Vaya país


05/03/18



-¿Sabéis si va a tardar mucho? -preguntó Pablo-. Quedan cinco minutos.

Leyre, Pablo y yo empezábamos a temer que Alberto llegase tarde al primer debate. Retrasarnos más de cinco minutos supondría una falta leve.

-Voy a llamarle.

Por teléfono, el chico aseguró estar a punto de llegar, y me acerqué a la puerta para guiarlo a donde estábamos los demás. Mientras tanto, una televisión anunciaba los próximos eventos organizados en el colegio. Después de no sé qué evento sobre economía, apareció un cartel verde con una cara que conocía. Una conferencia de Santiago Abascal, líder del ultraderechista partido VOX, tendría lugar en el colegio el martes.


En cuanto llegó Alberto, acompañado de Irene, fui hasta Leyre y Julio y les enseñé una foto del anuncio de la charla de Santiago Abascal, exclamando:

-¿Dónde nos hemos metido?

El primer debate fue contra un equipo bastante bueno, al que sin embargo supimos plantar cara. Nos tocó la postura en contra, donde hago la introducción y la conclusión. Se me había ocurrido hacía un par de días un exordio sobre el Muro de Berlín que les había gustado a todos, sobre todo a Pablo, que le encontró incluso un sentido más sobre el que yo no había pensado.

-La noche del 9 de noviembre de 1989, un símbolo se venía abajo -empezaba mi introducción-. Los berlineses derrumbaban el muro que había dividido su ciudad durante 28 años. En el contexto de la primavera de las naciones, cayeron dictaduras y el mundo entero apostó por la libertad. Han pasado casi 30 años desde entonces, y limitar la libertad de expresión en un mundo que tiende a abrirse cada vez más sería intentar reconstruir un muro… que ya ha caído.

Mientras lo decía, sostenía una imagen del Muro de Berlín con cientos de alemanes subidos a él, poco antes de que ellos mismos lo demolieran. Después de la refutación de Alberto y la contrarrefutación de Leyre, hice la conclusión, que terminé sosteniendo la misma imagen del Muro y con las siguientes palabras:

-La libertad de expresión es el derecho sobre el que construimos la democracia, el progreso y la dignidad humana. En esta lucha no podemos retroceder, porque el espíritu de la primavera de las naciones sigue entre nosotros. Cayó el Muro de Berlín y hoy sus restos son una galería de arte: un tributo a la libertad de expresión que siempre ha unido la ciudad -le di la vuelta a la imagen; por el otro lado, la famosa imagen de los dos líderes comunistas alemán y soviético besándose-. El de Berlín no es el último muro. Derribar muros, construir puentes.

Supimos que habíamos perdido aquel debate en cuanto recibimos el feedback de los jueces. Pero plantamos cara al otro equipo.

Durante los dos días, cada vez que algo salía mal, como que las cosas empezaban con retraso, estaban mal organizadas, alguien llegaba tarde… Pablo repetía su frase de siempre, que ya le había escuchado en más ocasiones: “Vaya país”.

El segundo equipo al que nos enfrentamos aquella tarde fue bastante más flojo y salimos con la sensación de haber ganado. Defendimos el a favor, con el que utilizábamos una planta como metáfora de la libertad de expresión, a la que hay que podar para asegurarnos de que sigue creciendo (por tanto, hay que limitar la libertad de expresión precisamente para asegurarnos de que sigue creciendo y fortaleciéndose). Aquel exordio fue idea de Pablo, y como apenas nos convencía, por poco lo desechamos. En realidad, era bastante bueno.

Poco a poco, y tras ver el anuncio de VOX, fuimos entendiendo en dónde nos habíamos metido. Crucifijos por todas partes y una capilla enorme dominaban aquel edificio de trece plantas, aquel colegio mayor católico y masculino construido sobre terrenos de la Complutense y que probablemente reciba algún tipo de subvención.

El sábado, después de nuestro tercer debate, antes del cual no habíamos tenido tiempo para desayunar, fuimos a la cafetería. Al lado, había bastantes chicos viendo la televisión. Viendo los toros.

-Y estos viendo los toros, ¡lo que faltaba! -exclamó Julio. Varios de los chicos se giraron hacia nosotros-. Qué colegio más bonito -añadió, sin evitar el sarcasmo.

Entramos en la cafetería, donde se nos ofrecía a los debatientes un aperitivo, aunque el que más provecho sacó de aquello fue indudablemente Julio, que ni siquiera iba a debatir, sino de acompañante. Había tostadas, fiambre, bollería, zumos, café… Me disponía a coger un plato, cuando una cocinera salió y nos reprochó:

-Pero ¿qué hacéis cogiendo platos? Esto es un aperitivo, ¡no un desayuno!

Hice amago de dejar el plato, pero me lo pensé dos veces. A ella no le costaba nada que nosotros comiéramos. De hecho, aquella comida se habría comprado con el dinero de nuestra inscripción, que no fue precisamente barata, y no suponíamos ningún gasto para el Mendel. Me quedé con el plato, cogiendo comida mientras la cocinera rumiaba a mis espaldas.

Nos sentamos en una mesa redonda, al lado de un crucifijo. Nos burlamos de la austeridad de la cocinera, culpándonos por coger un vaso, un tenedor o un plato. Julio llegó con una bandeja y dos platos llenos de comida. Nos había ganado a todos. La cocinera, que seguía dando vueltas y cambiando las cosas de sitio, decía a unos chicos:

-Pero bueno, a mí me habían dicho que esto era un aperitivo, no una merendola.

Manu, con quien habíamos preparado el anterior torneo, vino a ver nuestro primer debate de la mañana del sábado, y dijo que lo habíamos hecho muy bien. El último debate de la mañana fue contra un colegio mayor argentino, en frente del que paso todas las mañanas.

Como en el horario incluía horario de comida, supusimos que estaba incluida, pero no. Pablo preguntó si queríamos darle dinero al Mendel o preferíamos irnos a comer fuera. No hizo falta votarlo. Comimos en otro colegio mayor de la zona, cuyo nombre no recuerdo, y charlamos un rato.

-No habéis visto los tiempos salvajes de Somosaguas -dijo Pablo al enterarse de que estudio en la misma facultad a la que fue él-. Ahora está todo muy tranquilo. ¿Sabes la carretera de Húmera, al lado del campus? Recuerdo montones de veces que los estudiantes de políticas la cortaban con barricadas, luego venía la policía… las que se montaban -dijo, riendo, mirando por la ventana.

Hablamos de carreras, de cómo Alberto iba a dejar Sociología y Políticas en la UC3 para venirse a la Complutense y empezar Filosofía y Políticas. “Perdónalo, porque no sabe lo que hace”, había dicho Pablo el día que se enteró.

-Mi compañero de piso es filósofo y no sonríe. Camina arrastrando los pies por el pasillo, como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros. Creedme, es mejor saber lo menos posible.

Volvimos al Mendel para que nos dieran los resultados de la fase de grupos. Irene y Alberto por un lado, Julio y Leyre por el otro, bromeé diciendo que yo también tenía que traerme un acompañante en el próximo torneo.

-Pero tú eres autosuficiente -me dijo Julio. A sabiendas de que puede que acabe leyendo esto, he de decir que, lo siento, Julio, pero no tenías razón. Ni yo ni nadie es autosuficiente. Cuando, al salir de un debate, Pablo se iba a hablar con alguna de las quince mil personas que parece conocer, Alberto e Irene se apartaban a hablar y vosotros dos desaparecíais, me encontraba sola en medio de un montón de gente. No me debería importar, pues a todos nos sucede de vez en cuando y estar solo no es nada malo, pero me recordaba a mi día a día en un colegio del que tuve la buena suerte y el buen juicio de marcharme, aunque debiera haber tomado esa decisión mucho tiempo antes.

Llegó la hora de saber los resultados. Antes de entrar en el colegio, Pablo nos paró y nos habló de lo bien que lo habíamos hecho y lo parciales que suelen ser los resultados, como preparándonos para una inminente derrota. En el pasillo, me crucé con una de las juezas, que me preguntó:

-¿Tú eres María Sonsoles?

-Sí.

-¿Y te apellidas Quiroga Gutiérrez?

-Así es -dije, reconociéndola como Lucía Quiroga, que nos había juzgado en el primer y el cuarto debate.

-¡Te apellidas igual que mi padre! ¿De dónde eres?

-De Lugo -dije, riendo, mientras otra jueza que pasaba a nuestro lado se giraba y me preguntaba, con inconfundible acento gallego:

-¿Eres de Lugo?

-Sí, ¿por?

-¡Yo también! Pero ¿de Lugo ciudad?

-Que sí, que sí.

Nos pusimos a hablar sobre los colegios e institutos a los que habíamos ido, pues ambas conocíamos todos los centros educativos de una ciudad tan pequeña como la nuestra. Al sacarme ella ocho años, era improbable que tuviéramos amigos en común, pero su mejor amiga, al igual que yo, había ido a Pepas.

-¿Sigue Don Manuel de director?

-Se jubiló hace años, pero me acuerdo de él.

Pablo pasó a nuestro lado y, al oírnos hablar emocionadas, nos miró con expresión de sorpresa y se llevó una mano a la cabeza. Me cuesta creer que todavía no se haya dado cuenta todavía de que los gallegos estamos en todas partes.

Entramos en el salón de actos, donde el director del Mendel explicó cómo se había hecho la clasificación y cómo serían los octavos de final. Al principio se explicaba bien, pero pasados unos segundos, nadie sabía ya lo que estaba diciendo. “Me explico fatal”, reconoció. Mostró la tabla de clasificación y, no sé si por pesimismo, costumbre o aceptación de la cruda realidad, empecé a buscar el nombre del Nebrija por la parte de debajo de la lista. Hice bien. CMU Antonio de Nebrija, una victoria y tres derrotas. Tan solo habíamos ganado a los argentinos. No nos clasificábamos para octavos de final.

Aquí, sumando derrotas.

No pude evitar echarme a reír cuando vi aquellos penosos y a todas luces irracionales resultados. Era una risa de impotencia, de rendición, de aceptación de una realidad injusta mientras el resto del salón aplaudía emocionado. Aplaudí despacio y con fuerza, con tanto sarcasmo como pude sacar de la rabia acumulada, y seguí aplaudiendo unos segundos cuando los demás ya habían parado. Me levanté, dispuesta a largarme lo antes posible de aquel agujero ultracatólico antes de cruzarme con algún otro chico repeinado de pulsera rojigualda de los que irían a ver la conferencia de Santiago Abascal en dos días. Me dispuse a marcharme, como el resto del mundo, pero mi equipo permanecía sentado. Hablaban entre ellos o escribían los resultados en el móvil. Cuando por fin salimos, Pablo se negó a comentar lo ocurrido hasta que no salimos bajo la lluvia, lejos de crucifijos y niños pijos. A la puerta estaban varios de los jueces, entre ellos la lucense, a la que dije adiós con la mano. Nos miró, algo apenada, entendiendo que nos habían eliminado.

-Esta derrota se puede entender con diferentes lecturas. La primera, que los jueces son tontos y punto. La segunda, que nos han puesto notas tan bajas porque soy yo vuestro formador.

-¿Y eso que tendrá que ver? Ni que todo el mundo fuera tu enemigo.

-Lo que pasa es que nosotros formamos a políticos y demás, y ellos forman a sus debatientes para sus torneos, los mismos que los forman organizan los torneos. ¿Os he dicho que el director del Mendel es el preparador de los de otro de los colegios? Ese que explicó cómo se había hecho la clasificación y se explicó tan mal -todos nos reímos.

Pablo siguió hablando de cómo él había perdido muchos torneos en sus tiempos de debatiente.

-Una vez perdimos por ser de la Complutense y fundamos nuestro propio torneo en Navarra. Ahora es uno de los torneos más prestigiosos de España y el único en tres idiomas.

También habló de uno que ganaron y cuyo premio era bastante dinero para fundar una empresa, y que eso hicieron Paco y él.

-Otra explicación podría ser que os merecíais ese resultado, pero no es así. Sé que no soy imparcial y que lo preparamos con muy poco tiempo, pero no lo pudisteis hacer tan mal. Para ganar, podría daros las posturas ya hechas para que las memorizaseis, con evidencias incluidas, como hacen la mayoría de los equipos, pero yo no sigo su método de formar soldaditos.

Pablo parecía bastante enfadado, aunque era difícil decirlo. Alberto probablemente se preguntaba por qué se había molestado en ir, y Leyre parecía desilusionada. Dijo que no le apetecía demasiado volver a otro torneo, sabiendo que las cosas funcionan así. Julio, por su parte, dijo haberse quedado con ganas de debatir. No se había apuntado por falta de tiempo, pero dijo que vendría al siguiente. Horas más tarde, los dos crearon un grupo de WhatsApp llamado “Siguiente debate”, y me unieron, preguntando por más torneos. Al verlo, sonreí. No nos rendiremos tan fácilmente.

Nuestra nota media mejoró un punto con respecto al torneo del Isabel de España. De un cuatro y pico, pasamos a un cinco y pico. De perder todos los debates, pasamos a ganar uno. Presté atención a aquel hecho.

Todos los equipos de debate, hasta los más buenos del mundo, empiezan por una primera victoria. Antes de ser los mejores, antes de haber ganado ningún torneo, ganaron un debate. Aquel era nuestra primera pequeña y agridulce victoria.

La rama de árbol con la que hicimos el exordio de la planta, la que simbolizaba la libertad de expresión, la intentó tirar Alberto a la basura. Se la quité de las manos, rompiéndola un poco en el forcejeo.

-¡Alberto, para! ¿No te das cuenta? Esta planta simboliza nuestra primera victoria, ¡es nuestro trofeo!

-¡Tira eso! La cogió Pablo de a saber dónde… ¡Si está medio marchita!

Pero era un símbolo. Como el Muro de Berlín. Como aquella tarjetita con nuestro nombre que habíamos llevado durante los dos días alrededor del cuello.

La vida está llena de símbolos que significan cosas distintas en contextos diferentes. Cualquiera que vea esa ramita disecada colgada ahora en mi habitación no podrá sospechar que, mirándola, me acuerdo de una batalla ganada en medio de una guerra perdida, de un valiente intento de hacer bien las cosas sin el apoyo con el que la mayoría cuentan. Cualquiera que la vea pensará que es meramente decorativa y no un exordio. Jamás se la imaginará como la libertad de expresión guardada durante dos días en la mochila de un joven debatiente canario que, cuando la fue a tirar, fue rescatada de su destino como basura para ser convertida en un símbolo. Algún día dentro de algunos años le enseñaré a Alberto una foto de la pequeña rama, aún disecada en mi habitación, y le preguntaré si se debe limitar la libertad de expresión para proteger las sensibilidades religiosas.


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