Yo tampoco hice novatadas
27/02/18
El domingo pasado
estuvimos Leyre, Julio y yo en El Objetivo, viendo la entrevista a Albert
Rivera. Los estudios de La Sexta están en San Sebastián de los Reyes, o sea, terriblemente
lejos. La experiencia estuvo bien, pero no la repetiría a no ser que fuera para
ver a alguien que realmente me importa. Antes de que empezara el programa (nos
hicieron estar allí como dos horas antes), Leyre y yo fuimos al baño y vimos a
Albert Rivera, y al volver no pudimos evitar decirle que nosotras también
habíamos viso a un político cuando íbamos al baño (tres días antes, Julio había
coincidido con Anguita en el baño de mi facultad). La entrevista no fue nada
del otro mundo. Las preguntas del público eran de personas seleccionadas, no de
los universitarios que fuimos de público. Hubo un momento gracioso en que,
respondiendo a no sé qué pregunta, Rivera dijo “España va bien”, y el hombre
que había realizado la pregunta, contestó: “Eso suena muy a Rajoy”. De vuelta
al colegio, tardamos más y acabamos cogiendo el último metro antes del cierre
nocturno. Volvimos con una chica del Covarrubias, el colegio de al lado, que
había venido sola. Ella es de segundo y hablamos de novatadas. Su versión de
los siniestros son llamados renuncios, y dijo que en el Covarrubias no los marginaban.
Le dije que, aun sin conocer a sus renuncios, tan solo sabiendo cómo funcionan
las cosas en el Nebrija, puedo asegurar que en muchos casos ellos no tienen la
culpa de quedar fuera de las actividades. Le narré algunas de nuestras historias
de cómo a mí nunca me decían cuándo se entrenaba a fútbol, cómo a Julio le
echaron del equipo de baloncesto y cómo nadie se quiere apuntar con nosotros a
debate. A ella le pareció exagerado y aseguró que en su colegio no era así. Me
pregunto cuántos colegiales del Nebrija saben de verdad si nos marginamos o nos
marginan.
Quedan dos días y medio
para el torneo de debate y esto se tambalea. Empezamos tres, se fue uno, lo
cambiamos por otros dos y uno de los nuevos también se ha ido. Quedamos Leyre,
Alberto y yo. No íbamos a pasar a la final de todas formas, pero de hacerlo nos
tendríamos que retirar, pues Alberto no estaría en Madrid el día de la final,
por eso al principio no se había apuntado.
Me sigue decepcionando su
actitud. Con lo que se había implicado en el torneo anterior… Puede que
exagere. Quizá sea que el anterior lo habíamos enfrentado como una mera toma de
contacto, mientras que a este quiero ir en serio, y las cosas no me salen
demasiado bien. Me había hecho la ilusión de que podríamos llegar al Senado, de
que llegaríamos a debatir en una institución tan importante, de que además de
llegar a la semifinal, ¡podríamos ganar el torneo! Desde luego, con el empeño
de algunos colegiales por boicotear la actividad tan solo porque en ella participan
siniestros dice bastante de los “valores colegiales” de los que tanto hablan.
“¿Debe limitarse la
libertad de expresión para proteger las sensibilidades religiosas?”
-No -diríamos
rotundamente Leyre, Julio y yo. Sin embargo, defender la postura contraria
puede ser bastante enriquecedor, al menos para aprender a expresarnos. Y buscar
argumentos que nos convenzan también ayuda a ser más críticos. Creo que los
síes y noes rotundos suelen esconder ignorancia o intolerancia detrás; las
posturas intransigentes no me gustan demasiado. Como diría Pablo, todo es
debatible.
02/03/18
El día antes del torneo,
el jueves 1, le pregunté a Miguel si ya había ido a pagar la inscripción. Él
dijo que no, me contó por enésima vez lo ocupado que está y lo exigente que es
estar en segundo de Arqueología y, como buen gallego, no contestó a lo único
que yo quería saber: cuándo iba a pagarla. En clase, le envié un mensaje y él
contestó que no iba a poder ir aquella tarde. Volví al colegio y lo encontré
antes de ponerme a buscarlo. Me tranquilizó diciendo que tenía hasta el día 6
para pagarlo (lo cual no me había dicho todavía, y yo creía que estábamos en el
último día de plazo). Se comprometió a darme el dinero aquella misma tarde para
que fuera yo al banco. Todavía no me lo ha dado.
Salí antes de tiempo de
atletismo para llegar a tiempo al último ensayo de debate. Tenía varios
mensajes de Alberto, que me contestaba de malos modos cuando le pedía que
pagara su parte de la inscripción del torneo. Lo normal es que paguemos cada
uno una parte igual, y después de inscribirnos y pasadas varias semanas, el
colegio nos devuelve el importe. Es ridículo, porque en muchos casos es el
mismo organismo al que pagamos y el que nos devuelve el importe, pero así
funciona la burocracia. Al ver los mensajes de Alberto, no pude evitar sentir
una ira profunda. Olvidé el paraguas en las pistas, lo cual recordé constantemente
los siguientes días, en que no dejó de llover con fuerza.
Que si esto no se puede
hacer así, que si tenía que haber hablado con administración con anterioridad
para que nos devuelvan el dinero, que si él no iba a pagar porque me estaba
haciendo un favor participando… Alberto dijo que yo no le había advertido nada
de tener que pagar (aunque él sabe de sobra cómo funciona lo de la inscripción)
y que se había apuntado porque creía que habíamos avanzado más. Contuve todas
las palabras poco agradables que me apetecía decirle. Al ir caminando, le
enviaba audios que debían de sonar con un tono de impotencia, rabia e incluso
un poco de odio. Odio a quién, no lo sé. Podría volver a escucharlos para
verificarlo, pero prefiero no saber cómo suena me voz cuando se me acusa de llevar
las cosas por mal camino, después de haberme esforzado tanto por conseguir que esto
saliera adelante cuando, insisto, ni siquiera soy la encargada del club de
debate, aunque ya haya asumido casi todas las funciones. Tantas horas
preparándolo, tanto esfuerzo para tirarlo ahora todo por la borda…
Yo no había hablado con
administración para que nos financiaran el torneo. De hecho, todavía no sé ni
dónde está eso. Había asumido que lo habría hecho Miguel, como encargado del
club de debate, igual que había hecho en el torneo de noviembre, el del Isabel de
España. Alberto aseguraba que no lo había hecho. Y, como ya era demasiado tarde,
no nos devolverían el dinero de la inscripción.
-¿Por qué no me dijiste
que había que hacerlo? ¿O por qué no lo hiciste tú? -le pregunté, cuando llegué
al colegio.
-Pensé que ya lo habías
hecho tú, que sabías que había que hacerlo.
-Pero ¿cómo voy a
saberlo? Si la gente pasa de mí, ya lo sabes, nadie iba a explicarme cómo se
hace…
-Supuse que te lo habría
explicado Miguel, como él se desentendió del torneo… Daba por hecho que te
encargabas tú de todo -dijo Alberto, encogiéndose de hombros.
-A mí me dijo que no iba
a participar, pero sí a organizarlo. Ni me ofrecí nunca a organizarlo ni nadie
me dijo que lo hiciera.
-A mí me dijo que se
desentendía…
-Pues a mí no.
Entre malentendidos y la
penosa organización, Miguel no contestaba porque estaba en clase.
-Deberíamos avisar a
Pablo para que ya no venga -añadió Alberto, tras un incómodo silencio bajo la
lluvia. Él estaba en su habitación, en la planta baja, hablando conmigo desde
la ventana, mientras yo me calaba bajo la intensa lluvia. No me importaba; de
hecho, ni siquiera notaba la lluvia. Era el menor de mis problemas.
-Voy a llamar a Leyre.
-¿Qué va a decirte ella?
No creo que esté dispuesta ella tampoco a pagar 50 euros por un maldito torneo
de debate.
-¡Yo qué sé! Es parte del
equipo, no la podemos dejar al margen y luego decirle que mandamos el torneo de
mañana a la mierda. Igual se le ocurre algo…
Intenté llamarla por
teléfono, en vano. Subí hasta su habitación y me abrió con cara de recién
levantada. Me dio pena despertarla con las malas noticias, pero visto con perspectiva,
menos mal que lo hice.
Intentamos, de nuevo,
contactar con Miguel, para preguntarle si había hablado con administración, por
mucho que Alberto insistiera en que Miguel se había desentendido totalmente del
torneo. No lo conseguimos.
-Voy a avisar a Pablo de
lo que ha pasado, por si se le ocurre algo… No sé, él estuvo en un colegio
mayor y ahora lleva años trabajando en ellos. Y si no, pues para que ya no
venga.
-Vale. Yo mientras llamo
a Carlos, a ver qué nos dice -se le ocurrió a Leyre. No había pensado en llamar
al subdirector, a pesar de lo dispuesto que está siempre a ayudarnos. Supuse
que Alberto sabría de lo que hablaba cuando nos decía que no había modo de
recuperar el dinero si nos apuntábamos ahora. Afortunadamente, me equivocaba.
Carlos nos explicó que sí
podíamos participar y recuperar el dinero a posteriori, y nos explicó cómo.
Justo después, Miguel contestó a nuestros mensajes de mala manera. Alberto
parecía por enésima vez estar haciéndome un favor al presentarse en el último
ensayo y agradecí infinitamente que a Pablo no le importase nuestra poca
organización y se dignara a soportarnos como cada día desde hace más de dos
semanas.
Apañamos la postura a
favor y en contra como pudimos. Dormí poco aquella noche, memorizando la
introducción del en contra con un bonito exordio sobre el Muro de Berlín y leyendo
unos cuantos capítulos de un manual de políticas que tenía que saber para
clase. Apenas fue necesario esto último, pues acabamos haciendo un trabajo en
grupo con el manual delante. “Podría haber dormido una o dos horas más”, pensé esta
mañana. Salí de clase e imprimí varias evidencias antes de ir al Mendel. En
clase, todos a los que les dije a dónde iba conocían el Mendel, el colegio
mayor con las peores novatadas de Madrid.
Uno de aquellos días en
que anochecía mientras nosotros elaborábamos nuestra postura a favor y en
contra, un grupo de colegiales (creo que del consejo ese que vela por nuestros
intereses) nos echó del salón de actos porque ellos no cabían en ningún otro
sitio para tener su reunión. No creo que aquello fuera del todo verdad, pero
accedimos a marcharnos a una sala más pequeña.
-¿Por qué no les dijiste
nada? -le preguntó Leyre a Pablo, cuando ya estábamos fuera.
-¿Qué les voy a decir? Si
yo aquí no soy nadie.
-¿Y nosotras? -pregunté-.
¿Acaso nosotras somos alguien aquí?
Como no podía ser de otro
modo, volvimos a hablar de colegialidad, de cómo para Pablo los colegios mayores
son un misterio. Leyre y yo hablamos de nuestra resistencia, del movimiento siniestro, de nuestra heroica
oposición a aquello en lo que no creemos, a pesar de todas las malditas
consecuencias que tiene luchar por unos principios firmes.
-Yo tampoco hice novatadas
-reconoció Pablo. Sería de Ciudadanos y traería el bolígrafo naranja para tocar
las narices, se reiría de nuestros principios y de que hubiéramos ido a ver a
Garzón y Anguita, refutaría nuestros argumentos para sacarnos de quicio pero,
en el fondo, él también era un siniestro.
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