El fin no justifica los medios


25/09/2017

Esta mañana me desperté con el tiempo necesario para estar lista a las ocho y media, hora a la que había quedado con Irene para ir a desayunar. A las nueve menos veinte no había llegado nadie. Fui a desayunar y no la vi en el comedor. Esperé por ella hasta las nueve y diez (habíamos quedado a menos cinco) y llegué a la conclusión de que no iba a venir. O iba yo sola o no llegaría a tiempo. Qué diantres, ¡ni siquiera conocía el campus, jamás encontraría la facultad! Por no saber, no sabía ni dónde paraba el bus a Somosaguas.

En la parada de enfrente del colegio, donde tenía esperanzas de que pasase el bus, había una chica ciega con un perro guía. Sin perder la sonrisa, dijo que mi parada estaba más abajo. Seguí bajando la Avenida Séneca y crucé temerariamente (no es mi culpa, no hay un paso de peatones en toda la avenida) a la parada de la otra acera. Allí, un chico de ojos claros, probablemente de mi edad, me dijo amablemente que el bus que paraba allí venía de Somosaguas y llegaba hasta Moncloa. El que salía de Moncloa e iba a Somosaguas se cogía al final de la avenida, a la derecha de la rotonda.

Y a la tercera fue la vencida. Una chica con pintas de tan perdida como yo esperaba en la parada de bus y le pregunté si iba a Somosaguas. No solo eso, ¡resultó que estudiaba lo mismo que yo! Paula, de Gran Canaria, como supe poco después, fue charlando conmigo hasta Somosaguas, donde me guio hasta nuestra facultad. Allí estaba Ana Pilar, la Spanadian (también de Gran Canaria) que estudia lo mismo que yo. Las tres nos sentamos juntas en el salón de actos durante la presentación, donde no pude esconder mi asombro al ver a Paloma, mi compañera de mesa en geografía el año pasado, gracias a la cual no me quedaba dormida durante las clases de Copa, entrando por la puerta. A aquella hora tan solo era la presentación de tres grados, qué casualidad habernos encontrado.

Si de casualidades va la cosa, ya llevo unas cuantas. Paula había estado a punto de subirse a otros buses que también iban a Somosaguas pero los había dejado ir porque iban llenos. Vi a Paloma en el momento en que giré la cabeza, por casualidad, sin esperarlo para nada. Horas después me la crucé por la calle y casi no la veo.

En plena presentación, se empezó a escuchar un grito, un eco lejano. Poco a poco se hizo más nítido, más claro, más cercano. Y, por último, entraron. Un grupo de unas treinta personas con carteles y megáfonos entraron en el salón de actos al grito de “Únete a mí, dame tu voz…”. No recuerdo cómo seguía el lema. También “Lo público no se vende, se defiende” y su frase identitaria “Trabajo Social se queda”. Una chica y un chico leyeron un duro manifiesto contra el PP, Cifuentes y los recortes. Al parecer, pretenden cerrar la faculta de Trabajo Social. Mientras los estudiantes se manifestaban, los dos coordinadores que estaban dando la charla antes de aquella interrupción esperaban pacientemente, casi sin frustración ante lo que, algo me dice, estaban bastante acostumbrados.

Subimos a nuestra clase, donde nuestro coordinador y también profesor de Introducción a la Sociología nos explicó un par de cosas. Parecía buena gente. Elaia, de Madrid, se sentó con nosotras y estuvimos hablando con ella. Cuando nos llevaron para enseñarnos las instalaciones, los representantes de diversas asociaciones nos dieron folletos, instándonos a apuntarnos a deportes, asociaciones culturales, políticas y hasta de frikis. La facultad era un bullicio de gente caminando en todas las direcciones en medio de aquellas paredes llenas de dibujos y frases, algunos más sencillos de entender que otros. Según nuestro coordinador, llegaríamos a entenderlos todos con el paso de los años. Después del tour por nuestra facultad, Ana Pilar, Paula, Elaia y yo fuimos a la de Psicología para sacarnos el carnet de estudiante. Tras un par de horas de espera, conseguimos pasar, y el chico que me atendió dedujo que era gallega porque utilicé un pasado simple cuando correspondía un perfecto. Cogimos el bus de vuelta y Paula y yo quedamos en vernos por la tarde. Ana Pilar estaba temporalmente en un hotel a las afueras y Elaia vive en San Sebastián de los Reyes.

Mientras comía, vi en la mesa de al lado a la chica de la misma carrera que yo, con la que había quedado por la mañana y no había aparecido. Nuestras miradas se cruzaron y ella apartó la suya, girándome la cara. En la mesa de en frente, comía la chica ciega con su perro guía, los de esta mañana. Por la tarde, Paula y yo acabamos quedando con otras cinco chicas de nuestra carrera, la mayoría de Ciudad Real. Hablamos sobre distintos temas (incluidas las novatadas, sobre las que todas nos posicionábamos en contra) pero mi momento favorito fue cuando hablamos de la carrera. No hay sentimiento más satisfactorio que hablar con gente que tiene las mismas inquietudes y curiosidades que tú. Después de charlar, pasear e ir a tomar algo, las demás tuvieron que irse pero Paula y yo no teníamos prisa. Paula dijo que tenía que ir al supermercado y me ofrecí a acompañarla. Explicó que quería comprar algo de comida porque la del colegio a veces no le gustaba, lo cual, estando en un colegio vecino, entiendo. Hablamos sobre las novatadas en su colegio, el Santa Teresa, y llegó al punto de preocuparme. Llevaba una semana allí y le daban tanto miedo las novatadas que se pasaba el día en su habitación.

-De verdad, llega a un punto que… ¡es que no voy ni al comedor!

De modo que no era que la comida no le gustase. No comía por miedo a encontrarse con un veterano. En serio, ¿cómo puede haber gente que todavía defiende estas atrocidades? Según me contaron, en el Nebrija las novatadas son suaves, pero en el Santa Teresa son bromas pesadas.

Cenando, me senté al lado de dos chicos que se quejaban de que los novatos no se les presentasen, diciendo que ellos ya habían pasado por aquello el año anterior y no pensaban volver a hacerlo.

-Encima hay alguna que coge y se te pone a hablar y tú sin saber ni quién es.

¿No se darían cuenta de que, cuando te has presentado a cien personas no eres consciente de quiénes son las cien que faltan? Lo vivieron el año pasado y ya se han olvidado…

-Es que esto de que no se presenten…

-Yo soy Sonsoles -dije, harta de sus críticas, aunque ni siquiera iban dirigidas a mí-. Bueno, María Sonsoles Quiroga Gutiérrez, si lo preferís así. Pero paso de las novatadas, así que no os voy a tratar de usted.

Me dijeron sus nombres, sin apellidos ni nada. Me pasé el resto de la cena discutiendo con uno de ellos, el de ojos azules, sobre si las novatadas eran buenas o malas. Él se quedó con su idea y yo mantuve mi posición. Cuando nos levantamos me di cuenta de que era el chico al que había preguntado por la parada de bus por la mañana. De no ser por él, no la habría encontrado. Alguien más me lo podría haber dicho, pero puede que no hubiera llegado a tiempo para encontrarme con Paula. Supongo que el chico con el que me pasé media hora discutiendo había estado en el lugar adecuado en el momento correcto aquella mañana. Casualidades de la fortuna, sí. Pero qué bien nos coordinamos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Nunca es final de mes

Con acento americano

La vida son dos días