más conservador, habló de la democratización en España y del
desgaste del franquismo en el mayo del 68 español. De Gaulle, por su parte, no
se recuperó de mayo del 68. «El problema es que no había una izquierda, era
sospechosa». No había nada que fuera atractivo en la izquierda francesa y por
eso en las elecciones volvió a ganar la derecha.
-Casi no existía la socialdemocracia en la España
franquista. Había comunistas, no socialistas. El primer socialista que conocí
se llamaba Manuel Iglesias, y era el abuelo de Pablo Manuel Iglesias.
El otro ponente mencionó que esto de conmemorar
acontecimientos de otros tiempos nos puede llevar a la nostalgia, a la creencia
de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero no, cualquier tiempo pasado fue
pasado, sin más. Él dijo ser militante del PCE, que durante el franquismo hacía
pintadas contra la monarquía, por lo que se llevó palizas y no pudo tener
pasaporte hasta el 76. El primer ponente también había dicho ser del PCE, y el
segundo estuvo a punto de salirse cuando la invasión de Checoslovaquia, hasta
que el PCE lo denunció, y por eso se quedó.
Habló de los distintos 68 en distintas partes del
mundo, pues cuando a una sociedad se la somete demasiado tiempo a la disyuntiva
entre la sumisión y la rebelión, más tarde o más pronto se produce la rebelión,
en distintas formas por las distintas realidades. En Francia, Praga, México e
incluso China, fueron los sectores sociales con mayor interés por elevar su
acceso a la cultura los iniciales impulsores de la revolución. Se negó a hablar
de globalización, llamándola mundialización de los mercados, pues la democracia
no está globalizada. Y también habló del enquilosamiento de las democracias
representativas, que han traído reivindicaciones como el 15-M, que en lugar de
abominar la democracia, reclamaban precisamente más democracia. Hizo una
crítica a la democracia representativa, una partidocracia, en contraposición
con la democracia directa. Y citó a Gramsci, diciendo que los iluminados
siempre encontrarán un puñado de idiotas para seguirles.
-El PP no es un partido reformable, sino desechable.
Sustituible por un partido homologable a otras derechas europeas. Pero
Ciudadanos quiere parecer heredero de UCD, un insulto a Suárez. Intentan añadir
emociones al debate político, acabando con las razones. No es la mejor
expresión sustitutiva del PP. Y mientras tanto -prosiguió-, en la izquierda,
volvemos a esto tan recurrente entre nosotros. Primero, a ver quién está de
verdad en la izquierda, a ver qué es exactamente la izquierda, y luego luchar
contra todos y ser todos derrotados por la derecha. Y también está esa idea de
que tenemos que dar miedo, aquello de que “algo estaremos haciendo bien si nos
tienen miedo” que tanto repite Pablo Iglesias. “El día que dejemos de dar miedo
a nuestros adversarios tendremos que preocuparnos porque habremos dejado de ser
quien somos”, dice él. Pero no te tienen que tener miedo. Te tienen que tener
respeto.
Siguió hablando de la izquierda, de cómo se intenta
superar el pasado dando un salto en el vacío sin darnos cuenta de que entre el
pasado y el futuro está el presente. Hemos intentado dar esos saltos en el
vacío mediante revoluciones o rebeliones, con resultados efímeros que nos pasan
factura durante muchos años. Rechazamos un bien más inmediato por un supuesto
bien futuro, rechazando las “tentaciones” del enemigo, que suponen la
desmovilización. Dijo que los movimientos revolucionarios en América Latina en
los 60 trajeron dictaduras, a pesar de la idea de que la revolución armada
traería la izquierda. La aportación de la figura del Che Guevara no fue muy
positiva. Sin embargo, ahí discrepo con el ponente. Daba igual el camino que
tomase la izquierda, no hay más que ver el golpe de Estado contra Salvador
Allende, el socialista chileno que llegó al poder democráticamente en 1970. Defendiendo
su modelo de mercado, EEUU tuvo un papel fundamental en la colocación de
Pinochet en el poder, aunque los detalles sean secreto de Estado. Con esto no
estoy defendiendo las revoluciones de fusiles y causas que se defienden con
pasamontañas, ni mucho menos, que probablemente den pretextos precisamente para
el estancamiento y volver atrás. Pero las dictaduras
latinoamericanas no fueron culpa de la izquierda. Quizá actuando de otro modo
hubieran ayudado a evitar la deriva autoritaria de los años siguientes. Pero de
ahí a decir que fue culpa suya hay mucha distancia.
Después del mayo francés De Gaulle consiguió mayoría
absoluta. Después del 15-M, Rajoy también. Supongo que es difícil convencer de
que el cambio tiene que ilusionar y no dar miedo. Que lo que da miedo de verdad
es dónde vamos a acabar como mantengamos el status quo. Lo que da miedo es
dónde estamos ahora mismo y qué estamos haciendo en nombre del sistema.
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