Julio Anguita y Alberto Garzón en la Complutense
21/02/18
En el club de debate,
cada vez asumo más funciones que en teoría son de Miguel. Mis amigos bromean
diciendo que me voy a acabar convirtiendo en dictadora, pero reímos por no
llorar. En la práctica lo llevo yo, pero sobre el papel no soy nadie, y el año
que viene no me van a dejar ser la encargada pero, si no lo saco yo adelante,
nadie lo hará.
-Míralo por el lado
positivo: eres el poder en las sombras -intentan animarme los siniestros.
No se trata de ser
reconocida. Me da igual que la encargada sea otra persona con voluntad de que
el club funcione, siempre que realmente sea un candidato o candidata mejor que
yo, o al menos similar. Y me niego a participar en su ridículo mundo en el que
los siniestros no existimos, somos invisibles y por ello no podemos participar
en ninguna actividad colegial… pero donde tampoco hay nadie que quiera llevar
el club de debate. El otro día, en una asamblea, el director (al que nunca se
le ve el pelo por el colegio, aparte de una vez cada dos meses en las
asambleas) habló de la importancia de mantener el club de teatro y sobre todo
el de debate, que había pasado por varios años malos, y era necesario
recuperar. A veces me pregunto si tiene la menor idea de cómo funcionan las
cosas en el colegio que dirige.
-Nunca llegaré a entender
los colegios mayores -dijo Pablo, el profesor de oratoria con el que estamos
preparando este torneo de debate, el otro día, mientras esperábamos a los demás
participantes. Nos habíamos apuntado Leyre y yo con cierto economista católico
que nos dejó tiradas cuando ya nos habíamos inscrito. Ante la falta de tiempo
(y voluntad) de Miguel, logré encontrar a un sustituto, llamé a la organización
para preguntar si podía cambiar la inscripción y envié un correo con sus datos.
El sustituto al que encontré no es otro que Alberto, quien no se había apuntado
porque el día de la final está en su casa, en Canarias. Le dije que no
pasaríamos a la final, que solo queríamos participar en la fase preliminar, y
en el hipotético caso de que nos clasificásemos para la final, que es en el
Senado, nos retiraríamos. A los cinco minutos de decir que se apuntaba, Alberto
volvió preguntando si podíamos ser cuatro.
-Claro, sería lo ideal.
-Juan se apunta -dijo.
La alegría de haber
conseguido cuatro personas se me pasó rápido. Mientras Leyre y yo intentamos
sacar el debate adelante, los otros dos muestran un compromiso mínimo. Me
decepciona viniendo de Alberto, la verdad. En el otro torneo, nada así nos
había pasado. Los tres participantes nos habíamos esforzado al máximo y nos
había salido bastante bien, a pesar de ser principiantes. Esta vez, en cambio,
los dos chicos se dedican a poner excusas para no prepararlo (quizá sean verdad
y estén así de ocupados, pero entonces, ¿por qué se apuntaron?) y a tratarnos
como si nos estuvieran haciendo un favor.
-Nunca llegaré a entender
los colegios mayores -estaba diciendo Pablo, mientras esperábamos a Alberto y a
Juan. Leyre tenía ensayo con su grupo de teatro -. Llevo varios años trabajando
en colegios mayores y, siempre que vengo, veo a la misma gente. Chicos que se
graduaron hace más de tres años, que viven en un piso, y siguen viniendo aquí
todos los días.
Hablamos del pequeño
mundo en el que viven los colegiales: su colegio mayor. Llegan de sus pueblos o
ciudades hasta aquí y acceden a participar en las novatadas a cambio de ganarse
una identidad, un papel, en el pequeño universo cerrado que fundan. Cuando se
gradúan, siguen viniendo aquí a diario.
-Yo tampoco entiendo los
colegios mayores -dije.
Sin poder evitarlo, acabé
hablando sobre las novatadas. Sobre la exclusión a la que nos someten los
colegiales. Sobre nuestra invisibilidad. Sobre lo poco que les importamos. Se
lo conté todo, salvo la amenaza de boicot al club de debate si lo llevo yo. De
contarle esto último, puede que nos ayudase, pero también puede que se negase a
prepararnos para más torneos si nos andamos con chiquilladas, y no estoy
dispuesta a arriesgarme.
Cuando llevábamos media
hora esperándolos, sin que ellos hubieran dicho que iban a llegar tarde, y tras
enviarles varios mensajes recordándoles que habíamos quedado, Pablo dijo que
esperaríamos cinco minutos más y luego yo debía decidir si seguíamos esperando.
-Vaya país, ¿no? -dijo
Pablo. Asentí-. Pues si vas por el mundo, es igual en todas partes.
Me encogí de hombros.
Estuve tentada de decirle que yo también había vivido en el extranjero. Ni
siquiera sé si él ha vivido fuera de España, igual ha viajado por todo el
mundo, igual apenas ha salido de la península. Algo me dice que es más probable
lo primero.
Es desesperante escuchar
sermones de adultos que asumen que no sabes nada porque duplican o triplican tu
edad, pero Pablo me saca entre cinco y diez años. Ni siquiera tiene ese derecho
otorgado por la edad.
23/02/18
Ayer fue la presentación
de un libro en mi facultad. La mayor parte de la clase estábamos interesados en
asistir, pero a esa hora teníamos clase. El profesor había dicho que esa falta
contaría como injustificada, y con tres faltas más, nos dejaría para
septiembre. A primera hora, le preguntamos al coordinador del grado:
-Si vamos a una charla,
un seminario o a un curso organizado por la propia Complutense, ¿esa falta es
justificable?
-Voy a dimitir de esto...
-respondió el coordinador, riéndose. Es el primer problema que le planteamos y
ya nos ha advertido que el año que viene no será nuestro coordinador.
Salimos de clase cuarenta
minutos antes para ir a la presentación del libro y, aun así, había una cola a
lo largo de todo el pasillo hasta llegar a la puerta del salón de actos. Como
había hablado de la presentación de este libro en el colegio, Leyre, Julio y
Olga decidieron venir. En principio iban a llegan antes que yo, pero se
entretuvieron y vinieron más tarde de lo que pretendían. Cuando por fin
llegaron, no me encontraban entre tanta gente, y fue Olga quien me vio en medio
de la cola.
-Voy a buscar a los otros
-dijo antes de darse la vuelta. Nada más la perdí de vista, abrieron la puerta
del salón de actos. «¡Corred!» le dije a Leyre por WhatsApp. Justo antes de que
me tocara entrar, vi a Julio buscando a su alrededor. Le hice señas, y los tres
llegaron corriendo hasta mí justo al mismo tiempo que entrábamos en el salón,
entre risas, abrazos y gritos de “¡Lo conseguimos!”. En cuanto se nos pasó la
emoción del momento, Julio reconoció que le daba miedo mi facultad.
-Es tan caótica… La
revolución tiene que ser ordenada -dijo, medio en broma. Solo a medias.
Preguntó por el baño y le indiqué cómo llegar.
Creo que ya es hora de
aclarar qué libro venían a presentar, y el porqué de tanta emoción. El libro: Por qué soy comunista. Autor: Alberto
Garzón. Aparte de él, también Julio Anguita vino a la presentación. Retomando
con un post anterior, he comprobado que otros dos políticos de los que todos
conocemos son reales. Personas, y no personajes.
De repente, Julio volvió
corriendo, emocionado.
-¡He meado al lado de
Julio Anguita! -exclamó. Nos contó cómo, cuando llegó al baño, no se fijó en
quién estaba dentro y, después, cuando vio a Anguita, no supo qué decirle. La
verdad, debe de ser una situación bastante incómoda como para decirle algo así
como “Hola Julio, soy tu fan, ¡y tu tocayo!”.
Entró Anguita y el salón
de actos estalló en aplausos. Los cuatrocientos asientos estaban ocupados y
había gente de pie por los laterales. Mitad de la facultad debía de estar allí.
La emoción era palpable. Tres de mis amigos a mi izquierda, de los cuales
ninguno se considera comunista, escuchando a dos líderes de Izquierda Unida,
dos políticos de distintas generaciones. Miré a mi alrededor: a muchos
compañeros de mi clase, a varios de mis profesores, a tantos compañeros de
facultad a los que no conozco, y me pregunté cuántos de ellos se definirían, al
igual que el libro de Garzón, como comunistas.
Cuando Anguita y Garzón
salieron juntos, comprobé que los dos son reales. Otros dos personajes
desmitificados. Anguita, como de costumbre, habló muy bien. Hablando sobre él,
una profesora nos dijo que muchos de los políticos de la Transición tenían muy
buena oratoria. Desconozco a los demás. Tan solo he tenido la suerte de
escuchar en persona a Anguita y, me impresionó bastante, incluso habiéndolo
visto ya anteriormente en la televisión. A pesar de sus años, tiene un porte
elegante y una oratoria envidiable. Recuerdo que habló de la España que fuimos construyendo
desde la Transición y de cómo el estado de bienestar está más en peligro que
nunca.
-Cuando los señores del
Partido Popular hablan de que no se pueden financiar las pensiones porque ahora
los jubilados viven muchos años, a mí me da miedo. En algunas sociedades antiguas,
tiraban a los ancianos que ya no podían trabajar por los acantilados. Yo ya
estoy pensando desde qué acantilado de Córdoba me tirarán… -dijo,
aproximadamente.
Garzón, por su parte, dio
una visión más cercana, tanto por su juventud como por su papel actual en la
política, a diferencia de Anguita, quien ya hace años que se retiró de la
primera línea. La verdad, tampoco habla mal, y en medio de sus palabras siempre
encuentra el momento para soltar alguna pulla, como un saludo a Urdangarin,
“que lo está pasando muy mal”.
Tanto Anguita como Garzón
hablaron del papel de la izquierda en la posmodernidad, en un mundo neoliberal.
A pesar de la situación, su discurso no sonó para nada derrotista ni
desesperanzador, sino más bien todo lo contrario. Hablaron de feminismo, de
ecologismo y de políticas sociales. Se enfrentaron valientemente a las
preguntas que les planteamos desde el público, e incluso Garzón insistió, antes
de que le preguntaran, de que no iba a decir nada digno de portada de revista
sobre su relación con Pablo Iglesias, y que el pacto de IU con Podemos seguiría
adelante a pesar de sus diferencias porque es más lo que los une (la voluntad
de echar a la derecha) que lo que los separa. Hubo un momento curioso, cuando
una de las preguntas era sobre por qué IU no reconoce la República Catalana y
otra pregunta era sobre por qué apoyaban los separatismos. Garzón repitió la
postura de su partido, que, aunque ellos no son nacionalistas, entienden que
son sentimientos defendibles, porque son demócratas. Personalmente, ese fue el
momento de toda la charla en la que menos congenié con lo que decían los dos
políticos. Entiendo que todo movimiento democrático es legítimo, pero el
principio sobre el que se fundamentan los nacionalismos es, en la mayoría de
sus casos, más bien poco democrático, al menos en su origen. ¿Se debe tolerar a
los intolerantes? Al fin y al cabo, fue la burguesía catalana la que hizo
crecer al nacionalismo catalán ante la crisis de los partidos dinásticos de la
Restauración y la imposibilidad de apoyar al Partido Conservador para obtener
sus intereses. El nacionalismo ya existía, pero era minoritario, y se vendió al
interés de las grandes fortunas para poder crecer, aunque ello supusiese
volverse reaccionario e incluso apoyar la dictadura de Primo de Rivera. Claro
que fue entonces cuando surgió Esquerra (ERC) como agrupación nacionalista de
izquierdas, a pesar de que la izquierda debe ser, por definición,
internacionalista. Marx decía que los nacionalismos son un engaño de la
burguesía para convencer al pueblo de que tienen más en común con los ricos de
su tierra que con las clases populares de otros países, o que tienen más en
común con otro compatriota a cientos de kilómetros que con su vecino que nació
en otro país. O eso estudié yo en la Complutense. Claro que, para mucha gente,
nos tienen adoctrinados.
Decidimos perder clase
para ir a la presentación el libro de Garzón. Ya tenemos edad para juzgar dónde
puede que aprendamos más. No me arrepiento de haber ido y, mientras escuchaba, estaba
más de acuerdo con lo que decían de lo que me gustaría reconocer. Recordé lo
que nos había dicho hace un par de días el profesor de Estructura y dinámica de
la sociedad internacional. Hablando de las distintas explicaciones que dan prioridad
a los actores y su agencia o a la estructura internacional para explicar los
procesos de cambio, argumentó que él no era monocausal. «Asumir que siempre
ocurre por una determinada razón nos hace ignorar los factores externos. No
tenéis que pensar como yo, pero os recomiendo ser críticos con las
explicaciones monocausales. Escucharéis muchos cantos de sirena, sobre todo en
esta facultad...»
Las palabras de Julio
Anguita sonaban tan verdaderas... Resumían sin caer en simplificaciones,
explicaban cosas que yo ya sabía y otras que no tenía tan claras. También las
de Alberto Garzón, por supuesto. Era tan fácil aceptarlas, aplaudirle en medio
de una facultad que se rinde ante sus palabras, sonreír ante ese «Salud y
República» con el que siempre termina de hablar Garzón... ¿Serían los cantos de
sirena de los que nos advertía aquel profesor? Palabras que brillaban casi
tanto como los carteles luminosos de El Corte Inglés y Zara, carteles que
ciegan por la noche y no dejan ver más allá, escondiendo las vergüenzas del capitalismo más salvaje. ¿Dónde están los cantos de sirena?
Durante la presentación
del libro, grabé dos vídeos bastante buenos, a mi parecer. Bastante
afortunados. En el primero, Anguita hablaba de la Transición. En el segundo,
Garzón respondía sobre la necesidad de pactar con Podemos para frenar a la
derecha, más allá de las pequeñas diferencias ideológicas. Por la tarde,
buscándolos, comprobé que a mi móvil le queda tan poca memoria que no se habían guardado. Pues habrá que ir a ver a Garzón y Anguita en otra ocasión, pensé, sin enfadarme.
Hoy es 23F. Anatomía de un instante, de Javier Cercas, es uno de los múltiples libros que analizan... pues eso, ese instante. El de un hemiciclo de diputados escondidos bajo sus escaños. El de un Adolfo Suárez recostado de lado en su asiento. Las personas (o los personajes) de Gutiérrez Mellado, Santiago Carrillo, el teniente coronel Tejero... Un fragmento de un par de minutos que emiten cada año en televisión, pero también la historia de fondo, el contexto, las entrevistas, los informes... Como si la realidad se adaptase a la ficción, ese pequeño vídeo del "¡Se sienten coño!" parece un tráiler para toda la historia del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, así como las obras que se hicieron basándose en él. Como mi libro, Anatomía de un instante. Ya lo citaba en la entrada anterior, adelantando acontecimientos. Sin advertir del spoiler. Afortunadamente, todos sabemos cómo acabó la historia. Porque... lo sabemos, ¿verdad? ¿No?
Algunas frases del primer
día de clase con los distintos profesores:
“El antisemitismo sin
ninguna evidencia real, aquello sí que eran fake
news, aquello sí que era posverdad.”
“Occidente se ve a sí mismo como portador de
la verdad y de lo universal. Bueno, yo no creo ni en la verdad ni en lo universal.”
“El libro lo tienen
colgado en el Campus Virtual. Me pueden llevar a la cárcel por esto, pero no
importa. Todo por el conocimiento.”
“No hemos venido a las
ciencias sociales a hacer juicios morales, hemos venido a explicar las cosas,
nos gusten o no. Trump es un fenómeno extraordinario. Se impuso contra la
ideología de su partido, contra las grandes empresas y contra los medios de
comunicación.”
“Un estudiante de este
doble grado debe tener vocación reformista. Para ser funcionario no hay que
estudiar aquí, estudiad Derecho.”
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