Por una bandera

30/09/2017

En mi clase somos 60 personas y menos de 20 son madrileños. Somos dos gallegos, dos asturianas, un navarro, una catalana, una balear, un murciano, tres o cuatro castellanos y un montón de extremeños, castellano-manchegos, andaluces y canarios. En los acentos de la clase se nota que los del norte somos minoría.


El jueves por la tarde volví a Somosaguas después de comer, a pesar de que solo tengo clase por las mañanas. En el hall de la facultad de Políticas y Sociología tenía lugar la primera asamblea del curso del Frente de Estudiantes, un sindicato estudiantil sobre el que había leído antes de venir. En la parada de bus me encontré con Paloma, que tiene clase por la tarde, y al escuchar a dónde iba, me dijo:

-Pues ya verás cómo es mi facultad, vas a flipar.

-Paloma, que también es mi facultad.

Las dos nos reímos, prometimos quedar pronto y cada una siguió su camino.

En la asamblea, los miembros del Frente de Estudiantes hablaron de su proyecto de defensa de la universidad pública sin limitarse a las huelgas y manifestaciones convocadas desde arriba un par de veces al año, negociando e informando a lo largo del curso, no solo reaccionando y protestando contra los daños ya hechos, sino buscando una mejora continua para conseguir una universidad verdaderamente pública y de calidad. Nos pusieron al día sobre la situación de las facultades de Trabajo Social y Estadística, que van a ser cerradas y fusionadas con Políticas y Matemáticas, respectivamente, haciendo que las titulaciones de ambas ramas pierdan el prestigio que tanto trabajo les ha costado conseguir. También hablaron de los recortes de personal en la secretaría y en las fotocopiadoras de las distintas facultades, teniendo como consecuencia colas de varias horas para hacer fotocopias o cualquier trámite de la matrícula, por simple que sea. Debíamos de ser en torno a cien personas en la asamblea, sentados en círculo ante la mirada de curiosidad de algún que otro profesor o alumno que todavía no se ha acostumbrado a la gran iniciativa estudiantil de la facultad. Unas quince personas de mi clase también fueron.

Al terminar la asamblea, se nos planteó la posibilidad de unirnos al grupo de trabajo si queríamos comprometernos a asistir a las reuniones y eventos que tendrían lugar en el futuro, o simplemente al grupo de información para ser conocedores de las noticias y las reuniones y poder ir sin compromiso. Me uní a este último, todavía pendiente de las actividades de la residencia, consciente de que en cualquier momento podría cambiarme al grupo de trabajo.

Después de la asamblea, había una sangriada en el descampado entre Políticas y Económicas, con música, comida y bebida. Me quedé un rato con los de mi clase y volví a la residencia para cenar. Después de la cena todos los nuevos teníamos una reunión con el equipo directivo. Los que acabábamos de llegar en la última semana debíamos presentarnos. Después, comentamos las cosas buenas y malas de la residencia y David, al lado de quien yo me había sentado, destacó el ruido en el pasillo de Argüelles por las noches. Explicó que él estaba en la habitación 8 y tenía clase temprano por la mañana, a lo cual un chico respondió que probablemente fuera él con sus dos amigos, que solían estudiar por la noche en la habitación 9. “¿Estudiáis a gritos y corriendo por el pasillo?”, quise preguntarle, pues yo estoy en la 7 y los oigo cada noche. Decidí que no merecía la pena hacer enemigos en septiembre.

Irene, una compañera de clase y del colegio mayor, me preguntó si había ido a la sangriada de Somosaguas.

-Sí, bueno, fui a la asamblea del Frente de Estudiantes y luego me quedé un rato en la sangriada.

-¿Había mucha gente?

-¿En la asamblea? -pregunté.

-No, en la sangriada.

Al final de la reunión, el director insistió en la importancia de estar todos unidos y ser amigos. Me recordó a cuando estábamos en primaria y los profesores nos sentaban con quien peor nos llevábamos para que, por arte de magia, surgiera una amistad. Pero las cosas no funcionan así. Me cuesta aceptar que no entiendan que, si vamos todos a una, tenemos que tomar una dirección unitaria que será, inevitablemente, la voluntad de la mayoría. ¿Y a la minoría quién los representa?



En una de las dos residencias militares, al final de la avenida, un chico ha acabado con una costilla rota. ¿La razón? Novatadas.  Pero nada, quienes denunciamos este sinsentido somos uno exagerados y vemos demasiado Equipo de Investigación, donde se lo inventan todo. Las novatadas son buenas y sirven únicamente para integrarse. (Por mucho que repitan una mentira, no la convertirán en verdad).



Ayer, el viernes, intenté ponerme pantalones largos por primera vez desde que llegué a Madrid. Mal hecho. Al mediodía, tuve que volver a la residencia a ponerme cortos. ¿Quién dijo que estábamos en otoño?

Por la mañana tuvimos clase de Instituciones Políticas y Estructuras de Decisión. Un nombre demasiado largo y que no tenemos claro cómo acortar. Hicimos un test de nivel con 29 preguntas. El profesor nos tranquilizó diciendo que no era para nota, solo para saber nuestro nivel, por dónde empezar a dar clase, en qué profundizar y qué obviar. Dijo que acertaríamos dos o tres pero, al final del cuatrimestre, seríamos capaces de acertar cuatro o cinco. Acerté 16; primer aprobado del curso, aunque no sirva para nada. La mayoría de la gente acertó entre 10 y 20, siendo 21 el mejor resultado de la clase. El profesor dijo que estábamos por encima de la media de las otras clases que había tenido.

A continuación, teníamos clase de Introducción a la Sociología, pero el profesor no aparecía. Esperamos quince minutos y alguien subió a buscarlo a su despacho. Para cuando el profesor llegó, la mitad de la clase se había marchado. Argumentó que, como el día anterior le habíamos preguntado si habría clase por lo de las Jornadas de Bienvenida de la UCM en Ciudad Universitaria, pensó que estaríamos de fiesta y no se molestó en bajar a clase. Le dijimos que no teníamos necesidad de dar clase y, tras una breve negociación, nos fuimos todos.

Por la tarde, quedé temprano con Paula para ir a las Jornadas de Bienvenida, pues a las 6 tenía que irse al aeropuerto; sus padres venían de visita. Paseamos por los puestos de información de la Complutense sobre deportes, internacional, idiomas, medio ambiente… En el puesto de psi-call, el servicio psicológico para estudiantes, nos dieron una cartulina pequeña con un consejo. A mí me tocó: "Disfruta de la vida nocturna pero no olvides que tú pones los límites". Cómo han acertado conmigo... Nos llevamos pegatinas, chapas y hasta una bolsa y una camiseta de la UCM. Después de tanta formalidad, Paula preguntó lo mismo que yo estaba pensando.

-¿Dónde está la representación de la República Independiente de Somosaguas? ¿Los peinados raros y el pelo de colores? ¿Las banderas republicanas? ¿Dónde están nuestros antisistema?

Allí estaban, un poco más adelante. Las distintas asociaciones de todas las facultades tenían un puesto informativo. Algunas las había visto el día de la presentación (la nuestra es la facultad con más asociaciones) pero la mayoría me eran desconocidas. Me fijé en el puesto de Amnistía Internacional, principalmente porque parecía una bombilla amarilla en medio de la plaza, y me acerqué a ellos. Después de charlar un rato, dejé mis datos para tener más información.

Cuando se fue Paula, me quedé con un grupo de unas veinte personas de mi clase. Charlamos y jugamos al asesino y otros juegos de cartas. Jugando a los unos, había que acusar a alguien de ser un uno, y en todas las partidas acusaron a Cristina de primera.

-Es Cata, seguro que es Cata -la acusaba Anxo.

-Por qué?

-Por catalana.

La pobre Cristina ya no era ni Cris ni Cristina; se había convertido en Cata, por catalana. Y no, no era un uno.

El pique territorial nos lo tomábamos como un juego y, como venganza, en la siguiente partida Cristina acusó a Anxo.

-Es Anxo, por gallego -dijo. También se votó para eliminar a Anxo, quien tampoco era un uno. Cuando me acusaron porque estaba “sospechosamente en silencio”, pregunté:

-¿Por qué se me acusa, exactamente? ¿Por estar callada o por ser gallega?

-Ah, ¿que encima es gallega? ¡Es ella, es ella!

Les mostré mi carta y descubrieron, decepcionados, que yo tampoco era un uno. Siguieron acusando a la asturiana, a la balear y a los andaluces hasta que solo quedaban los madrileños y los de las comunidades limítrofes con Madrid.



Cristina consiguió una camiseta y vino orgullosa a enseñárnosla. El resto le quitaron importancia argumentando que, mientras no hubiera una camiseta de la República Independiente de Somosaguas, ellos no querían una de la UCM.

-El condado de Somosaguas -propuso alguien.

-El cantón independiente de Somosaguas, diría yo.

-Necesitamos monarca.

-La Cata -sugirió Rocío.

-No, que es extranjera.



Había música, gente bailando y pintura de colores en polvo que lanzaban de vez en cuando, pero nosotros preferimos quedarnos en el césped del Edificio de Estudiantes. La hierba estaba muy verde y húmeda, demasiado para Madrid, contrastando con la hierba seca y casi inexistente de Somosaguas. Qué poco nos quieren. Primero, nos envían el campus lejos de toda civilización a finales del franquismo; después, construyen la facultad de Políticas y Sociología siguiendo el diseño de una cárcel para mujeres; y ahora solo les riegan el césped a los de ciencias.



Cenando en el colegio mayor, una veterana interrogaba a los novatos de su mesa, preguntándoles si hablaban con los del Cisneros, el colegio vecino y, supuestamente, nuestros enemigos.

-Solo para saludar y decirles mi nombre -aseguró María. Yo tengo compañeros de clase en el Cisneros y no pienso negar que me llevo bien con ellos.

En mi mesa, un veterano mezclaba yogur con hamburguesa y obligaba a un novato a comérselo. Todos los días en todas las mesas, la mayoría de los veteranos que participan en las novatadas utilizan a los novatos como sus sirvientes personales, ordenándoles traer agua, tostarles el pan, irles a por comida, pelarles la fruta… Yo los observo, trato de entender cómo alguien puede integrarse a base de pelar naranjas y transportar jarras de agua, y sigo a lo mío.



Hoy comí con los siniestros, los colegiales que se niegan a participar en novatadas. Supongo que soy una de ellos. Sin la tensión del usted y encargándose cada uno de su propio pan, lo pasamos mucho mejor. Nos burlamos de las novatadas y bromeamos sobre hacer una sudadera negra de Los Siniestros, recorrer la residencia con la capucha puesta y la cabeza gacha y rezar una oración al dios de los siniestros antes de comer. Seríamos la Santa Compaña de Madrid. La realidad del origen del mote es que, hace unos años, el primer chico que se negó a participar en las novatadas siempre vestía con un abrigo largo negro, lo cual resultaba, por lo menos, siniestro.



Veo muchas pulseras con la bandera de España en la residencia. En mi clase, en cambio, las pulseras que veo son mayoritariamente de tres colores: rojo, amarillo y morado. Los siniestros no llevan ninguna pulsera y eso, a pesar de lo bien que me llevo con mi clase, hace que los admire. La equidistancia salvará el mundo.



El resto de la residencia (los no siniestros, los normales, los del ¿Dónde vas, Vicente? Donde va la gente, aunque sea a humillarme por Madrid.) están en una capea, desde las tres de la tarde hasta las tres de la mañana. Se pasaron media mañana transportando bebida a los autobuses, antes de marchar. Está todo como muy silencioso sin ellos. Cuando en un edificio faltan 100 universitarios, se nota.



Esta mañana, al dirigirme a Moncloa para coger el metro, no pude evitar sorprenderme ante la gran cantidad de banderas que se veían en las fachadas, colgando de ventanas y balcones. A lo largo de la semana ya las había visto, pero hoy eran más que nunca. Alrededor de la boca de metro de Moncloa, había tal despliegue rojo y amarillo (a veces con aguilucho incluido), que la bandera del Ejército del Aire, justo enfrente y de considerables dimensiones, casi pasaba desapercibida. Después de hacer recados en una zona que me era desconocida, acabé merodeando en busca de la boca del metro más cercana, todavía sorprendida por el impresionante despliegue de banderas. Creo que ni siquiera cuando España ganó el mundial de fútbol vi tantas juntas. Siguiendo las indicaciones de Google Maps, acabé, sin darme cuenta, en la calle de Ferraz. Un adolescente más pequeño que yo pasó a mi lado en bicicleta, con la bandera anudada al cuello a modo de capa. Un niño muy pequeño, de unos tres o cuatro años, caminaba al otro lado de la acera, de la mano de su padre, exclamando: “¡Arriba España, arriba España!”. Me pregunto cuántas veces lo habrá escuchado en su casa para repetirlo con tal vehemencia. Pasan varios coches con la bandera ondeando desde la ventanilla del copiloto y me dan ganas de entrar en un bar a preguntar qué final hemos ganado. Camino al lado de la sede del PSOE, que no luce ninguna bandera. Rodeados de un vecindario tan patriota, el puño y la rosa parecen fuera de lugar, como queriéndose fusionar con el edificio para pasar desapercibidos. Abandono una calle patriota para incorporarme a otra calle patriota. En frente del Corte Inglés, en un puesto del PP con una bandera de por lo menos tres metros de ancho reparten folletos informativos sobre a saber qué, no me acerqué demasiado a ellos. El mismo Corte Inglés luce una bandera de España y las vende en caja a precio de oferta, como si fueran chicles. Varios niños y mayores pasean con la bandera a modo de capa, como el chico de la bicicleta en Ferraz. Observo todo el despliegue nacionalista, algo preocupada. Paso al lado de un chico de mi edad que charla y ríe con otro. Diría que tiene entre 15 y 20 años, tiene cara de buena persona y tiene una bandera de España anudada al cuello, ondeando sobre su espalda. Mientras lo dejo atrás, me pregunto hasta dónde estaría dispuesto a llegar por esa bandera (o por cualquier otra; me preguntaría lo mismo si fuese una estelada), cuánto estaría dispuesto a luchar por ella y si cree que merece la pena arriesgar la vida por defender una bandera que nunca se va a molestar en defenderlo a él. Sé que lo más probable es que no tenga una razón clara para llevarla y lo haga porque se lo han dicho sus padres, sus amigos o los medios de comunicación.

En las redes sociales, siguen con el monotema y el apoyo a las fuerzas de seguridad destinadas en Cataluña. Cataluña, territorio hostil, parecen estar diciendo. Ni que fueran a la guerra… No deja de sorprenderme la efusividad con la que despiden a los guardias civiles y el ya famoso “¡A por ellos!”. ¿Se les despedirá así por si acaso, por si fueran a la guerra? ¿O acaso se espera de ellos que vayan a la guerra, que retiren urnas y rompan papeletas (que no sobres, esos están en la calle Génova) independientemente de quién esté entre el objetivo y su arma?

Mañana es 1-O, lo cual me preocupa, pero también me preocupa el 2-O. Y el 3-O, el resto de octubre, lo que queda de año y 2018. Todo lo que llevamos, y lo mucho que aún nos queda. Pero lo que más me preocupa es ese chico con cara de buena persona, que muestra con orgullo su bandera, la que le representa, aunque él no signifique nada para la bandera que idolatra. Me preocupa porque cualquiera de nosotros podría ser ese chico. Y ya se ha visto lo locos que podemos estar todos y hasta dónde hemos sido capaces de llegar a lo largo de la historia por una bandera.

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