Un 8 de marzo en que hicimos historia


11/03/18






“Mañana se va a liar”, había dicho Nora, hablando sobre la huelga feminista. Y, la verdad, leyendo los artículos de okdiario y ABC, parece que en Somosaguas se haya librado una guerra civil.

No estoy en posesión de la verdad y lo universal, porque yo tampoco creo que ninguno de ambos exista. Soy parcial, como todo y como todos, pero yo estuve allí. Conozco a bastante gente de la que sale en los vídeos que los medios divulgan, esas “feministas extremistas” que nunca han hecho daño a nadie. No sé todo lo que pasó porque no estuve todo el tiempo y, cuando estaba, no estaba en todas partes. Esto no pretende ser nada más que un simple testimonio, donde reconozco que también hago juicios de valor. Pero quizá sea útil para contrastar con otros medios.




Hubo un encierro en la facultad desde la noche anterior. La comisión masculina (en la que también había varios chicos de mi clase) preparó la cena para todas las chicas que se quedaron. Desconozco si hubo actividades el día 7 pero, después de pasar allí la noche en sacos de dormir, a las 9 empezaba la movilización. Yo fui a las 11, cuando supuestamente habría un pasacampus (ir por las distintas facultades pegando voces y con los carteles, animando a nuestras compañeras a unirse a nosotras), pero al parecer se nos adelantaron. En el aparcamiento, camino de la facultad, me crucé con María, una chica de mi clase. Antes de que me viera, me pareció que no iba muy contenta.

-¿Ya te marchas? -le pregunté, extrañada. Si hay una feminista en mi clase, esa es María. Había estado organizando la huelga con la Comisión 8 de marzo, poniendo mucho empeño en ello. Me resultaba tan raro que se marchase tan temprano…

-Sí… es que estoy hecha polvo, apenas dormí. Me voy a casa a descansar para ir luego a la manifestación. Pero queda un montón de gente de clase, creo que van a leer ahora el manifiesto en el hall.

-Bueno, voy para allá, descansa.

-Nos vemos.

No me costó encontrar a las chicas de mi clase. Por entre las decenas (me atrevo a decir cientos) de cabezas, me crucé con la mirada de Paula, y fui hasta allí. Más tarde supe que éramos casi 400 personas. Algunas de ellas habían pasado la noche allí (eran tantas que no cabían en el primer piso) y nos contaron el frío que habían pasado. Si normalmente pasamos frío de día en clase, me imagino por la noche, durmiendo en el suelo. ¡Calefacción ya! Otras, al igual que yo, acababan de llegar.

-Soy fan de las que están bebiendo leche en un vaso de calimocho -dijo alguien.

Escuchamos el manifiesto, en un silencio sepulcral. El megáfono no funcionaba (me pregunto si se darían cuenta, pues seguían utilizándolo con normalidad a pesar de su evidente inutilidad), por lo que la tos de alguien se escuchaba más que la voz de las chicas que leían el manifiesto. Aun así, en medio del respetuoso silencio entendí prácticamente todo lo que dijeron. Cuando terminaron, alguien propuso ir a económicas, donde estaban haciendo el pasacampus.





-¿Alguien ha visto a María?

-Me la crucé cuando venía. Se iba a su casa -dije.

Las otras se extrañaron.

-Llevaba toda la mañana bastante cabreada. Anoche decidimos en asamblea que nos íbamos a quedar todas aquí y que no se iban a formar piquetes, pero al final cada una hizo lo que le dio la gana.

Por el camino, vimos varias pintadas recientes, algunas de ellas fácilmente malinterpretables fuera de contexto. Otras, directamente fuera de lugar. Entramos en la facultad de economía. Subimos a la primera planta, donde echaban a unas chicas de una clase donde supuestamente había un examen. Apenas pude ver nada, había demasiada gente entre la puerta y yo. Bajamos a la cafetería, donde había un piquete para impedir que nadie entrase. Me explicaron que en los servicios mínimos habían puesto a varias mujeres y que si hacían huelga mañana estaban en paro por lo que, si ellas no podían hacer huelga, tampoco se iba a consumir nada en la cafetería. No sé hasta qué punto hablaron con las trabajadoras, pero un par de días después un profesor dijo lo mismo de las trabajadoras de la cafetería de nuestra facultad, que no podían hacer huelga. No tengo evidencias, pero tampoco creo que mintieran.

El piquete de la cafetería, al menos mientras estuve allí, logró impedir que nadie entrase. Algunos alumnos se enfadaron y acabaron a gritos con alguna de las chicas, defendiendo con pocos argumentos su derecho a un café a media mañana, pero la mayoría acababan sosegándose, hablando civilizadamente y marchándose. Algún profesor y alguna profesora dejaban bastante que desear en cuanto a modales, delante de sus propios alumnos, creyendo en vano que entre insultos y gritos lograrían resquebrajar los principios de nadie. Recuerdo también un chico que se acercó con aires tímidos y preguntó si la cafetería estaba cerrada. Cuando le explicaron por qué no dejaban pasar a nadie, el chico lo aceptó, se despidió y se marchó.

El resto de las chicas que se habían quedado en Políticas entraron en Económicas con una pancarta enorme, gritando algunas de las consignas y llenando el hall. La facultad de Económicas está diseñada de forma que desde todos los pasillos se ve el hall central, de techo muy alto y acústica increíble, por lo que aquella imagen fue bastante impresionante. Volvimos todas a Políticas para ver cómo desplegaban una pancarta enorme desde el último piso de la facultad y, la verdad, mereció la pena.





En el colegio mayor, todo el mundo hablaba de lo que había pasado en la facultad de Económicas. La gente aseguraba que debería haber entrado la policía, que la universidad tendría que haberlo autorizado, pero yo soy fiel defensora de que no hacía falta. No sería la primera vez que la policía entra sin autorización (ni necesidad) en el campus. Varios medios que, tras leer sus crónicas, me atrevería a tachar de reaccionarios, se inventaron cifras de heridos y hechos que no habían ocurrido, basándose, supongo, en los testimonios de a saber qué testigos. En el vídeo que todo el mundo empuñaba a modo de evidencia para asegurar que mi facultad es lo peor del mundo se veían a varias chicas intentando entrar en una clase, enfrentamiento entre ellas y los alumnos y que dos o tres consiguen entrar. A una de ellas la reconocí; había estado en el piquete de la cafetería. En la puerta, no se sabe muy bien lo que pasa. La gente que ni siquiera estaba allí asegura que las chicas estaban intentando entrar a la fuerza. Varias chicas de mi clase dijeron que las estaban pegando para conseguir que se fuera. Supongo que las dos hipótesis no son excluyentes.

Varios siniestros decidimos ir a la manifestación. Salimos a las 18:15 del colegio, seguros de que en 45 minutos llegaríamos de sobra a Atocha, pues en condiciones normales no lleva ni media hora. En el metro de Moncloa, había tanta gente esperando para coger la misma línea que nosotras que un trabajador se encargaba de asegurarse que nadie pasase de la zona amarilla que marca el bordillo del andén, para evitar posibles accidentes. Llenamos todos los vagones de metro, donde apenas se podían acoplar personas en las siguientes paradas. Al llegar a Sol, se vació casi todo el metro y en la línea 1, la que lleva a Atocha, el andén estaba a rebosar de gente, y el metro ya llegaba lleno a tope de personas. Nosotros y muchos más decidimos probar con el cercanías, donde había menos gente. No entramos en el primer tren, y en cuanto llegó el segundo me vi arrastrada por la marea de gente. Ya dentro, conseguí mirar hacia atrás y solo reconocí a José Luis, ni rastro de los otros cuatro.

-¿Sabéis cómo conseguir que se vacíe esto? -había bromeado Julio-. Soltando la mochila en el tren y saliendo corriendo. Se vacía esto en un minuto.

-No hombre no, que estamos en Atocha, y quedan tres días para el 11 de marzo.

Recordé la facultad de INEF de la Politécnica. Cada vez que voy a entrenar paso al lado de una placa en la pared, por donde entro a las pistas. En aquel no tan lejano 2004 del que la mayoría de los universitarios apenas si tenemos recuerdos, dos alumnos de aquella facultad perdieron la vida. La placa en la pared recuerda sus nombres.

Leyre, Julio, Olga y Esteban vinieron en el siguiente tren. Varias de las salidas de Atocha estaban cerradas por la cantidad de personas que se habían agrupado en la calle, taponando la salida. Cuando por fin llegamos a la manifestación, ya pasaban de las siete y media.






Nunca había estado en una manifestación tan multitudinaria. Muchas chicas de nuestra edad, pero también multitud de hombres, y sobre todo familias enteras. Carteles de lo más diverso, cánticos como “Machista el que no bote” que hacían temblar el suelo. Fue simplemente indescriptible. La manifestación terminaba en Sol pero nosotros solo conseguimos recorrer la calle de Atocha. Nos paramos a descansar un momento en una fuente mientras nos adelantaban los de los partidos políticos y sindicatos, entre los que destacaban las banderas de Comisiones Obreras. En esa sección había gente de edad más avanzada que en la que habíamos estado nosotros. Dos señoras mayores pasaron a nuestro lado, ondeando banderines del PSOE. Seis niñas de unos doce o trece años que iban vestidas iguales se acercaron y nos pidieron que les sacáramos una foto.

-A ver, ¿con qué móvil? -preguntó una.

-Con alguno de los cuatro iPhones que tenéis -dijo otra.

Las seis posaron con sus carteles mientras Esteban les sacaba la foto.

-Saca otra, saca otra -dijo una de las niñas, enseñando el otro perfil a la cámara.

Volvieron a la manifestación, mirando las fotos, y no pude evitar pensar que cómo nos gusta a los adolescentes el postureo. Supongo que el feminismo está de moda. Los eslóganes fáciles no son la mejor manera de concienciar de un problema real, pero sí el de llegar al mayor número de gente. No creo que convertir algo que hasta hace no tanto era residual en un movimiento de masas sea lo peor que le puede pasar al feminismo.

Al día siguiente, en Formación de la Teoría Política, hablamos sobre la huelga.

-Uno de mis carteles favoritos del 8M: No es no y si quieres flexibilidad apúntate a yoga.

En Actores y Procesos Políticos, la profesora habló de cuando ella participaba en manifestaciones feministas.

-No hace ni diez años que no llenábamos la calle Atocha.

¿La calle Atocha? Eso fue todo lo que pude caminar yo en las dos horas que estuve en la manifestación. Hablamos de este auge del feminismo en los últimos tres años, de cómo se habían batido récords impresionantes de asistencia cada año.

-Es una muestra muy clara de lo harta que está la gente pero también de cómo algo está cambiando en la mentalidad de este país. En menos de una semana, los partidos políticos, viendo lo que se les venía encima, cambiaron su postura, pasando del rechazo, a la tolerancia, y finalmente al apoyo y a llevar el lazo morado.

Hablamos del techo de cristal en los sindicatos. La profesora nos contó las conversaciones que había estado escuchando en la manifestación, mujeres de CCOO planteándose dejar el sindicato porque siempre están en segundo plano

-En Perú estuve trabajando con sindicatos. En la casa central de sindicatos, donde se juntan todos los sindicatos del país, las mujeres sindicalistas se pusieron de acuerdo para conseguir medidas de igualdad. Nunca en la historia todos los sindicatos se habían puesto de acuerdo sobre ningún tema.

También hablamos de lo ocurrido en Somosaguas, y algunas chicas denunciaron que les habían cortado la calefacción en el encierro.

-Supongo que cada uno tiene su modo de presión -dijo la profesora.

Seguimos hablando sobre el feminismo, sobre cómo a las mujeres se nos educa para competir con otras mujeres, porque ese es el único modo de “trepar” en un mundo machista. Siguiendo esa doctrina, las mujeres tendemos a criticarnos unas a otras y algunas de las que consiguen llegar lejos, incluso a presidentas del Gobierno, se atreven a decir que las que no han llegado a donde está ella es porque son menos capaces o se esfuerzan menos, negando el problema estructural.

-Ahora parece que sí tenéis igualdad, pero cuando salgáis al mundo laboral veréis que no es así, y en la política mucho menos.

Hablando no solo de números, sino también de logros y sensaciones, llegamos a la conclusión de que esta huelga feminista saldrá en los libros de historia. El mundo estaba cambiando y nosotras habíamos sabido estar a la altura.

Aquella clase me recordó a una escena en uno de los últimos capítulos de Cuéntame, en que la profesora de María, la más joven de los Alcántara, anima a la clase a manifestarse por sus derechos. Está basado en 1986 y, más de treinta años más tarde, hasta este 8 de marzo la mera posibilidad de que el profesorado nos animase a manifestarnos me había parecido pura ficción.

Nunca había vivido tal cosa. En un colegio concertado, la palabra huelga no estaba en nuestro diccionario, solo faltaban a clase los más gamberros, y no precisamente para ir a la manifestación ni reivindicar nada. Nunca sabíamos a qué se debía la huelga y los profesores tampoco nos lo explicaban, alegando que aquello solo afectaba a la pública. Más tarde, en el instituto, una jornada de huelga no era nada diferente a un festivo. Recuerdo faltar a clase para ir a manifestaciones contra la Lomce donde apenas llenábamos la pequeña plaza de la Constitución y podía recorrerla de principio a fin y poder contar con una mano las caras conocidas. Nunca había nadie de mi clase, pero tampoco habían ido al instituto. Este año todo es diferente. Nosotros queremos ser parte del cambio que necesita la sociedad, y nuestros profesores y profesoras nos animan a defender aquello por lo que creemos. Ni siquiera nos reprochan nada cuando no comparten nuestros medios. Comparten su opinión si lo consideran oportuno, pero nunca la imponen, insistiendo en que tan solo es una opinión.

El sábado fui a una competición de atletismo. Desde el madrileño barrio de Vallecas, en la zona de lanzamientos de un siniestro colegio masculino del Opus, no tengo muy claro si participé en una competición de atletismo o de natación, pues competí hasta sin dorsal, en medio del diluvio universal, con jueces que no tenían ni banderas… Pero al menos mejoré ligeramente mi marca con un lanzamiento de 32’11 metros después de tres nulos con caída de culo incluida. Lo que no tengo tan claro es que los resultados lleguen a buen puerto, pues se les cayó la hoja al suelo inundado tres veces.



El domingo volvió a jugar la selección española de rugby en el estadio de aquí al lado. Varios nebrijos fueron a ver el partido y volvieron, emocionados, narrando que habían pasado justo al lado del rey.

-¿Y cómo era? -bromeó alguien.

El resto de los mortales languidecíamos pensando cuándo dejaría de llover. Lo poco agrada y lo mucho cansa incluso en Madrid tratándose de lluvia. Lleva más de diez días lloviendo con fuerza a diario, embarrándolo todo, encharcando calles que no están acostumbradas a tener que lidiar con el agua. A veces sale el sol, pero es cuestión de escasos minutos que otra nube vuelva a descargar. Dicen que es bueno para el campo y mejor aún para la contaminación, pero a veces se suma a todas esas desesperaciones a las que nos somete esta ciudad de Madrid, la ciudad en la que nunca llueve.

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