Entre novatos y veteranos
24/09/2017
Este es el blog que no creía necesario. Las opiniones que
me parecían redundantes. La experiencia que supuse que medio país y medio mundo
habían vivido antes de mí. Me equivocaba. Ir a la universidad no es solo ir a
la universidad. Mucha gente lo ha vivido pero pocos estudiaron lo mismo que yo:
Sociología y Relaciones Internacionales. Algunos vivieron en un colegio mayor
pero pocos fueron a la Complutense, menos aún al lejano campus de Somosaguas.
No muchos vieron el universo alternativo de la Facultad de Políticas y
Sociología. Y absolutamente nadie es yo.
Esto es otra perspectiva, una experiencia más para la
lista de los miles de novatos que estamos iniciando el curso (cerca de 20.000
solo en la Complutense). En aquel blog que escribía en Canadá, tenía la
sensación de que sería mínimamente interesante de leer porque poca gente ha
vivido allí arriba. Este año, no pretendía escribir otro blog; me parecía
innecesario, un testimonio más de lo que todos saben. Puede que así sea. Solo
sé que llevo un día en Madrid y ya he sacado un par de conclusiones. Es posible
que sean obvias, pero para mí ayer no lo eran. No pretendo enseñar nada a nadie,
pero me alegraría saber que he hecho pensar a alguien.
Mi primer blog tuvo una vida corta pero intensa: un año
en que escribía varias entradas todas las semanas. En él narraba mis aventuras
y desventuras en Bridgewater, aquel pueblo canadiense en que viví un año. El
segundo fue todo lo contrario, un intento fallido que se prolongó en el tiempo
a pesar de los escasos frutos. La idea era buena, pero me costó encontrar
tiempo y ganas para escribir en inglés cuando todo lo que cabía en mi cabeza
era segundo de Bachillerato. Supongo que echaba de menos expresarme en la
lengua en que me había acostumbrado a pensar durante un año entero. Se me
pasaron rápido las ganas.
No es la primera vez que me ocurre algo así. Como
escritora (siendo escritora aquella persona con la costumbre de escribir),
tengo montones de proyectos empezados y por empezar, pero muy pocos llegan
hasta el final. Tras plasmar esa gran idea en un papel, esperas que el
resultado sea perfecto o que al menos haya un resultado, pero los relatos
cortos y, sobre todo, las novelas, son un espécimen débil. La mayoría mueren al
poco de haber nacido, cuando no son más que una veintena de páginas llenas de
aspiraciones. Algunos llegan a adultos y, aun así, una mañana cualquiera se
ponen a toser y quedan congeladas, en el sitio. Un sitio que puede variar entre
una vieja libreta o la memoria tupida de algún ordenador.
Hay proyectos que nacen del aburrimiento y llegan hasta
el final y otros en los que rebosa la ilusión contenida y apenas dan unos pasos.
Es difícil lograr que lleguen a la inmortalidad del libro impreso, pero si hay
algo que he aprendido en estos años, es que la única forma de conseguirlo es
seguir escribiendo.
Ayer, cuando se fueron mis padres y di la vuelta hacia el
colegio mayor, un grupo de unas cuarenta personas charlaban delante del
edificio principal. A mi izquierda, Argüelles, el edificio de mi habitación.
Delante de mí, aquel grupo de colegiales. Mi intención era de volver a mi
habitación a acabar de deshacer la maleta, pero en el último momento cambié de
opinión y seguí caminando directa hacia ellos. Entre que el sol me cegaba y
tampoco tenía muy claro a quién dirigirme, debía de tener cara de perdida y dos
chicas se me acercaron.
-¿Acabas de llegar? -preguntó una de ellas, la más
bajita.
-Eh… Sí.
-¿Cómo te llamas?
-Sonsoles -dije, consciente de que María es el nombre más
común del país.
-¿Qué más?
-Quiroga Gutiérrez.
-¿De dónde eres?
-De Lugo.
-¿Y qué estudias?
-Sociología y Relaciones Internacionales.
-Vale, pues eso es lo que tienes que decir a todo el que
te encuentres y no conozcas.
-¡Pero si no conozco a nadie!
-Pues se lo dices a todo el mundo. -Las dos me dijeron
sus datos antes de continuar- ¡Ah!, y trata a todos los veteranos de usted.
-¿Cómo sé quiénes son veteranos?
-Pues trata a todo el mundo de usted y punto.
Las dos chicas se fueron y me uní a un grupo en que todos
me dijeron sus nombres, apellidos, ciudades de origen y titulaciones. Obvié
todos los datos salvo los nombres de quienes me caían mejor. Hasta de esos me
he olvidado.
-¿Te han explicado cómo va esto? -me preguntó una chica
bajita y pelirroja cuyo nombre intenté recordar, en vano. Después de
preguntárselo varias veces más, logré acordarme de que se llamaba Clara.
-¿Cómo va el qué?
-Lo de las novatadas.
La miré con el ceño fruncido. ¿No se suponía que las
novatadas estaban prohibidas? Una chica de rostro esquelético, pitillo en mano,
se plantó delante de mí y preguntó:
-¿Usted quién es?
Le dije mis datos tratando de respirar la menor cantidad
de humo posible. Ella me dijo los suyos (solo recuerdo que era del sur, por el
acento), y yo, en mi intento por entablar una conversación y evitar así el
incómodo silencio, contesté:
-Pues se me dan fatal los nombres, perdona si se me
olvida. Con las caras me quedo, eso sí, pero los nombres…
La chica que, como poco después supe, es veterana, me
miró con cara de incredulidad.
-¡Pues ya puedes poner en práctica esa memoria, que te
tienes que aprender los datos de todo el mundo!
Clara, que había retrocedido ante la aparición en escena
de la fumadora, volvió a mi lado.
-¿Te acuerdas bien de sus datos?
-¡Qué me voy a acordar! Ni su nombre me sé.
Clara me miró como si acabase de decir alguna locura.
-Oye, vamos a dar una vuelta por Madrid, ¿te vienes?
¿Por qué no?, pensé. Al fin y al cabo, la maleta podía
esperar.
Nada más abandonar la residencia, mientras bajábamos por
la Avenida Séneca, un chico se me paró delante, con los brazos cruzados.
-Sus datos -dijo, mirándome con aire de superioridad. Se
los dije, un poco harta de repetirlos.
-¡Joder, otra gallega! Volver a vuestro país y construid
un muro, que no hacéis más que venir todos aquí.
Qué ganas tenía de contestarle. ¿Qué volviera a mi país? ¡Si
ni siquiera él es madrileño! La rabia empezaba a arderme por dentro. Respiré y
conseguí relajarme mientras él me decía sus datos.
-Repítamelos.
-¿Qué?
-He dicho que repita mis datos -insistió él.
-Y yo qué sé, eres de Burgos.
-Ah, muy bien, soy de Burgos. ¿Y mi nombre?
Volvió a repetirlo; me entró por una oreja y me salió por
la otra. En menos de un minuto, había llegado a la conclusión de que aquel
chico no se merecía ni un nombre.
Fui hablando con Clara y presentándome a gente más amable
que el chico de Burgos (otro maldito veterano), la mayoría novatos. Traté de
retener algún nombre, en vano. De alguno me acordé aquella tarde pero todos se
esfumaron por la mañana. Clara me explicó que tenía que aprenderme también los
himnos del Nebrija, nuestro colegio, a pesar de que eran muy machistas.
-Es que, claro, esto antes era un colegio masculino
-explicó. Claro, la justificación perfecta. ¿Las tradiciones y los himnos no
pueden cambiar ni siquiera si cambia la sociedad a la que representan?
Un chico de segundo año (los llamados muebles, ni veteranos ni novatos), tras
oír mi nombre, origen y carrera, exclamó:
-¡Otra más!
-Sí, otra gallega, ¿algún problema? -respondí con dureza.
-Qué va, digo que otra estudiando Relaciones
Internacionales, sois un montón.
-¿Ah, sí?
-Sí, de hecho hay una chica de Coruña, creo, que también
lo estudia. Yo no tengo ningún problema con los gallegos, ¿eh? Que también soy
del norte.
La primera cara agradable, aparte de la de Clara, que me
encontraba. Un rato después, una veterana le tiró media botella de agua encima
a una novata.
-¿Qué pasa, que nadie asume? -preguntó la veterana.
Varias chicas, entre ellas Clara, corrieron hacia allí para también ser
empapadas. Cuando Clara volvió, le pregunté:
-¿Qué es eso de asumir?
-Ah, que cuando un veterano le manda a un novato hacer
algo, otros novatos se solidaricen y lo haga con él.
¿Solidarizarse sufriendo o haciendo el ridículo con él?
Yo pensaba más bien que solidarizarse sería quitarle la botella a la veterana y
echársela encima, por abusona. Y si acabase en un enfrentamiento, tendríamos
las de ganar; somos muchos más nuevos que veteranos. Ni siquiera eso, fuera
venganzas, quitarle la botella sin más. Que ya lo sé, que había más de veinte
grados, tirarte una botella de agua encima no es ninguna tortura, pero ¿y si no
te da la gana? ¿Qué clase de autoridad moral tienen los veteranos,
universitarios dos años mayores que nosotros, para mandarnos?
Entre ayer y hoy he visto a Clara obedecer a algún
veterano demasiadas veces. Llevando platos, agua o bandejas en el comedor,
haciendo el ridículo por Madrid y hasta pasándole el hilo dental a alguno. He
visto a Neus, otra de las pocas personas cuyo nombre recuerdo (y, si no me
equivoco, es de las Baleares), pidiendo en catalán dos raciones de calamares en
todos los restaurantes cercanos a la Plaza de España, recibiendo contestaciones
para todos los gustos. He visto a Estela pidiéndole el número de teléfono a
medio Madrid. Lo que no he visto, aunque seguro que ahí estaba, era mi cara de
mal humor. Llegados a cierto punto, debía de ir tan cargada de malas energías
que me daba calambrazos con todo aquel que rozara. Si me hubiera dado un poco
más igual todo, habría procurado caminar cerca de los veteranos más
insoportables. Pero acababa de llegar y la cautela me hacía alejarme de ellos,
llevándose mis calambrazos Neus, Clara y algún novato más.
No recuerdo cuál fue la estupidez que nos mandaron hacer
y yo me negué. No, no me negué, simple y llanamente me quedé en el sitio, con
los brazos cruzados. Clara permaneció a mi lado.
-¿Y ustedes no piensan ir con sus compañeros?
Clara no dudó en unirse al resto de los novatos. Yo
permanecí impasible.
-¿Y usted?
-No.
-¿Cómo?
-He dicho que no.
-¿Cómo que no?
-Que no voy a hacerlo, que te vayas a molestar a otro.
La veterana parecía confundida. ¿Una novata negándose a
obedecerla? ¿Qué clase de locura era aquella? No le dio tiempo a expresar su
estupefacción, pues el paseo por Madrid continuaba y yo ya la había dejado atrás.
Pocos metros más adelante, había un grupo de novatos de
otro colegio dándose tartazos entre ellos. Una veterana del nuestro escogió a
varias víctimas para que se unieran. Un chico, no sé si de segundo o tercer
año, me preguntó si estaba bien, que se me notaba agobiada. ¡Claro que estaba
agobiada! ¿A quién le apetece que le tiren tarta? O peor aún, no saber si eres
la próxima víctima que se llevará el tartazo. Todo depende de lo que le
apetezca en ese momento al veterano de turno. Por un momento creí que el chico que
se preocupó por mí merecía un calambrazo pero pronto supe que no. Mentí,
diciendo que estaba bien, y él no se lo creyó.
-Ya sabes que esto no es obligatorio.
-Ya.
-No tienes por qué hacerlo.
-Ya.
-Si quieres, puedes volver al colegio.
-Ya, ya.
Se marchó, no muy convencido. Clara trató de darme ánimos,
diciendo que lo estaba llevando mejor que ella, pues al llegar se había pasado
tres días encerrada en su habitación, llorando, pero que al final merecía la
pena. Un rato después, nos mandaron bailar la música del Titanic que un
violinista tocaba y yo volví a quedarme de brazos cruzados.
-¿Qué, no bailas? -preguntó alguien a mi lado.
¿Calambrazo? ¿No rotundo? ¿Explicación? El chico parecía razonable.
-No.
-¿Por qué?
Ese no era el camino. Todavía estaba a tiempo para el
calambrazo.
-Música bonita, la puesta de sol, este escenario… -continuó
el chico, señalando la hermosa plaza y su impresionante arquitectura- ¿Qué más
quieres? ¿Una buena pareja? Eso va a ser más difícil…
No pude evitar sonreír.
-No me gusta bailar -contesté. El chico asintió. Después
de marcharnos de la plaza, me preguntó por qué no me gustaban las novatadas. Le
expliqué que me parecían una humillación, que no tenían ningún sentido y se
basaban en hacer el ridículo para que cuatro se rieran de nosotros.
-Es la mejor manera de conocernos. Mira, por ejemplo, hay
mucha gente que hasta que llega a la universidad nunca ha tratado de usted a
nadie. Así se acostumbran, aunque sea tratando de usted a chavales dos años
mayores. Hay mucha gente desagradable por el mundo y os la vais a encontrar en
algún momento de vuestras vidas. Ojalá no fuera así, pero tratándoos así
aprendéis a llevarlo mejor.
Genial, justo lo que buscaba. Ir a la universidad para
que me enseñasen a ser conformista y a aceptar el mal trato (o el maltrato).
Esto sí que es educar en valores. Formar personas. Prepararnos para el futuro.
Protesto.
-Esto es lo que más une. El veterano que me hacía
novatadas el año pasado es ahora uno de mis mejores amigos, vengo de comer con
él, de hecho. Así, los novatos os unís y cogéis confianza muy rápido. Seguro
que hay modos mejores, no te lo voy a negar, pero esto se ha hecho toda la
vida.
Muchas cosas que se han hecho toda la vida son
consideradas, en 2017, verdaderas atrocidades.
-Si hay modos mejores para conocernos, el fin no
justifica los medios. Esto es ridículo -sentencié.
El chico (que creo que no me dijo ni su nombre, aunque
con su cara, como con la de todos con los que he hablado, me quedé) siguió
dándome razones por las que las novatadas son lo correcto. Dijo que les diera
una oportunidad, que acababa de llegar y era normal que estuviera estresada.
Acabé dejando el asunto en el aire, con un “Ya veré” a los que tanto recurro
últimamente.
Al volver al colegio, quedé con Irene, una nueva que estudia lo
mismo que yo, para ir juntas a la facultad. La facultad, eso es. La primera
impresión del colegio mayor dejaba bastante que desear, sobre todo en lo que a
derechos y libertades se refiere. Pero todavía quedaba la facultad. Con esa sí
que tenía esperanza.
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