Boicot a los productos siniestros


13/02/18

“A mediados de marzo de 2008 leí que según una encuesta publicada en el Reino Unido la cuarta parte de los ingleses pensaba que Winston Churchill era un personaje de ficción. Por aquella época yo acababa de terminar el borrador de una novela sobre el golpe de estado del 23 de febrero, estaba lleno de dudas sobre lo que había escrito y recuerdo haberme preguntado cuántos españoles debían de pensar que Adolfo Suárez era un personaje de ficción, que el general Gutiérrez Mellado era un personaje de ficción, que Santiago Carrillo o el teniente coronel Tejero eran personajes de ficción. Sigue sin parecerme una pregunta impertinente.” (Cercas, 2009: 13) *

*Cercas, Javier. Anatomía de un instante, 2009





Supongo que Operación Triunfo y Gran Hermano (de los que, para qué negarlo, no soy una gran fan) han ayudado a crear esa extraña imagen de los políticos. Los vemos a diario en la televisión, hacen declaraciones sobre las últimas noticias, publican en las redes sociales y hasta sabemos a dónde se van de vacaciones. Su vida es, a día de hoy, más pública que en ningún otro momento de la historia, y precisamente por eso parecen, hoy más que nunca, personajes de ficción.

Claro que conozco al antiguo alcalde y la actual alcaldesa de Lugo. Por diversas razones, tengo varias fotos con ellos. Y eso los convierte en personas y no personajes de la política. Sin embargo, nunca he visto en persona a la alcaldesa de Madrid, a quien sí veo con frecuencia en los medios de comunicación, pero a la que uno podría llegar a imaginar como un personaje de ficción.

Hace unos meses, en una manifestación creí ver a Íñigo Errejón. Me crucé con él, a escasos metros, vi cómo se sacaba una foto con un grupo de chicos y lo perdí de vista entre la multitud. Pensé que no sería él, incapaz de creer que uno de esos personajes de la política hubiera salido del escenario del Congreso y estuviera participando en una manifestación como un ciudadano cualquiera. Sé que esa es parte de la ideología de su partido, pero no es eso de lo que estoy hablando. Uno de los protagonistas de mi serie favorita, esa ficción que emiten todos los días en distintos medios, no vive en un mundo paralelo, sino en el nuestro. Aquella tarde, el político publicaba en sus redes sociales que, en efecto, había participado en la misma manifestación a la que había ido yo.

Algunas semanas más tarde, me perdí en el centro de Madrid y acabé en Ferraz, pasando en frente de la sede del PSOE. Me costaba imaginar que allí hubiera personas de verdad trabajando de verdad, y no meros actores en un plató. También me sorprendió la sobriedad del edificio, pues casi sigo caminando sin darme cuenta de que a mi derecha un letrero rojo anunciaba la sede del partido. Tiene gracia; mientras que Errejón me pareció más alto en persona que en la televisión, la sede del PSOE me pareció más pequeña al pasar junto a ella.

Esta mañana, al tener clase con un profesor famoso por su impuntualidad, fui a la facultad sin prisa y acabé llegando 15 minutos tarde (aun así, 15 minutos antes que el profesor). Llegué a la facultad y comencé a subir las escaleras hacia el primer piso, como cada mañana. A medio camino, vi por el rabillo del ojo que otra persona subía a mi lado y me giré, más por rutina que por curiosidad, y cuál fue mi sorpresa al ver a un hombre no muy alto, con gafas redondas y un pañuelo rojo alrededor del cuello. Juan Carlos Monedero, profesor de mi facultad. Incrédula, lo seguí con la mirada, y vi cómo un grupo de chavales entraban en un aula al verlo acercándose. Antes de entrar, compartió un par de frases con alguien y pude comprobar que, indudablemente, aquella era la voz de Monedero.



Ayer, cuando llegué a comer y volví a ver a los siniestros después de diez días, me di cuenta de que los había echado de menos. La calefacción estaba, como siempre, demasiado alta, pero no me quité la sudadera. Después de saludarme y preguntarme que qué tal me había ido por mis tierras, Julio me preguntó que cómo iba tan abrigada, que parecía mentira que fuera del norte.

-Así vas a acabar perdiendo tu reputación. ¡Te van a quitar la nacionalidad gallega!

-¡No, por favor! ¡Que no me quiten mi pasaporte gallego! -respondí, recordando una escena de Ocho apellidos catalanes.

Por la noche, una vez más, debatimos durante una hora después de cenar. Empezamos con la tauromaquia, pero acabamos con la relación entre Fraga y Carrillo. A veces no me extraña que algunos colegiales nos odien…



17/02/18

Hoy he descubierto que no soy colegial. Vivo en un colegio mayor, participo en más actividades que la mayoría de la gente, intento poner el nombre del Nebrija bien alto en los torneos de debate, pero no soy colegial porque no participé en las novatadas. Y eso me condiciona hasta el punto de que nunca podré ser colegial, haga lo que haga a partir de ahora.

Al mediodía, estuve hablando con Miguel sobre el torneo de debate que estamos preparando, que tendrá lugar la primera semana de marzo. Le metí prisa para empezar a prepararlo ya con Pablo, el que nos dio el curso de oratoria, Miguel reconoció que deberíamos empezar porque así tendríamos un mes entero para prepararnos y ganar.

-Un mes no, Miguel. Estamos a 17 de febrero y el torneo es el 2 de marzo. Si empezamos ya, tendremos dos semanas.

Miguel me dio la razón y prometió hablar con Pablo. Durante el resto de la comida, hablamos con los demás (cabe destacar que hoy no comí con siniestros, sino con colegiales) sobre el tema del torneo y cómo nos había ido en el anterior. Uno de ellos incluso mostró interés en participar en el próximo torneo. Al acabar de comer, cuando los demás se marcharon, Miguel me preguntó:

-¿Tienes pensado quedarte en el colegio para el año que viene?

-En principio sí, pero no lo sé. Cada vez lo tengo menos claro...

-Estuve hablando con Alberto para que el año que viene se encargue él del club de debate.

Miré a Miguel, incrédula. No hay nadie en todo el colegio, ni siquiera Alberto o él, que haya puesto más ganas, ilusión y energía porque esto salga adelante que yo. No es por tirarme flores, ojalá ellos hubieran puesto más por su parte, pero me he esforzado al máximo por el equipo de debate.

-Le he dicho que, oficialmente, sea él el responsable, pero extraoficialmente os encarguéis los dos. Tú eres la más responsable y estoy seguro de que lo harías bien, pero ya sabes cómo es alguna gente…

En aquel momento no me di cuenta de por qué Miguel estaba insinuando que era mejor que me apartase de los cauces oficiales del colegio. Olvidé por un instante que da igual cuánto me esfuerce por llevarme bien con todos, ya no hay nada que hacer. Tomé una decisión que marcará por siempre mi vida en el colegio: decidí no participar en las novatadas. Y ahora, ya no soy colegial. No soy colegial, ni tengo nombre propio, mi identidad para muchos no es más que la de una siniestra.

-¿Por qué no podemos encargarnos oficialmente los dos? -pregunté.

Miguel participó en las novatadas cuando llegó nuevo, pero pronto se apartó del tema. Hizo varios amigos y se establecieron como un grupo propio, ajeno a las novatadas durante los siguientes cursos. No se dedicaron a besarles los pies a los veteranos, pero tampoco a ser oposición como los siniestros. Están ahí, sin molestar a nadie, pero eso los convierte en diferentes. Me contó cómo los más fanáticos, esos cuatro veteranos sin dos dedos de frente que se toman más al pie de la letra la estricta colegialidad, habían saboteado más de una vez sus intentos por organizar actividades, por no ser un colegial al completo. Por eso, consciente de que soy la mejor candidata para organizar el club de debate, es mejor que quede en manos de alguien amigo de los que nos pueden arruinar la actividad.

-Entiendo que eso ocurra si solo yo lo organizo, pero si somos los dos, un colegial y una… no colegial, sería estúpido estropear una actividad del colegio. Además, precisamente así, siendo de los dos grupos, favorecemos la integración y acabar con tanto sectarismo.

Estaba claro que a Miguel tampoco le gustaba dejar el club de debate en manos de colegiales que podrían limitar la entrada de nuevos participantes a aquellos que participan en las novatadas. No creo que algo así se diera con Alberto, pero basta que se lo ordene algún veterano, y él no podrá con la presión. Tan solo hay que recordar su inacción cuando el problema del futbolín. Pero lo que más preocupaba a Miguel era que el club de debate desapareciese por culpa de un estúpido boicot, el sacrificio de una actividad con muchos años de historia solo por evitar que caiga en manos de una persona que, no sé si por orgullo o por dignidad, se negó a participar en las novatadas.

-Habla con Alberto y haced lo que veáis, queda en vuestras manos, es vuestra decisión y no voy a obligaros a hacer nada. Pero también tened en cuenta cómo queda el ambiente el año que viene. El problema es que muchos de los que pasamos de las novatadas nos vamos a marchar, y se quedan los que son más partidarios de ellas.

Intentándome demostrar que él no está contra mí, de que estamos más cerca de lo que pueda parecer, dijo que muchos veteranos ni lo saludaban. Pasó uno a nuestro lado, y Miguel dijo en voz baja que aquel era uno de los más estrictos pro-novatadas. Me giré y comprobé que era el chaval de Burgos que, el primer día que vine, en aquel lejano septiembre, me dijo que volviera a mi país. Que se vuelva él al suyo y no venga aquí a imponernos sus ideales absolutistas.

No aclaré a Miguel qué haría. Cada vez tengo menos ganas de quedarme en el colegio. Llevaba meses más preocupada por las banderas de los balcones, que al menos son democráticas, y ahora vuelven a quererme imponer aquí principios autoritarios. Me prometieron que las novatadas estaban prohibidas y no solo están permitidas, ¡gobiernan el colegio! Ostentan el monopolio del poder ante la pasiva mirada de dirección, que se lava las manos mientras todo sean “cosas de críos”. De vez en cuando pasa algo grave ante lo que ya no pueden mirar para otro lado, y con aparente inocencia se preguntan a qué se deberá ese caso aislado.

Me indigna que Miguel también se resigne a aceptar esta injusticia. Entiendo su preocupación porque el club de debate desaparezca, y ya sé que el riesgo de boicot es cosa de unos pocos fanáticos, pero es responsabilidad de los colegiales aprender a controlarlos. Si quieren seguir teniendo novatadas (que entiendo que a algunas buenas personas puedan gustarles) es indispensable que controlen a los extremistas, porque me niego a estar subordinada a la voluntad de cuatro locos a los que les gustaría tenerme, como mínimo, marginada eternamente. La mayoría de los colegiales son buenas personas, pero no hacer nada para evitar que otros abusen los convierte en cómplices.





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