Madrid es una ciudad...


9/01/18

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres, según Dámaso Alonso. Si hoy estuviera aquí para repetirlo, la ascendente demografía de la ciudad acabaría con su rima, y la maldeciría más todavía.

Madrid es una ciudad que nunca duerme. Los coches, conducidos a menudo por seres que siempre parecen llegar tarde, son protagonistas de los casi accidentes de la vida diaria. Circulan velozmente mientras esperas en el paso de peatones que un alma caritativa haga el favor de frenar para que pases. Día y noche, los coches van de aquí para allá, siempre con prisa, sin perder ni un segundo. Mientras Castilla está paralizada, la nieve no se atreve a caer en Madrid. ¡Qué sería del saturado tráfico de la capital si cortaran carreteras por culpa de la nieve! La gente se vería obligada a viajar en metro, se reducirían los permanentemente alarmantes niveles de contaminación y nos daríamos unas pequeñas vacaciones de tanta vida y tanto ruido. ¡Qué tragedia!

Entre los incontables coches que oigo y veo pasar a cualquier hora del día suele haber bastantes sirenas. Ambulancias, policía, bomberos... En un pueblo, las sirenas provocan pánico, ¿qué habrá ocurrido? Los madrileños viven acostumbrados a ellas; son una pieza más de esta ciudad que padece de insomnio.

Pero no son solo coches los que invaden la ciudad. También hay gente por las calles a cualquier hora del día; universitarios en su mayoría en la zona en la que yo me muevo, pero sin duda en otros barrios de esta inconmensurable urbe serán perfiles totalmente distintos los que uno se encuentre. A veces, cuando crees estar caminando solo, un gato se asoma por entre los arbustos y te mira con sus ojos brillantes. Tú a veces le devuelves la mirada, pero otras no te dignas a hacerlo. Son tantos los gatos que rondan las aceras, salen de vez en cuando y cruzan la carretera como rayos... salvo cuando llueve. Si el día está gris, los felinos desaparecen, pero como llueve con tan poca frecuencia todavía no se me ha despertado la curiosidad por saber dónde se esconden.

No suele llover, pero sí que hace frío. Las bajas temperaturas se pegan al abrigo, pero al menos no se trata de un frío húmedo como el del norte, con el que por mucho que te abrigues, la humedad es capaz de calarte hasta los huesos. El frío de Madrid, de acuerdo con su clima, es tan seco que te agrieta los labios y te seca la nariz, aunque al menos te permite mantenerte caliente si vas lo suficientemente abrigado.

Preocupado por el cambio climático, un profesor decía hace unos meses que ya no se puede hablar de «una fría noche de octubre», pues en otoño todavía no hace falta llevar abrigo. El frío de verdad, el que hiela los campos y las aceras, ya no llega hasta diciembre. Pero cuando llega, se hace notar. Camino por la acera cuesta abajo más lenta que si estuviera subiendo, después de haber visto y vivido más de un resbalón. Llego a la parada del bus y apenas espero por el mío, que pasa con increíble frecuencia por una avenida donde el ir y venir de coches parece nunca parar. Cuando el bus A, a Somosaguas, para siempre lleno en hora punta, me cuelo por entre las mochilas de estudiantes de la Complutense. El bus arranca y se reincorpora al infierno que debe de ser conducir en Madrid. Se aleja del centro, y durante varios kilómetros vemos el campo con una gélida capa blanquecina por encima, tan densa que no está claro si ha nevado o es simple helada. A lo lejos, las montañas están totalmente teñidas de blanco, como una estampa navideña que nos da los buenos días cada mañana desde noviembre. El viaje en autobús es de unos 8 kilómetros, pero apenas tardamos 10 minutos, salvo que se dé uno de los frecuentes atascos en esta ciudad que nunca frena, y nos pasemos más de media hora replanteándonos qué hacemos viviendo en Madrid. Sin embargo, el viaje es bonito, y eso alimenta el optimismo. A ambos lados de la carretera, hay más árboles que coches, por imposible que parezca. Se extienden en el horizonte hacia la sierra y hacia la ciudad, que también tiene una buena dosis de ellos. El parque forestal Adolfo Suárez es el último pulmón de Madrid antes de entrar en el ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, donde se ubica el campus de Somosaguas. Es curioso cómo llamamos pulmones a los parques grandes y arterias a las carreteras importantes, comparando la ciudad con un ser vivo. Al fin y al cabo, la ciudad cambia, se mueve, avanza… No estará viva, pero sería un error decir que es inerte.



14/01/18

En un parque solitario y lleno de graffitis, una mujer mayor, que por todo su equipaje es a todas luces sin techo, ve pasar las horas sentada en un banco. Me cruzo con una pareja de ancianos, y pienso que este no debe de ser un barrio muy joven. Aquí también hay banderas en los balcones, aunque quizá menos. No puedo dejar de pensar que, por todo este despliegue de banderas, aparte de temas como la corrupción, estamos dejando de lado también las pensiones. El estado de bienestar se va al traste, pero lo único que parece importarnos es que somos españoles, muy españoles y mucho españoles.

Pocos metros más adelante, un edificio gigante se impone del otro lado de la acera. Pienso que es alguna iglesia de extraño diseño, hasta que veo el letrero: ICAM. A mi lado de la carretera, la puerta de la Universidad Nebrija se abre automáticamente con un sensor cuando pasas enfrente. Los dos majestuosos edificios se miran, en un intento por abstraerse de la realidad que los rodea. Es curioso cómo, en Madrid, una calle solitaria y estrecha te puede llevar a la plaza de España, un parque prácticamente abandonado puede estar a escasos cien metros de una imponente universidad privada al lado de la calle de la Princesa, en el mismo sitio donde suelen poner una mesa del PP repartiendo propaganda en frente del Corte Inglés puedes encontrarte una manifestación con banderas del panafricanismo, y la República Independiente de Somosaguas está en el municipio más caro de España.



11/02/18

Antes de que nos diera tiempo a digerir las Navidades, llegaron los exámenes. Mentiría si dijera que durante un par de semanas olvidé el color del cielo para centrarme en estudiar. La verdad es que no le dediqué el máximo tiempo posible, negándome a renunciar a entrenar, debatir sobre cualquier tema con los siniestros a la hora de la cena y dar paseos por el parque del oeste cuando necesitaba despejar la cabeza. Tampoco puedo decir que sufriera estudiando, pues casi todo el temario me encanta, y se me hace mil veces más llevadero que bachillerato. Durante las semanas de intenso estudio, tuve el placer de comprobar cómo en Madrid, poco a poco, empiezan a verse otras banderas. La bandera LGTB, la de Moderdonia o incluso los papeles de Bárcenas ondean entre rojigualdas en lugares donde hace unos días no había nada. Las banderas españolas no han desaparecido (ni creo que lo hagan, al menos en unos meses), pero por lo menos hay cada vez más burlas y parodias que son, sin duda, síntoma de que poco a poco vamos superando la época más álgida del conflicto. Creo que superamos los problemas cuando nos podemos reír de ellos. La comedia y la libertad de expresión no deberían estar tan limitados. Al fin y al cabo, la risa es un síntoma de salud democrática.





Llegaron los exámenes y, al menos todos los que conozco el resultado, me salieron bastante bien. Un par de asignaturas siguen siendo incógnitas. Al terminar los exámenes pasé una semana en Lugo, desconectando  del mundo a media jornada y haciendo algo productivo por las tardes. Quedé con amigas a las que llevaba meses sin ver, vi a la familia, hice un muñeco de nieve, fui a entrenar con mis compañeros de equipo de atletismo, y hasta tuve oportunidad de competir en Pontevedra. Levantarse a las 5:30 de la mañana y no volver a casa hasta las 12 de la noche es un infierno si no es para pasarlo con gente a la que echas de menos. Los resultados de la competición fueron bastante satisfactorios, aunque me había convencido de que serían mejores. No creo que fuera demasiado optimista contar con mejorar la marca de la temporada pasada, pero tampoco creo que mi fallo en la predicción se debiese a nada más que la suerte de tener un mejor o peor día. Al fin y al cabo, como dijo la hermanita de Laura, «A veces salen rayas». Cuando Laura nos lo contó, explicó que su hermana pequeña se refería a cuando te sales coloreando un dibujo pero, honestamente, no hace falta pintar para que a todos nos salgan rayas de vez en cuando.

Mañana empiezo el segundo semestre, con nuevas asignaturas y nuevos profesores. No estoy tan nerviosa como antes de empezar el primero, porque al menos ya conozco a mi clase. Espero tener buenos profesores, como el que tuve este semestre de historia política y social del mundo contemporáneo, ese historiador que no creía en la repetición de la historia. Cuando lo dijo, el primer día de clase, no pude evitar recordar aquella frase de Marx de: “La historia se repite, primero como tragedia, después como farsa”. Me pregunto si en este primer día de clase del semestre también nos espera alguna otra frase para recordar. 

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